Ella vive en Manizales y cada día viaja a una vereda de Filadelfia, escondida entre montañas y ríos. Regresa a su casa al final de la jornada. Viaja en moto, en yegua y también camina. Pasos.
Esa mañana los niños de la escuela de la vereda La Soledad descubrieron que la humedad en el rostro de la profesora Eliana Orozco era más que sudor. Ellos mismos le secaron las lágrimas. Hora y media hora antes en plena ladera, camino a su nuevo trabajo, comprendió que llegaba a un lugar casi invisible, cerca de la inmensidad de las montañas y lejos de todo.
Las casas y la escuela están colgadas de un cerro, forrado en cultivos de caña panelera, cuyos pies son refrescados por el caudaloso río Cauca. En la parte alta vive una comunidad indígena, llegada de Riosucio. Así lo cuenta y lo vuelve a contar el arriero Crisanto Loaiza en sus viajes por viejos caminos de la región. "Mi abuelo Eustasio Loaiza llegó de Cañamomo y Lomaprieta y le dejó una tierrieta a mi madre, Eulalia, de eso vivimos".
En 26 municipios de Caldas, fuera de la capital Manizales, funcionan 1.068 sedes educativas. 597 de ellas, debido a la topografía, están en zona de difícil acceso. Eliana va para la 105 en la vereda La Soledad de Filadelfia, como testimonio de las centenares de Caldas y miles de maestros de Colombia que cada mañana tienen una hazaña por delante antes de empezar las clases.
Se trata de una prueba apta solo para quienes aman ser profesores. Ella recorrerá dos horas en moto por una carretera nacional, 20 minutos por una vía departamental y finalmente dos horas por una trocha, que en inviernos como el del actual primer semestre del año es camino y río a la vez. Todo para que los 14 niños sumen, multipliquen y sean algo en la vida, como dice Lucelly Tapasco, madre de Luisa, alumna de segundo.
Cuando llegó a la escuela el viaje era relativamente manejable. Llegaba en su moto por la vía Manizales-Medellín, pasaba el puente de El Pintado sobre el río Cauca y después, casi como un escarabajo, trepaba hasta la escuela. Las cosas se complicaron desde el 16 de mayo. Ese día una creciente madrugó a volver pedazos la estructura. A la profe, la ruta se le alargó hora y media.
En este momento recuerdo las palabras que en un paraje de este largo camino mencionó:.
"Una amiga dice que ser maestra no es una profesión, es un acto de amor".
"Desde niña me formé para ser maestra. Siempre he soñado con hacer más fácil la vida de los niños, pues cuando hay conocimiento se abren las puertas".
La historia de la travesía empieza a las 3:30 de la mañana en una casa del barrio Fátima de Manizales. A esa hora Eliana ya está levantada. Su esposo, y su hijo, Jerónimo, duermen como la mayoría de la ciudad. La noche anterior ella les dejó listo el desayuno para él que trabaja en el Hospital de Caldas y para el niño, de nueve años, que irá al colegio San Rafael, donde cursa cuarto.
A las 4:00 de la mañana ella desciende en su moto Viva 115 c.c. por la vía que comunica con los barrios Pío XII y Malabar hasta la Terminal de Transporte para conectar con la Panamericana.
Es lunes y la acompañan las luces del alumbrado público. La ciudad completa ocho horas de lluvia suave. Tanquea la moto con gasolina y poco después llega a la doble calzada en el comienzo de la vía Manizales-Medellín.
Las señales de tránsito sugieren velocidades de hasta 40 km. por hora. El piso es jabón y ella cumple con lujo de detalles la recomendación, a veces conduce a 30 y hasta 25 km/h. Para ella todo esto es una terapia. Lo reconoce. "Le tengo miedo a la oscuridad, a la lluvia, a las tractomulas". Justo en La Manuela le sale una con dos container. Ella lo hace todo fácil y sencillo, velocidad moderada y bien en la orilla. El gigante de 22 ruedas pasa primero. Más adelante otros la sobrepasarán.
La vía oscura sigue su viaje y la baja temperatura también. Eliana lleva camiseta, buzo, chaqueta y capa. Además guantes de látex y de cuero. El frío se sale con la suya. Las manos están congeladas. 20 segundos para frotarlas, mientras la neblina amenaza con cubrir la carretera en Tres Puertas, en la misma vía nacional a Medellín.
"Luego de ser normalista, quería estudiar psicología, pero por razones económicas escogí educación física. Con el movimiento los niños aprenden más fácil, expresan sentimientos e interactúan con el medio".
En el paso por el Kilómetro 41 las luces de los camiones parqueados se opacan al tiempo que amanece. Afuera del restaurante Los Almendros el café hierve una y otra vez. Eliana prefiere un chicle. Los camioneros se van y la lluvia también.
En la mitad del trayecto La Felisa-Filadelfia completa 72 kilómetros sobre dos ruedas. Las dos horas siguientes son por un camino que solo admite botas pantaneras, y que cada vez es más estrecho. La educadora lo hará caminando de ida y en bestia de regreso.
Un portal metálico separa la comodidad de la carretera pavimentada hacia la cabecera municipal de Filadelfia con la trocha que les recuerda a los habitantes de La Soledad que madrugar para coger camino es tradición y es a la vez la mejor opción para llegar a tiempo a sus centros urbanos preferidos: Filadelfia, Supía y Manizales.
En su equipaje lleva agua, las arepas de Irra y los ingredientes para un postre de maracuya, con el cual les celebrará el miércoles el Día a las madres del caserío.
Los primeros pasos son por una vía en tierra y algo de piedra hasta la finca Guayacán. Poco a poco el camino se estrecha. Las botas serán la doble tracción en terrenos movedizos, que amenazan con tragarse las piernas.
"Luché mucho para entrar al magisterio. Estuve cuatro años en lista de espera. Me presenté para Manizales, pero me pusieron a elegir una plaza en Caldas. Lamentablemente hay plazas cubiertas por puestos políticos".
Su paso es rápido. La clase empieza a las 8:00. y hoy hay que revisar las 20 gallinas que les puso a dibujar a los niños de primero y las multiplicaciones a los de cuarto y quinto. También habrá que repasar las tablas del 8 y del 9. Además, jugar ponchado con los niños y dejar la escuela lista para la brigada de salud comunitaria del martes.
En estos caminos reina la soledad. Solo montañas de oriente a occidente y de norte a sur. Todo es verde. El canto de los pájaros y de vez en cuando el ruido de un avión, a lo lejos, rompen el silencio ensordecedor. Una casa es una novedad. "También le temo a la soledad".
El camino exige cuidado. Un descuido y ahí va una caída, sea a un pantanero, a un charco o por un desfiladero. "Paramos en el mandarino", dijo poco después de comenzar el recorrido.
Una hora después un pequeño desvío y un receso. Las mandarinas están frías, frescas y dulces en un árbol que como los otros frutales hacen de rapitienda a la vera de la trocha.
El jugo cae perfecto antes de enfrentar el mayor desafío. Un peladero hecho lodo en pleno ascenso. Las botas negras de tiernos punticos rojos de la maestra luchan para no quedar en el fango. "Hay que hacer como las buenas yeguas, subir de un solo impulso", le recomendó el arriero desde el primer día que viajaron juntos. Al final del ascenso, por fin humanos en este mar verde y desolado. "Esta profesora es una verraca, no cualquiera se viene de la ciudad por acá", comenta Julio César Loiza, padre de Valentina, otra estudiante.
"Soy feliz y agradecida porque hago lo que me gusta hacer, lo que me apasiona, así haya dificultades. Espero que se me den las cosas y tener un trabajo cerca de mi casa"
Los cañaduzales anuncian un camino más cerrado y la cercanía de La Soledad y de su escuela. Se escuchan los ladridos de los perros. La profesora grita vamos, vamos a clase ..".
Luego de una vivienda sale Jhoan, a quien sigue Kevin, su hermano menor, y su madre, Ximena, quien es la encargada del restaurante escolar.
Huele a caña, huele a panela, huele a Caldas, en este lugar casi oculto y desconocido, que por fortuna no es olvidado del todo gracias a docentes como Eliana.
Jhoan encabeza el grupo. Y su relato fantástico corre como el viento que acaricia la loma y refresca las hojas y flores.
Cuenta que una noche se le fue Kandy, su perro. "Yo lo abrazaba, yo lo acariciaba, yo lo quería, yo lo llevaba a pasear". Una noche en su casa escucharon un chillido. Para el niño fue el diablo, y no un animal grande. Un día halló unas huellas y cree que su mascota está prisionera del demonio en el monte. "Cuando yo crezca la voy a ir a buscar".
La caravana escolar está más nutrida. Por estos sitios todo es subir y bajar, y viceversa. Y justo a media ladera como un balcón sobresale la escuela. Es de techos de eternit, paredes de blanco y rojo y de muros de ladrillo a la vista. Tiene un salón; cocina, restaurante; biblioteca; baño interno; dos baños en la parte de atrás: uno para mujeres y otro para hombres, ambos con cortinas en vez de puerta. Está deteriorada y preocupan los hundimientos en el aula y en la pared de la biblioteca que linda con el patio y un cultivo de plátano.
"A los niños les digo que deben luchar por prepararse y salir adelante. Los comprometo para que sean profesionales, sin importar que estén aislados de la sociedad".
Cada día es una fiesta. Los niños reciben a la profe con besos y abrazos. Es hora de las clases. Juan Esteban Cañas, presente; Valentina Loaiza, presente; Leidy Tapasco, presente...
Ese lunes cerca de 300 mil profesores de Colombia seguían en paro. En Caldas 2.200 de los 4.500 profesores atendieron el llamado, lo que significó que 35.000 de los 92.000 alumnos estuvieron por fuera de las aulas durante 25 días hábiles. En Bogotá, el Gobierno y el sindicato Fecode les daban vueltas y más vueltas a las negociaciones sobre reajustes salariales y mejoras en el servicio, consagrado como derecho constitucional, en un país que apenas aspira a ser el mejor educado de Latinoamérica en el 2025.
En La Soledad, a unos 380 kilómetros de la capital y muy lejos de condiciones ideales de enseñanza, la profe y sus alumnos estudiaron duro y parejo, y el viernes salieron a vacaciones, el mismo día que concluyó la protesta del magisterio. Ella terminó el viaje y, como cada día, de una inició a sembrar sus semillas de aprendizaje. "¿Niños hicieron las tareas?", Sí. "Bueno vamos a revisar y a repasar".
Ahora todos sacan el cuaderno de matemáticas. Las preguntas, unas más corchadoras que otras, son seguidas: ¿9 por 8?, ¿8 por 6?. Luego viene el refrigerio que al igual que el complemento de almuerzo son subsidiados por el Estado.
Entre clases y charlas pasó la mañana del primer día de la semana. Afuera, espera Crisanto con su yegua Gitana. El retorno para la educadora, por el mismo camino, es en bestia.
"A los padres les digo que visualicen a sus hijos graduándose y yendo a la universidad. Que no los limiten y los apoyen".
De nuevo pasará por los mismos cañaduzales, pantanos, huecos, precipicios, mandarinos, silencios, los sectores de la Mica, Guayacán y por fin el portal, donde tomará su moto y de regreso a casa, esta vez pasando por la zona urbana de Filadelfia.
En el camino, Crisanto le contará otra vez que los duendes le hacen malas jugadas poniéndole obstáculos para que se pierda por los viejos caminos del norte de Caldas.
La ruta tiene su último sobresalto entre la cabecera municipal y Varsovia en la conexión del norte de Caldas con Manizales. La caída de piedra es constante en las obras por una falla geológica. Barbas, personaje pintoresco de la zona, se encarga de retirar las piedras y de impulsar la moto de Eliana.
El resto de la ruta para la profe es acompañada por su ansiedad de llegar al hogar en el barrio Fátima. Allí la esperan su esposo y su hijo. "Es mejor que duerma en la vereda para que no tenga que hacer ese viaje todos los días", le ha sugerido el rector.
Sin embargo, ella siente que debe estar todos los días cerca de sus dos grandes amores: la familia y los niños de la escuela La Soledad, que también le corresponden a ese cariño, riendo y si es preciso limpiándole las lágrimas como aquel primer día de clases con ella.
"Me deseo es envejecer y morir siendo maestra, y que cada niño al que yo enseñe siempre recuerde que debe luchar por ser el mejor".
A quienes enseñan y han enseñado en las veredas de Colombia
A ellos
ESTE TRABAJO FUE REALIZADO POR:
ÓSCAR VEIMAN MEJÍA, FREDDY ARANGO Y JOHNNY GUTIÉRREZ