"Los pueblos se han vuelto invisibles bajo sus armamentos."
Bertolt Brecht
Decir que las manifestaciones violentas de la historia obedecen a distintas causas y tienen múltiples matices puede, en un primer momento, parecer un intento de relativizar, en el campo del discurso, acontecimientos terribles que constituyen muestras del horror de la historia humana. Sin embargo, esta matización obedece en bastantes casos a un llamado a la reflexión, a una toma de posición crítica respecto a la historia oficial y las formas absolutas en las que ésta se nos ha transmitido. No se trata, entonces, de relativizar el horror sino de hacernos responsables, a través de una lectura compleja de la realidad, de lo que hacemos con estos sucesos, de los posicionamientos éticos que asumimos respecto a ellos. Para esto es imprescindible entender las emociones humanas, la densa red de afectos que se esconde en los motivos que pueden llevar a un individuo o a determinado colectivo a perpetrar torturas y matanzas.
En este sentido, la obra de Edurne Portela (Santurce, 1974) constituye una apuesta radical por asumir una responsabilidad crítica, a través de la literatura, en la larga historia de dolor y violencia del "conflicto vasco". En su libro El eco de los disparos. Cultura y memoria de la violencia (Galaxia Gutenberg, 2017), que alterna partes teóricas con breves irrupciones narrativas, la autora explicita, en primera instancia, su lugar de enunciación:
"Yo soy parte de esta historia y mi punto de vista para contarla es el del testigo; un testigo que, por muchos años, si no indiferente al problema de la violencia en el País Vasco, sí le dio la espalda, eligió no querer entender porque hacerlo resultaba demasiado complicado y emocionalmente agotador.”
Portela también elabora una exhaustiva reflexión acerca de muchos de los términos que emplea en su ensayo, consciente de que el lenguaje es ambivalente y que una misma palabra puede tener distintas connotaciones, dependiendo de quién la usa y cuáles son sus intenciones. Es el caso, por ejemplo, del término "conflicto vasco", empleado frecuentemente por la izquierda abertzale (nacionalista e independentista) en un sentido que la autora no comparte, por lo cual se ve obligada a clarificar la acepción que ella emplea en su texto.
En este libro Portela emprende una reflexión a partir de distintas manifestaciones culturales –cuentos, novelas, documentales, películas–, que tratan, con distintas estrategias y aproximaciones, el tema de la violencia en el País Vasco/Euskadi. Elabora, de esta forma, una radiografía precisa de las coordenadas de representación estética que se han generado en torno al conflicto. Para ello, la escritora analiza cuáles son los silencios y los tabúes que las distintas obras y discursos, que forman parte del sentido común hegemónico, pueden reforzar. De la misma forma, analiza las estrategias de representación que muchos autores y autoras de las mencionadas en su libro emplean para intentar complejizar las representaciones y las lecturas del conflicto. Portela, al igual que varias de las obras que analiza, aboga por "[a]mpliar la categoría de lo representable o lo decible" para, de esta forma, posibilitar un entendimiento más profundo de la historia y sus violencias. Se trata de una apuesta por lo que la escritora llama una “imaginación ética”, entendida como aquella que “capacita nuestro conocimiento y amplia nuestros afectos, haciendo posible un acercamiento al otro más allá de los tópicos identitarios, las banderas políticas, la cerrazón de las ideologías.”
Por el contrario, las narraciones maniqueas, que huyen de cualquier representación del perpetrador de la violencia como un ser complejo y con matices, generan un denso entramado de silencios y de miedo que no permite acometer una reflexión elaborada respecto al pasado. Contravenir esta especie de mandato de silencio requiere asumir que, como Primo Levi tan lúcidamente señaló para referirse a lo que denominó como la Zona Gris en los campos de concentración, "[l]a piedad y la brutalidad pueden coexistir, en el mismo individuo y en el mismo momento, contra toda lógica." No se trata de justificar la violencia, como afirma varias veces Portela en su libro, sino de construir herramientas críticas de interpretación de la historia y la realidad, porque en los silencios impuestos se encuentra agazapada una violencia irresuelta que siempre puede resurgir.
Esos silencios “con los que evitamos afrontar en el ahora lo que nos incomoda de nuestro pasado, aquellos con los que intentamos pasar página sin hacer un ejercicio crítico” generan lo que Portela llama una “imaginación contaminada, dañada y disminuida.”
La potencia de la propuesta de Edurne Portela en El eco de los disparos radica en su lucidez crítica y en la apuesta formal y política que implica incluir memorias propias en formas de relato en un libro de corte teórico. El acierto en esto es, entre otros aspectos, su correspondencia formal con una de las premisas del texto que consiste en señalar la forma en la que, a nivel individual e íntimo, se convive en la cotidianidad con una violencia extrema que, en cierto sentido, se normaliza a fuerza de costumbre. Así lo describe la escritora al inicio del libro: “los juegos de niños muchas veces reproducían la violencia de los mayores; la música con la que entramos en la adolescencia –el «rock radical vasco»– defendía la lucha armada y en sus conciertos coreábamos, aunque no nos lo creyéramos, «gora ETA militarra»; nuestros pueblos estaban plagados de pintadas en las paredes con mensajes políticos y amenazadores porque la política, en Euskadi, era siempre amenaza”. Es por eso que la autora elige incluir memorias en las que recrea espacios íntimos que, como vemos, son constantemente permeados por la violencia política.
Esto también sucede en su primera novela, Mejor la ausencia (Galaxia Gutenberg, 2017), que muestra de forma muy precisa cómo los conflictos sociales y políticos no pueden separarse de sus efectos en la cotidianidad y en el espacio íntimo de las personas. De esta forma, esta novela constituye una cristalización de las reflexiones teóricas y las irrupciones narrativas que encontramos en el El eco… Al centrarse enteramente en un entorno familiar, la novela señala de forma muy potente la compleja e indisoluble relación que se produce entre los sucesos políticos y la vida cotidiana de los individuos.
En la historia familiar, que se despliega a lo largo de sus páginas, podemos analizar el sistema de creencias de una época y, en los episodios de violencia que se representan, podemos intuir una “estructura de sentimiento” dañada por la convivencia con la violencia y el ejercicio activo de la misma, como señala Portela. De esta forma, su escritura amplia el marco de lo que se entiende por historia política, mostrando que es necesario articularla con la historia de las mentalidades y de los afectos, porque, finalmente, es a partir de la “estructura de sentimiento" de cada época que se toman las grandes decisiones políticas.
Determinado enfoque histórico tiende a centrarse en la historia de los personajes y los grandes acontecimientos, generando un cierto efecto de separación, de lejanía, incluso casi de desprecio, hacia el espacio cotidiano de las mentalidades y los afectos. Las historias oficiales se han escrito, generalmente, a partir de este enfoque pretendidamente más objetivo. Sin embargo, esos grandes acontecimientos que podemos estudiar en los libros están conformados por múltiples historias personales, íntimas, que funcionan como caja de resonancia de toda una época. Son estas historias las que son capaces de mostrarnos de manera muy precisa todas las contradicciones, las violencias, los miedos, los deseos, que fluyen constantemente entre sociedad e individuos, entre instituciones y cuerpos.
Asimismo, como sucede en la obra de Portela, es en lo íntimo donde se hace más evidente la forma en la que la historia social y política de los territorios está atravesada por los fantasmas de la violencia.
“Atender al fantasma significa reconocer el pasado y, en esa respuesta ética, tal vez haya lugar para restaurar el presente”, propone la escritora.
Justamente, una imaginación ética, como la que plantea Portela, permite entablar un diálogo con los fantasmas de la historia, confrontarlos e incluso cuestionarlos, para intentar comprenderlos. Así, la escritora aborda sin tapujos la responsabilidad que implica, en el campo estético, la representación del conflicto vasco, sin rehuirle en ningún momento a la complejidad de esa "zona gris", que quizás ayude a comprender –que no a justificar– por qué un ser humano puede asesinar a otro en nombre de una causa política.
Quizás sea, precisamente, esa complejidad en la representación la que nos ayuda a imaginar a los pueblos “invisibles bajo sus armamentos”, como reza el poema de Bertolt Brecht del epígrafe. Y a medida que nuestra imaginación se torna más empática, nos acercarnos con otra mirada a los individuos que conforman los pueblos con sus pasiones y sus afectos, sus miserias y sus noblezas, sus deseos y sus miedos.
"También a nosotros, entonces, como a toda otra generación, nos ha sido conferida una débil fuerza mesiánica, a la cual el pasado tiene derecho de dirigir sus reclamos", escribió Walter Benjamin en sus 'Tesis sobre la historia'.
La escritura de Edurne Portela responde sin duda a los reclamos del pasado, a los que, a su vez, amplifica mediante un constante llamado a la reflexión crítica y a la responsabilidad colectiva. “La literatura, el cine, las artes en general que se acercan al conflicto vasco no pueden dejarnos indiferentes. De indiferencia hemos tenido ya bastante. No pueden causarnos bienestar o despertar nuestra risa fácil. No nos lo hemos ganado”, afirma la autora casi al final de El eco de los disparos.
Quizás solo después de haber emprendido un “cambio imaginativo” que conlleve un “reconocimiento de responsabilidad colectiva en el conflicto” se empiece a entrever la historia futura de una comunidad que sea capaz de responderle al pasado y hacerse cargo de esa débil fuerza mesiánica que también, como a cada generación, le habrá sido concedida.
La escritura de Edurne Portela se orienta, sin duda, hacia ese horizonte futuro que será solo posible si se mira críticamente y con responsabilidad hacia el pasado.