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ABRIENDO GRIETAS Contribuciones de sobrevivientes y familiares de víctimas de violaciones graves a derechos humanos al derecho a la verdad

Las Doñas de Eureka buscan a sus hijos e hijas, esposos y hermanxs desaparecidxs durante la etapa de represión por parte del Estado entre los años sesenta y noventa del siglo pasado. Ana Enamorado busca a su hijo Óscar Antonio, migrante hondureño desaparecido en Jalisco desde 2010. La familia Parral no ha descansado desde el mismo año, cuando su hijo Jorge fue víctima de desaparición forzada y ejecución extrajudicial a manos de elementos del Ejército mexicano. La esposa, los hijos y familiares de Rogelio Amaya lograron sacarlo de la cárcel, donde fue recluido más de tres años sometido bajo tortura y acusado de un crimen que no cometió.

Son cuatro historias que hablan por miles, no son únicas.

Porque desaparición forzada, ejecución extrajudicial, desaparición de migrantes a su paso por México, torturas y delitos fabricados son múltiples formas de violaciones graves a los derechos humanos perpetradas recurrentemente en nuestro país durante las últimas décadas.

Obtener la verdad alrededor de casos de graves violaciones a derechos humanos es una tarea del Estado mexicano a partir de tratados y jurisprudencia internacional, pero también por lo establecido en la Ley General de Víctimas en su capítulo V sobre el Derecho a la Verdad de las víctimas y la sociedad.

A pesar de ello, en los casos abordados en este informe, son las personas sobrevivientes y las familias de las víctimas quienes están realizando el trabajo, en algunos casos durante décadas. Ante la inacción y muchas veces incluso la obstrucción por parte del Estado, ellas y ellos, las víctimas, son quienes están garantizando que todxs podamos saber qué pasó.

Ellas escucharon por primera vez la palabra “desaparecido” el día que sus seres queridos no regresaron a casa. Enseguida aprendieron (¿o la crearon en conjunto con Fedefam?) otra expresión, “desaparecido político” que, además del dolor, implicaba estigma social y riesgo, porque quien se los había llevado era el Estado. Pese a todo, salieron a buscarlos, se organizaron. En 1977 crearon un grupo que años más tarde se llamó Comité Eureka.

Comité Eureka

Cuando nos encontramos, ya no estuvimos solas

Son unas ochenta mujeres. Al frente, señoras de unos cincuenta años o más que usan falda por debajo de la rodilla y vestidos oscuros. Algunas con rebozos, otras con chambritas tejidas a mano. Las hay de mocasines, sandalias y huaraches. Son amas de casa que han salido poco de sus hogares, dedicadas a guisar y limpiar, las que ahora desafían al presidente de México. En tiempos del Estado más represor y del presidencialismo más arraigado, las Doñas del Comité Eureka se plantan en la puerta de Catedral, en el corazón de la Ciudad de México, frente al Palacio Nacional. Empiezan una huelga de hambre. Denuncian que en el país existe la desaparición forzada y exigen la presentación con vida de sus seres queridos. Es 28 de agosto de 1978.

Sara

Rafael Ramírez Duarte, estudiante de Economía en la UNAM y militante de la Liga Comunista 23 de Septiembre, fue desaparecido el 9 de junio de 1977. Al menos cinco testimonios de sobrevivientes indican que Rafael fue visto dentro del Campo Militar no. 1. A pesar de las amenazas Sara Hernández, su esposa, se sumó al Comité Eureka.

Se tiene que hacer lo que se tiene que hacer. Se te quita el miedo cuando la razón te asiste, cuando estás ante un hecho que no puedes callar. Después de la primera huelga de hambre, y con participación de los liberados, surgió el Frente Nacional Contra la Represión, que ha sido importante en nuestra historia.

Reyna

Reyna Santiago, es madre de Irma Yolanda Cruz Santiago, desaparecida en junio de 1977 junto a su pareja, Maximino García Cruz. Por miedo a la represión, guardaron el único retrato de Irma Yolanda en su pueblo natal, San Francisco Nuxaño, Oaxaca.

Yo no he perdido las esperanzas. Ahorita mi hija tendría como sesenta años. Si algún día llegaran a salir, sí, pero si no, espero que el gobierno diga, sea lo que sea, prefiero saber. ¡Cómo no, yo sí creo en la justicia! Porque ahorita se está viendo un cambio que no se veía antes y esperemos que como están descubriendo tantas cosas se llegara algún día a saber de los desaparecidos.

Acela

Acela Ocaña busca a su hija Austreberta Hilda Escobedo fue desaparecida en 1981. Javier, el único de sus hijos que la acompañó, su cómplice en el activismo, cuenta que al dolor de no saber de Hilda le siguió el miedo de las amenazas. Tal vez por eso, dice, su padre se negaba a buscarla.

Mi esposo no quería que buscara a mi hija. Decía que [ser activista] era algo que a ella le había gustado y nadie se lo había mandado. Para mí era difícil porque no me dejaban buscarla, pero una madre no puede hacer eso. Como mi esposo trabajaba hasta tarde, yo me iba. Llegué a ir a las marchas sin permiso. Cuando volvía me reprendían, pero ya estaba hecho.

Priscila

Juan Chávez Hoyos, obrero, estudiante y líder de la Casa de Estudiantes de Puebla en la capital del país, fue uno entre cientos de muchachos que se sumaron a la primera huelga de hambre del Comité Eureka. Fue desaparecido una semana después, el 8 de septiembre de 1978, cuando un grupo de hombres vestidos de civil se lo llevó de la esquina de Ricarte y Avenida Cien Metros en la Ciudad de México.

Al principio, cuando todavía no me integraba al Comité, era triste porque cada quien buscaba por su lado. Pero cuando me integré era distinto: ya no estaba sola, ya no estábamos solas.

Aicela

El 30 de septiembre de 1978, integrantes del grupo paramilitar Brigada Blanca, que dependía de la Secretaría de Gobernación, se llevaron a Valentín Fernández Zamora de su casa en Tecamachalco, Puebla

Creo que lo primero que tiene que hacer una persona es decir, denunciar y organizarse. Vivir colectivamente la desaparición para poder soportar el dolor, luchar, tener esperanza. Porque tener a un familiar desaparecido es vivir a veces sin fe y a veces con esperanza, una esperanza tan fuerte que lo mantiene a uno. No se puede aceptar que estén muertos porque uno los recuerda tal como eran. Recuerdo a mi hermano igualito: cómo comía, cómo bromeaba, cómo se reía en determinada circunstancia. Lo recuerdo bañado, sin bañar, despeinado… Siempre lo he recordado de manera muy nítida, está presente así. Lo veo con mucha claridad, no está borroso ni viejo, está como en aquel momento. La mente ayuda, porque de otra manera sería enloquecer.

Guadalupe

Guadalupe Pérez Rodríguez es hijo de Tomás Pérez Francisco, campesino desaparecido el 1 de mayo de 1990 en el municipio de Pantepec, sierra norte de Puebla.

Se mudó a la capital del país, buscó a Rosario Ibarra, se sumó al Comité Eureka y luego a H.I.J.O.S. México (Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio), dos organizaciones que son parte de una familia de dolor y lucha y que han caminado juntas por dos décadas.

En totonaco dices “el que se llevaron”, no el desaparecido, no el muerto. Y quienes los llaman finados son mestizos. En la lengua y la cosmovisión totonaca hay forma de describir que alguien muere o que alguien te tiene, pero no hay forma de verbalizar que alguien está y no está. La expresión en totonaco es “el que se llevaron”

Elda

Elda Nevárez es una de las desaparecidas políticas que recuperaron vida y libertad gracias a Eureka. Estuvo presa en el Campo Militar no. 1. Ha dado testimonio infinidad de veces —ante Naciones Unidas, en 1984—, y es también una abuela que corre y juega con sus nietos.

En 1979, su pareja, Elín Santiago, fue asesinado por agentes del estado en Coahuila. Ella se sumó a Eureka apenas recuperó la libertad. Fue cuando el grupo empezó a incluir a otras generaciones, no sólo madres.

Son las clásicas madres mexicanas que hacen lo que sea por su hijo, que lo aman a costa de lo que sea, pero también hubo otra parte esencial en ellas que fue la valentía, porque aun por un hijo no cualquiera se atrevía a arriesgarse. En ese tiempo buscar a los desaparecidos era arriesgarse. Una que vivió la clandestinidad y la represión sabe a lo que las Doñas se arriesgaban. Yo fui detenida en abril del 79, y liberada en junio del mismo año. Si no fuera por el Comité Eureka nosotros no hubiéramos salido.

Guaymas

Álvaro Mario Cartagena sabía que estaba muy cerca de la muerte; le habían dado siete balazos. Después, un grupo de militares lo secuestró del quirófano de la Cruz Roja, le cortaron una pierna y estaba desaparecido dentro del Campo Militar no. 1. “Yo soy Salvador Tanús, el que te puede quitar o dar la vida. Queremos al Piojo Negro”, le dijeron al despertar de la anestesia. Buscaban al líder guerrillero Miguel Ángel Barraza García, y por eso mantenían vivo a Mario, “el Guaymas”.

Pensaron que era valioso por lo que les podía decir. Yo solté todo. Por supuesto, datos falsos. A los diez días lograron entrar mi mamá y el Comité Eureka al campo militar. ¿Cómo hicieron? No sé. Era la primera vez en la historia de la represión que lograban entrar familiares a ver a detenidos. Eso fue lo que me salvó. Si no hubiera sido por las Doñas, yo sería un desaparecido más

Esperanza, Juan Carlos

Tres generaciones de la familia Mendoza Galoz han participado en el Comité Eureka. Juan Carlos, maestro y activista desaparecido, había sido parte de las primeras huelgas de hambre. Su madre, Esperanza, buscándolo hasta el día de su muerte, en 2019. Juan Carlos Mendoza (hijo), matemático y docente, llegó a Eureka acompañando a su abuela y se quedó para continuar su lucha.

En diciembre de 1981, cuando desaparecieron a su hijo Juan Carlos Mendoza Galoz, a Esperanza se le derrumbaron las certezas. Conocía su militancia porque su casa, en Ciudad Nezahualcóyotl, era sede de reuniones de maestros disidentes y del grupo infantil de poesía Genaro Vázquez Rojas, pero no concebía que acciones sindicales y de alfabetización significaran peligro.

Eureka estuvo en la línea de grupos que abrieron la participación política a la gente común de este país. Antes la participación política era coto del PRI. Y en el terreno institucional, el discurso de las Doñas es la antesala de reformas liberales como la inclusión de las ideas de derechos humanos, ciudadanía y pelea por los derechos. También rompieron con la idea del presidente intocable, que era más un rey que un presidente. Todo eso se lo debemos a Eureka.

Juan Carlos

Coro de voces

Un grupo de amas de casa que rompió mandatos machistas. Doñas que gritaron por primera vez que en México había desaparecidos. Mujeres que mostraron el país que Estado y presidentes escondían. Algunas murieron en el camino, otras siguen peleando contra el paso del tiempo, sacando fuerzas de donde sea para pelear con el paso del tiempo, exprimir a los años y no irse en la incertidumbre.

Amanece el lunes 24 de febrero de 2020. Adentro de Palacio Nacional, López Obrador realiza su habitual conferencia de prensa; afuera hay una protesta silenciosa. Son integrantes del Comité Eureka: madres, hermanos, hijos de desaparecidos y ex presos políticos. Cargan una manta que dice “Los encontraremos”, la misma frase que en su primera huelga de hambre, en 1978. Siguen pidiendo lo mismo, porque en cuarenta y dos años no han existido verdad ni justicia. Sigue la deuda con ellas, siguen ellas de pie.

Frente a la Fiscalía General de la República, un muro va cubriéndose con fotos de personas desaparecidas y huellas de quienes les buscan. Foto: Miguel Tovar.

Oscar Antonio López Enamorado

Buscar sin fronteras

Óscar Antonio López Enamorado fue desaparecido el 19 de enero de 2010 en México. Había migrado desde San Pedro Sula, Honduras, y tenía diecinueve años. Su madre, Ana Enamorado, lo busca desde entonces. No existe aquí una organización de familiares de migrantes desaparecidos, Ana camina sola.

Dejó su país y ahora vive en México, donde sus denuncias han revelado graves violaciones a derechos humanos. Gracias a ella sabemos que en Jalisco incineraron cuerpos de desaparecidos y, sin certezas, entregaron cenizas a miles de familias.

Fue en septiembre de 2012 cuando Ana Enamorado decidió dejar su vida entera para salir a buscar a su hijo. Llevaba más de dos años sin saber de Óscar, enloqueciendo de angustia y también presa de violencia. No podía más con la violencia de San Pedro Sula, considerada la ciudad más peligrosa del mundo por su tasa de homicidios, que entre 2010 y 2018 ha oscilado entre 38.9 y 83.9 por cada cien mil habitantes, en datos de Naciones Unidas. Ana tampoco podía ya con la violencia dentro de su hogar, viviendo con un hombre que la maltrató durante dos décadas.

Una foto que se abraza y besa. Un hogar, plantas, esperanza. Foto: Miguel Tovar.
“Oscarito” le decían los vecinos, era muy querido. Creció encerrado, cuidadito para que no le fuera a pasar algo en la calle. Desde niño tuve que llevarlo a la escuela, recogerlo, encerrarlo en la casa. A sus compañeros de escuela los saludaba a través de la reja; había muchos niños que vivían así.
Fue creciendo y luego vio que a sus amigos los estaban asesinando. Andaban hombres encapuchados en camionetas y se llevaban a cualquiera que se encontraran en la calle. Había sospechas de que era la misma policía. No se supo porque en Honduras no se investiga, el riesgo es total, no se puede denunciar. Si vas a denunciar, el mismo servidor público levanta el teléfono, llama al maleante y de inmediato van a asesinar a tu familia. Conozco a muchas familias asesinadas. Un día mi hijo me dijo que se quería ir a Estados Unidos. “Porque aquí no voy a poder vivir tranquilo, porque ustedes siempre me están cuidando. Yo quiero estudiar, trabajar, ¿qué voy a hacer? No veo futuro aquí”.

Ana Enamorado sigue buscando a Óscar y también es activista del Movimiento Migrante Mesoamericano. Es una de las organizadoras de Caravana de Madres de Migrantes Desaparecidos que se realiza cada año. Varias veces ha caminado a través de Centroamérica y México junto a otras madres y ha participado en recorridos por Europa.

Es una madre que se hizo migrante para buscar a su hijo. Un ama de casa que se hizo activista. Una mujer recordándonos que miles de personas han sido desaparecidas en su paso por México, que no son invisibles ni son números: son hombres y mujeres, muchachos y muchachas con rostros, historias y vidas. Que hay miles de Óscares por encontrar.

Aún siendo pocos, pese a la indiferencia de la sociedad, los familiares de personas desaparecidas se acompañan, se abrazan. Foto: ARTICLE 19 Oficina para México y Centroamérica.

Dejó su país y su vida para empezar de cero en otro país donde la discriminan y criminalizan. Sigue adelante, sortea depresiones. ¿De dónde saca fuerza? Nadie de su familia la acompaña.

Nunca me apoyaron, me decían que dejara la búsqueda y es cada vez peor, ya ni siquiera me preguntan. Mi hermano mayor tenía un negocio allá, no quiso pagar extorsión y el año pasado fue asesinado. Mi otro hermano también, en 2016. Ha sido muy difícil, lo he ido perdiendo todo.

Un hijo, una vida y los sueños para los dos transformados en un expediente. Hechos papeles, burocracia, un calvario que parece no tener final. Todos los días enfrenta a personas que la miran sin mirarla, con el corazón hecho piedra. Pero Ana sigue buscando a Óscar, recordándonos que faltan miles de muchachas y muchachos desaparecidos en su paso por México.

Mayra Contreras y Rogelio Amaya desayunan en su casa. Foto: Alicia Fernández

Rogelio Amaya

Ya no soy víctima

Rogelio Amaya fue detenido en el verano de 2010 con otros amigos de la infancia por la Policía Federal, en Ciudad Juárez. Los torturaron para obligarlos a mentir e incriminarse como autores de la explosión de un coche bomba. Los presentaron ante los medios de comunicación como “narcoterroristas”. Los encarcelaron más de tres años. A una década del crimen, Rogelio rehace su vida y construye una verdad desde su experiencia y su lucha; una verdad que rompe la mentira y desmorona la justificación de una guerra.

La noche del 11 de agosto del año 2010, Rogelio Amaya salió de su trabajo en la bodega de Soriana y se encontró con sus amigos de la infancia: Gustavo, Víctor, Noé y Ricardo, en la colonia Parajes del Sol. Era una calurosa noche de verano en el desierto y Rogelio se sentó con ellos a beber cerveza. Eran aproximadamente las veintiún horas.

Gustavo recibió una llamada de su expareja; necesitaba encargarle leche y pañales para su bebé. Todos se sumaron a la tarea del amigo y lo acompañaron a la casa. Cuando estaban dentro, pasó una patrulla de la Policía Federal y se asomaron curiosos. Solo revisión de rutina, dijeron los policías, y siguieron con su marcha.

Los muchachos acabaron el mandado, se despidieron y subieron a la camioneta Explorer en la que llegaron. Un par de cuadras más adelante encontraron de nuevo la patrulla de los federales estacionada.

Los oficiales los detuvieron y obligaron a subir a la batea de la patrulla. Condujeron el vehículo hasta las instalaciones de la Policía Federal de Ciudad Juárez y los encarcelaron.

En ese lugar, los jóvenes fueron separados en habitaciones distintas. Los golpearon con cinturones; los patearon; les dieron puñetazos en las costillas, los brazos, la espalda; les dieron toques eléctricos; les pusieron bolsas de plástico en la cabeza simulando asfixia.

Tras dos días de tortura, los subieron a todos a una camioneta pick-up, los condujeron al aeropuerto de Ciudad Juárez y los subieron a un avión de la Policía Federal rumbo a la Ciudad de México.

A Rogelio le obligaron a grabar un video en donde decía que él se dedicaba a reclutar mujeres para el narco. Si no lo hacía, su familia en Ciudad Juárez sería asesinada. Rogelio obedeció. Era el viernes 13 de agosto del 2010. Los esperaban los medios de comunicación con sus cámaras y micrófonos apuntándoles, listos para presentarlos ante la audiencia del país como los narcoterroristas, autores del coche bomba.

El viernes 13 de agosto por la mañana, Daniel, hermano mayor de Rogelio, prendió la televisión para escuchar las noticias y miró a Rogelio y sus cuatro amigos golpeados, esposados y con una mesa de armas frente a ellos.

Yo creía lo que veía en la tele porque con tanto pinche spot de televisión que te mete el Gobierno, te hacen creer que es verdad, que sí están agarrando delincuentes y uno de cierta manera se siente seguro. El problema es cuando te pasa a ti; te das cuenta de que esto de la guerra contra el narco es pura falacia. Cuando las noticias en la tele sacaron que mi hermano era un narco fue muy frustrante. Peleé con la gente que lo creía. ¿Por qué detienen gente y sin juicio los ponen en la tele? ¿Para decirle a la sociedad que sí están trabajando cuando no lo están haciendo? El método de investigación que tiene el Gobierno es ese, el de la tortura.
Dibujo que refleja el estado de ánimo de Rogelio enviado desde la cárcel a su esposa Mayra. En cautiverio Rogelio encontró en el dibujo una forma de expresar sus emociones. Foto: Alicia Fernández.

Después del rechazo de organizaciones de derechos humanos en la Ciudad de México para defender a los muchachos, y la estafa de varios abogados que les cobraron quince, veinte mil pesos por llevar la defensa, las familias siguieron la búsqueda de apoyo legal. A través de la Iglesia católica, supieron del padre Óscar Enríquez y que él tenía un centro para ayudarles. Así fue como las mamás de los jóvenes llegaron al Centro de Derechos Humanos Paso del Norte, en Ciudad Juárez.

En 2010, el año más mortal en su historia, Ciudad Juárez era una de las urbes que sufría más violencia en el país, con tres mil homicidios anuales.

El parque de la colonia en donde Rogelio Amaya se encontraba con algunos amigos, cuando fueron detenidos de manera injusta por la Policía Federal. Foto: Alicia Fernández

Durante tres años y medio el proceso se atoró en desahogo de pruebas. El juez fue cambiado en tres ocasiones y los policías federales que los detuvieron y acusaron se negaron a acudir a los careos, pese a haber sido citados ocho veces.

Como pruebas a favor de los muchachos, la defensa presentó el Protocolo de Estambul independiente, una evaluación que permite conocer el grado de tortura que sufrió la persona, y la recomendación de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, donde se reconoció tortura, incomunicación y la siembra de armas y drogas a los detenidos.

Además, mostró al juez las cartas de trabajo donde se indicaba que el día del atentado se encontraban en labores.

El viernes 7 de marzo de 2014, tres años y siete meses después de la detención las familias de los jóvenes se prepararon para recibirlos. En Tepic, Mayra y sus hijos vieron salir a un hombre alto y delgado, muy delgado.

Rogelio corrió a abrazar a sus hijos: a Rogelito, ya convertido en todo un niño de siete años, y a Ximena, que ya había dejado de ser bebé y tenía casi cuatro años. El reencuentro no fue sencillo ni como lo imaginaron. Su hijo estaba callado y un poco lejano, y su hija, para quien Rogelio era prácticamente un desconocido, huía de él.

Horas después de la salida, los cinco amigos de la infancia se reunieron en la Ciudad de México, donde dieron una conferencia de prensa en el Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez. Uno de los abogados habló de la fabricación de culpables por parte del Gobierno de México para justificar la presencia del Ejército en las calles, y denunció las consecuencias emocionales en los jóvenes: estrés postraumático: pesadillas, miedo, desconfianza, recuerdos recurrentes, terror, dolores de cabeza, falta de apetito y cambios en su personalidad.

Rogelio, el único que habló ante las cámaras, pidió a los medios “contar la historia como es, sin amarillismo, porque unos medios nos siguen tachando de culpables de un delito que no cometimos”.

Libres, otras batallas empezaban: la primera, por la verdad. La verdad de su inocencia, porque si bien la PGR desistió de la investigación, no reconoció su inocencia ni la tortura que sufrieron.

Jorge Parral en Londres. Fotografía cortesía de la familia Parral

Jorge A. Parral

Una búsqueda incansable

El sábado 24 de abril de 2010 a las nueve y media de la mañana, un grupo de hombres armados a bordo de catorce camionetas llegaron al puente internacional y aduanal en Camargo, Tamaulipas, y se llevaron a Jorge Parral, trabajador de Caminos y Puentes Federales (Capufe), y a Óscar García, fiscal de aduanas, privados de su libertad.

Jorge tenía treinta y ocho años cuando fue privado de su libertad. Se había licenciado en Ciencias de la Comunicación en la Universidad de las Américas, en Puebla, donde estudió con beca. A Capufe entró a través de un examen de oposición y como reconocimiento lo enviaron a la frontera, una plaza codiciada entre los empleados. Desde 2003 trabajaba como administrador para Caminos y Puentes Federales.

Antes de llegar a Camargo, donde tenía dos años y medio, había estado en los puentes de Nuevo Laredo, Matamoros, Piedras Negras, San Juan y Las Flores. Para esas fechas Camargo era una zona que vivía constante violencia: decomisos, detenciones, balaceras y toques de queda de facto en las noches y en los días.

A Jorge la violencia le preocupaba tanto, que un día le escribió a su jefe inmediato, José Alberto González Karam, subdelegado de Operación de Capufe, para pedirle apoyo del Ejército y así garantizar la seguridad de los empleados y usuarios del puente. La oficina respondió que no le enviarían refuerzos por falta de presupuesto.

El sábado 24 de abril, días después de que le negaran el apoyo a Jorge, hombres armados a bordo de catorce camionetas llegaron al puente fronterizo arengando al aire: “Venimos por el panochón que pidió al Ejército”.

Sometieron a los trabajadores, robaron dinero de las cajas y destruyeron las cámaras de videovigilancia. Entraron a las oficinas y sometieron a una mujer. A gritos, le preguntaron quién era el encargado del puente. Ella respondió que el jefe estaba en su cuarto y señaló una habitación afuera de las oficinas, a donde se dirigieron.

El jefe era Jorge Parral, y ese sábado, su día libre, descansaba en su habitación acondicionada con cama en las instalaciones del puente fronterizo.

Los hombres armados lo sacaron a la fuerza y lo subieron a una de las camionetas.

Cuando fuimos al puente en Camargo a recoger su ropa, toda su habitación era un desorden; un trapo por aquí, otro por allá. Esa sensación de llegar y sentir… Sentí un aire como de muerte, de soledad, de abandono… un gran dolor. Y me hinqué y le prendí una veladora… Y le dije hijo ya estoy aquí. … … Esto es inenarrable. - Alicia Rabadán, madre de Jorge

La mañana del 26 de abril de 2010, un convoy militar compuesto por dos vehículos circulaba por la carretera federal de General Bravo-Reynosa cuando una persona les dijo que había movimientos sospechosos en el rancho El Puerto. Según la versión de los militares, hicieron caso a la denuncia y se dirigieron al rancho ubicado cerca de General Bravo, Nuevo León, a hora y media del puente internacional en Camargo, donde dos días antes dos empleados federales habían sido secuestrados por hombres armados.

El convoy de soldados entró al rancho y encontró a un grupo de hombres huyendo en distintas direcciones; calcularon cuarenta de ellos escabulléndose entre los matorrales y las veredas. Los soldados tiraron para evitar que huyeran y también para repeler la agresión, según sus versiones. Se dispararon más de setecientas balas. Los soldados registraron el rancho y encontraron a siete personas, tres de ellas amarradas de pies y manos, lo que les hizo pensar que estaban secuestradas. Los otros cuatro fueron detenidos, asumidos como criminales, según dijo el Ejército, lo cual resultó ser falso porque cuatro de esas personas dijeron en sus declaraciones que los militares las apresaron en el rancho Los Ramírez, ubicado a dos o tres kilómetros de distancia.

También encontraron a otros tres hombres desarmados. A uno de ellos, un soldado (o varios soldados, pues la PGR lo presume basándose en la declaración de los involucrados ante la Procuraduría Militar) le disparó en el abdomen, en el muslo, en la pierna izquierda y tres tiros más en el cráneo, la cara y el tórax. Luego le dio otros tiros en la cara y pecho a quemarropa, a menos de dos centímetros de distancia con su fusil Heckler & Koch. Los otros dos hombres también fueron asesinados.

Antes de retirarse, los soldados alteraron la escena del crimen colocando armas con los cartuchos abastecidos junto a dos de estos tres cuerpos.

La Secretaría de la Defensa Nacional boletinó el “evento” del rancho como un enfrentamiento y afirmó que se liberaron siete personas, se detuvieron a cuatro y que tres criminales murieron en el encuentro.

Jorge en su trabajo. Carriles de aforo vehicular y transeúntes, Puente Internacional “Las Flores” en Nuevo Progreso, Tamps, al lado cajas de pago para paso hacia los EE.UU. 2006. Foto: cortesía de la familia Parral

La desaparición y el asesinato de Jorge, de acuerdo con los archivos de la Comisión Mexicana de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos, se registró inicialmente en dos expedientes penales: la primera denuncia, que presentó la familia del otro funcionario aduanal secuestrado en el puente el mismo día de los hechos, y la segunda denuncia, hecha por Capufe a petición de la familia Parral, ambas presentadas en Reynosa. Posteriormente, la Procuraduría de Justicia de Nuevo León inició una tercera investigación por los hechos en el rancho El Puerto, y una cuarta por el hallazgo de cinco cuerpos.

Luego, cuando Jorge Parral fue identificado entre las personas asesinadas en el rancho, las cuatro investigaciones se concentraron en la SEIDO de la PGR por el delito de secuestro con agravante de muerte en contra de las cuatro personas detenidas en ese rancho.

En 2014, por efectos de la recomendación 57/2013 de la CNDH, la PGR iniciaría otra investigación por el delito de homicidio, enfocándose en la responsabilidad del Ejército mexicano. Esta investigación quedó abandonada hasta 2016.

Discurso de protesta frente a la PGR en Reforma, CDMX. Impunidad y corrupción a seis años de injusticia. Al centro Alicia Rabadán (madre de Jorge), a la derecha Jorge Parral (padre de Jorge) y a la izquierda Araceli Rodríguez. 2016. Foto: Cuartoscuro

A Jorge lo sepultaron el 26 de febrero de 2011. La familia recibió un acta de defunción sin nombre. Los padres de Jorge enfrentaron un juicio civil y, diez meses después, obtuvieron el documento que acreditaba que Jorge existió y murió asesinado.

El señor Jorge Parral hace un recuento de la búsqueda de verdad estos diez años:

Durante 2010 solo recibimos promesas y promesas. Durante 2011 se hicieron algunas investigaciones incipientes. Durante 2012 fue andar el tramo para que la CNDH nos ayudara a conseguir justicia de violaciones a derechos humanos. Desde 2013 seguimos con las simulaciones en todos los órdenes de Gobierno incluyendo a la CNDH, que también simula sacar una recomendación y solamente incluye a dos autoridades, la Sedena y al Gobierno de Nuevo León, dejando a otras identificadas que fueron el inicio del problema de la muerte de mi hijo: Capufe y PGR. Todo 2013, 2014, 2015, nada. En 2016 la CNDH sacó otra recomendación, la 67/2016, en la que evidenció las violaciones de Capufe y la simulación de la PGR. En 2017, 2018, 2019 y 2020 ha sido insistir, presionar, buscar justicia fuera de México.
Cada año que pasaba nosotros íbamos teniendo una esperanza de que pronto llegaríamos a conseguir justicia para Jorge, pero no nos dábamos cuenta de la cantidad de mentiras que nos decían las autoridades de SEIDO. Nos daban expectativas, y al mes, a los dos meses, venía el desengaño. Eso nos fue desilusionando más y más. Año con año.

Investigación y redacción: Paula Mónaco Felipe y Daniela Rea Gómez

Fotografías: Miguel Tovar, Alicia Fernández y Prometeo Lucero / ARTICLE 19 Oficina para México y Centroamérica

Fotografías complementarias: Archivos de la Comisión Mexicana de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos, Sara Hernández, familia Parral, Cristian Leyva y agencia Cuartoscuro.

Diseño editorial: Sarai Pozo De Villa

Corrección de estilo: Claudia Cabrera Espinosa

Multimedia: ARTICLE 19 Oficina para México y Centroamérica

Credits:

Esta publicación se realizó con el apoyo y patrocinio de Open Society Foundations y de William and Flora Hewlett Foundation. La información, opiniones y conclusiones de este informe no reflejan los criterios o visiones institucionales de estas. Licencia Creative Commons Atribución Licenciamiento Recíproco 2.5 México