“Salir del clóset no es fácil, pero ocultarlo restringe la felicidad”, coinciden las y los entrevistados de la población Lesbiana, Gay, Bisexual, Transgénero, Intersexual y Queer (LGBTIQ), quienes enfrentan violencia y discriminación generada por prejuicios y estereotipos. La familia es el primer espacio donde se sienten marginados o marginadas.
A Jayky quisieron llevarla a un psiquiatra para “curarla” y que deje de usar prendas femeninas. El hermano de Herlan le habla de mujeres y él piensa que sospecha que es homosexual. A Jhoel lo encerraban para que no hable más con chicos. Las amigas de Briseyda dejaron de hablarle cuando supieron que a ella le gustaban las mujeres. A Neffy le quitaron su trabajo tras enterarse que es gay y VIH positivo. Óscar estudió en un colegio católico donde le decían que los gais y lesbianas no viven un “amor real” y que no pueden ser padres o madres. Daniela se postuló a instituciones donde requerían pedagogas, pero cuando se identificó como mujer transexual no la contrataron. Rodrigo se ha sentido lastimado por personas que califican a la población LGBTIQ como promiscuos, enfermos mentales, entre otros términos discriminatorios.
Mientras las banderas arcoíris flamean el Día Internacional del Orgullo LGBTIQ, que se celebra cada 28 de junio, muchos casos de violencia, acoso y discriminación por orientación sexual o identidad de género quedan en la impunidad. Algunas personas logran “salir del armario”, mientras otras permanecen ocultas.
JAYKY SE ABRE PASO EN EL MODELAJE A sus 22 años va conquistando las pasarelas en Cochabamba. Jayky, quien se identifica como gay travesti, sueña con ser una modelo reconocida y presentadora de televisión.
Kevin es el nombre que le pusieron sus padres, pero ahora sus amistades la llaman Jayky. A ella no le incomoda su nombre de varón, igual lo ama. “Tiene un significado muy grande, es mi esencia. No pienso cambiarme el nombre porque es parte de mí, de lo que he vivido y de todo mi esfuerzo”.
Hace poco más de un año y medio hizo un cambio drástico en su vida. Kevin bailaba Kpop y comenzó a hacerlo vestida de mujer. Subió algunas fotografías a sus redes sociales y eso llamó la atención de su familia que sabía que amaba el baile, pero no entendía por qué estaba usando prendas femeninas.
Salió del clóset en enero de 2020, aunque supo de su orientación sexual hace unos 12 años. Eligió el día de su cumpleaños para hacerle conocer a su madre que era gay travesti y que no tenía la intención de someterse a cirugías para hacerse cambios en su aspecto. Su mamá le dijo que “eso no era de Dios” y le expresó la preocupación que sentía por la reacción que tendrían sus familiares.
A Jayky le interesa lo que piense su mamá y sus cinco hermanos. Antes de hablar con su mamá, les dio la noticia a sus hermanas y hermanos; uno quiso llevarla al psiquiátrico porque presumía que tenía un problema psicológico, mientras otra le advirtió que sería su culpa “si le daba una embolia o afectaba la salud de su madre”. Su hermana mayor la recibió con los brazos abiertos y le hizo conocer su apoyo no solo verbalmente, sino obsequiándole vestidos, joyas y mimándola. Sus otros dos hermanos le dijeron que respetaban su decisión y que solo querían que sea feliz.
“No podía seguir ocultándolo. Es feo vivir así, con tu ser ahí dentro y sin poder sacarlo, es horrible”, señaló.
Desde entonces, Jayky se siente liberada, pero no ha sido un camino fácil. Su mamá la trata diferente desde que supo de su orientación sexual y no le gusta que use prendas femeninas, mientras su abuela materna la halaga diciéndole “k’acha cholita” (linda cholita, traducido del quechua al español).
La joven, modelo andrógino, también se enfrenta a la sociedad. Hay personas que la miran de pies a cabeza y murmuran en las calles. “Mira ese marica, cómo va a mostrarse así”, escuchó cuando estaba por el mercado. Jayky algunas veces responde con un saludo amable y otras ignora esos comentarios.
Actualmente, trabaja como secretaria en el Movimiento Libertad LGBTI+ de Cochabamba. Ella se graduó de la Academia Leire Models y continúa formándose en Top Moldels GJ. Tuvo que suspender sus estudios en Comunicación Social por cuestiones económicas, pero pretende retomarlos.
"SER HOMOSEXUAL NO ES PECADO NI DELITO" A Herlan Eguez, de 18 años, le preocupa la reacción de su padre, quien se educó en una familia homofóbica, cuando se entere que es homosexual.
A sus 10 años descubrió su orientación sexual. Al principio pensó que admiraba el cuerpo masculino pensando que él también quería verse igual, pero luego supo que se sentía atraído por las personas de su mismo sexo.
Aguarda el momento oportuno para contarles a su padre y a su hermano. Su mamá y sus dos hermanas ya lo saben y lo apoyan, aunque no fue un proceso fácil. Su madre, cuando lo supo, le dijo que eso era “pecado” y que no era aceptado por la iglesia. “Me hizo sentir mal y decidí volver a La Paz”.
Casi dos meses después, el joven volvió a Cochabamba. Su madre lo recibió, le expresó su amor y le hizo conocer que siempre lo apoyaría.
“Ser homosexual no es pecado ni delito. No es una enfermedad, ni se puede cambiar. Solo pedimos respeto y apoyo principalmente de nuestros padres y hermanos”, dijo.
Su hermano le habla de chicas y él piensa que sospecha que es homosexual y quiere cambiarlo. “Solo me gustaría que mi familia me entienda. Mi papá y mi hermano, cuando esté preparado para decirles”.
Algunas de sus amistades de colegio se alejaron de él cuando supieron de su orientación sexual. Para Herlan eso no es un problema. “Se quedaron los verdaderos amigos y llegaron otros más con los que me siento cómodo”.
NO PUEDE IR A CASA VESTIDO DE MUJER Para Jhoel Álvarez, quien tiene 18 años y se identifica como gay transformista, fue un proceso doloroso “salir del armario” en una población donde creía que era la única persona con una orientación sexual diferente, en Potosí. A sus 15 años reveló que le gustaban los de su mismo sexo y que le agradaba lucir femenina. Su padre no aceptó su relación homosexual, con alguien mayor, y reaccionó con violencia.
Era encerrado para que deje de hablar con chicos, mientras sus tíos le exigían que cambie porque para ellos no era normal.
“En mi mente me decía tienes que cambiar. Salí con chicas, pero no me llamaban la atención”.
Jhoel no quiso que su familia sufriera por su orientación sexual y decidió abandonar su casa siendo adolescente, y migró a Cochabamba. Ha pasado momentos complicados lejos de su familia, pero con la firme decisión de no volver al clóset.
Todavía siente discriminación por sus familiares y otras personas. Sus tíos le exigen que si va de visita a Potosí no lo haga usando prendas de mujer o maquillaje. Algunos compañeros también le molestaban por su forma de ser y por usar pantalones ajustados. “Antes de salir (del armario) escuchaba que hacían comentarios malos, se referían de otra persona como maricón y eso era un trauma. Ahora, puedo gritar, no tengo vergüenza de decir que soy gay porque no es delito y no le hago daño a nadie”.
Jhoel encontró una familia en colectivos LGBTIQ en Cochabamba. Sueña con ser estilista profesional.
“MI FAMILIA DICE QUE ME ACEPTA, PERO NO QUIERE QUE SEA VISIBLE” Briseyda, una persona no binaria, siente que salió tarde del clóset, pero aseguró que desde entonces comenzó a vivir.
Tiene 34 años y obtuvo su título de psicóloga geriátrica en España. Ahora, estudia radiología en Cochabamba. A sus 27 años reveló su orientación sexual cuando su familia la presionaba por no tener novio y le decían “se te va a pasar el arroz” o “que se le iba la edad”. “Al principio pensé que era lesbiana, pero luego me fui encontrando y no me sentía ni como hombre ni como mujer. No me identifico con ningún sexo”.
Briseyda piensa que su familia lo sospechaba y solo esperaban una confirmación. Siempre vistió camisas y pantalones jeans, nunca le gustó los vestidos. Tenía el cabello largo y fue cortándoselo de a poco.
“Mi familia no lo tomó tan mal. Ellos dicen que me aceptan, pero no quieren que me expongan o sea visible, pero lucho contra eso (…). Cuando decidí cortarme el cabello también fue un proceso, primero fue melena y así poco a poco para que vayan adaptándose. Las familias necesitan ese tiempo y tenemos que ser pacientes ante los cambios que también ellos viven”.
Contó que otro espacio donde sintió discriminación fue con su círculo de amistades. Algunas de sus amigas se alejaron diciéndole que “les mintió toda la vida”. “Tampoco vas a salir con un letrero. Se han alejado muchas personas, pero sigo con mi vida. La que tiene que ser feliz soy yo, nadie más”.
“SOY UNA PERSONA LGBTIQ PRIVILEGIADA” Oscar Romero, que se identifica como queer, se siente bendecido y privilegiado porque su familia lo aceptó y apoyó tras que dejara el clóset.
Al principio, sintió miedo porque sabía lo que pensaban de la población LGBTIQ. “Cuando les dije que era parte de la comunidad empezaron a cambiar y reinterpretarlo como algo normal. Podría decirse que no fue muy difícil para ellos aceptarlo, pero antes veía cómo veían a los que somos parte de la comunidad y por eso me daba miedo decirles. Al final, fue algo bueno, toda mi familia me aceptó”.
Oscar, de 23 años, sintió sus derechos vulnerados en el colegio porque al que asistió, uno católico en La Paz, reforzaba la homofobia. Les decían que las relaciones de gais y lesbianas no duraban, que “no eran reales” y que eran unos “depravados”.
“Nos decían que dos hombres o dos mujeres no podían cuidar de un hijo, pero eso es mentira porque un niño necesita amor. Es un prejuicio que surge de otro prejuicio que dice que se necesita un hombre y mujer para la crianza de un hijo o hija”.
“SOY GAY Y SOY PAPÁ” “Mi hija lo es todo en mi vida. Me siento bendecido y realizado”, dijo Neffy Carvajal, abogado y director general del Movimiento Libertad LGBTI+, en Cochabamba. Para él y su pareja no hay nada más importante que su niña, a quien crían con mucho amor, con ayuda de las abuelas.
Para Neffy, de 30 años, salir del clóset fue un proceso difícil porque vivía en una familia de tíos militares y homofóbicos. “En mi vida tendré un hijo maricón”, dijo su tío cuando supo de su orientación sexual durante una reunión familiar.
Ese día, una de sus tías, que siempre lo apoyó, decidió presentar a Neffy como se identificaba.
“Él es mi sobrino, es mi hijo y es gay. El que no lo acepte puede levantarse de la mesa e irse”.
Su mamá no entendía qué estaba pasando. Sugirió que sea “tratado” en un psiquiátrico. Su hermana le hizo entender que no estaba enfermo, no estaba loco, ni tenía algún desorden mental. Desde entonces, su mayor fortaleza es su madre, quien se ha convertido en el sostén de muchos jóvenes LGBTIQ.
Neffy se fortaleció con los años. Fue discriminado en el ámbito laboral y de acceso a la salud. Lo despidieron argumentado que su jefe se había enterado que era gay y que tenía VIH, y no lo quería más en la empresa. Le ofrecieron un cheque y le quitaron su cargo.
Suspendieron su operación cuando estaba a punto de ingresar a sala de cirugía porque revisaron su historial, donde constaba que era VIH. Desde entonces, ha trabajado por hacer respetar no solo sus derechos, sino de la población LGBTIQ y de toda persona en situación de vulnerabilidad.
“Me volví más fuerte y enfrenté la vida. Ya no agacho la cabeza”, dijo Neffy a tiempo de pedir respeto para los colectivos LGBTIQ.
DANIELA ES UNA MUJER TRANSEXUAL TITULADA, PERO NO ENCUENTRA TRABAJO “Soy pedagoga, pero no encuentro trabajo. Me presento, pero cuando me identifico como mujer transexual todo cambia”, lamentó Daniela Colque, vicepresidenta del colectivo LGBTI de Oruro y representante a nivel nacional.
El 98% de las mujeres transexuales ejerce el trabajo sexual por falta de oportunidades laborales. Sus denuncias por discriminación en el ámbito laboral no son tomadas en cuenta y son consideradas “una burla”, según Colque.
Daniela dejó su hogar a sus 15 años. Su familia no aceptó su identidad y orientación sexual.
“Les cayó como un vaso de agua fría que quiera ser mujer, ponerme tacones y pintarme los labios. Mi familia no quería saber nada y tuve que hacerme independiente y buscar alternativas laborales”.
Daniela destacó que muchas están estudiando, persiguiendo sus sueños y espera que las autoridades las tomen en cuenta como profesionales. La discriminación hacia las mujeres transexuales también se da al interior de la comunidad.
“ALGUNOS NO SALEN DEL CLÓSET Y VIVEN UNA VIDA QUE NO ES SUYA” Rodrigo Flores, quien se identifica como bigénero, es presidente del colectivo TLGB de Oruro. Tiene 26 años y es estudiante de Medicina.
“Soy una persona de la comunidad TLGB desde que tengo uso de razón. He salido del clóset a los 14 años. Gracias a Dios he tenido el apoyo de mis padres, hermanos, tíos y demás familiares y me siento contento con mi identidad”, señaló.
Rodrigo dijo que muchas personas de la comunidad “no salen del armario” por la discriminación, odio, crímenes, violencia que ejerce gente homofóbica que no entiende que el amor entre personas del mismo sexo es igual al que se da en parejas heterosexuales.
“Algunas personas TLGB se cohíben y deciden vivir una vida que no es la suya; se casan y tienen familias e hijos, pero es como su estuvieran viviendo una mentira. Son muchos los aspectos que les hacen tomar esa decisión, entre ellas la familia, la sociedad y la iglesia. Dios nos ama a todos tal cual somos”, reflexionó.
Dijo que hay avances, pero aún falta para que la gente no vea a la población LGBTIQ como “anormales”. La Ley Municipal 078 de “Respeto a los derechos humanos de las personas con diversa orientación sexual e identidad de género en el municipio de Oruro” fue promulgada en 2019 y, en uno de sus artículos, promueve la creación del Consejo Ciudadano de las Diversidades Sexuales y/o Genéricas de la Población del Municipio de Oruro como instancia de asesoramiento, coordinación y análisis que impulse la defensa de los derechos humanos de las personas con orientación sexual e identidad de género diversa. Sin embargo, Rodrigo dio a conocer que no se activó el Consejo Ciudadano a dos años de la ley, pese a que hicieron las solicitudes formales en varias oportunidades.
LOS DERECHOS DE LA POBLACIÓN LGBTIQ SE QUEDAN EN PAPEL Al menos el 75% de las denuncias que se conocen en los colectivos es por violencia, discriminación y desalojo de sus hogares.
La Constitución Política del Estado reconoce las diversidades sexuales. La Ley 045 Contra el Racismo y Toda Forma de Discriminación, la Ley 807 que reconoce el derecho a la identidad de género de hombres y mujeres trans, la Ley 342 de la Juventud, la Ley 348 Integral Para Garantizar a las Mujeres una Vida libre de Violencia y otras leyes, normas municipales y convenios internacionales en favor de la población LGBTIQ no se cumplen y se quedan solo en papeles, según representantes de colectivos.
Para Rodolfo Vargas, presidente del Colectivo TLGB de Bolivia, las normativas no están siendo cumplidas porque las autoridades no adoptan medidas de información para la sociedad en general. “Solamente las personas activistas de la comunidad TLGB la conocemos y pedimos que se cumpla. Muchas autoridades anteriores y actuales las desconocen, al igual que gran parte de la población boliviana”.
Vargas también se sintió discriminado en el espacio laboral porque no comprendieron que su orientación sexual no afectaba su profesionalismo.
“En ese momento, permití que vulneraran mis derechos porque no existía normativa en la que pueda ampararme, pero ahora no dejo que nadie me vulnere los derechos por ser parte del colectivo TLGB de Bolivia. Me siento empoderado por todo el proceso de conocimiento de las normativas y el crecimiento que tengo como persona”.
Sobre la vulneración de derechos, Neffy Carvajal, abogado y director general del Movimiento Libertad LGBTI+ de Cochabamba, acotó, por separado, que reciben al menos 10 denuncias por discriminación cada semana, pero ninguno de los expuestos ante la Justicia ha sido aceptado. “Nos piden una serie de pruebas, la Ley 045 es vista como leve. Si los fiscales y jueces analizarían los casos y vieran que somos discriminados entonces la Justicia sería distinta”.
Carvajal señaló que las autoridades esperan a que la víctima sea agredida físicamente. “Es increíble. Hemos tenido casos con dos días de impedimento que no proceden con el argumento de que tiene que tener al menos 10 días de incapacidad, cuando la ley dice otra cosa. No podemos mandar a conciliación ningún caso, ni de discriminación”.
Al respecto, Vargas señaló que la vida de las mujeres lesbianas, hombres gais, personas bisexuales, mujeres y hombres transgénero, y de personas con expresiones de género diversas siguen estando expuestas a múltiples formas de violencia por prejuicios. “Hay muchos cambios que se dieron y que favorecen al respeto a la comunidad TLGB en el país. Sin embargo, todavía el machismo y el patriarcado siguen influyendo en la sociedad para que no exista una completa aceptación y respeto a la diversidad sexual y genérica”.
En Bolivia, 65 “crímenes de odio” con muerte se han registrado en los últimos 10 años. Solo dos cuentan con sentencia por asesinato de mujeres transgénero; los casos de Dayana Kenia Zárate en Santa Cruz y Litzy Hurtado en El Alto, La Paz.
Dayana, nacida en La Paz, era una joven trabajadora y soñadora que decidió buscar nuevos horizontes y arribó en 2013 a Santa Cruz donde abrió una discoteca. En esa ciudad, ella podía vestir prendas femeninas y ser mujer, mientras en el occidente sus padres desconocían su identidad, aquella que conocieron cuando Dayana fue asesinada por su enamorado el 1 de abril de 2016. Álex Villca, su pareja a quien le dio trabajo, fue condenado a 30 años de presidio, sin derecho a indulto, el 24 de noviembre de 2017.
La otra sentencia se dictó hace un mes. Casi tres años antes, en diciembre de 2018, Litzy fue asesinada por un grupo de hombres que la insultó, empujó, golpeó y apuñaló con un destornillador porque no toleraba su identidad de género. Un adolescente es el principal autor y la Justicia le dio la pena máxima considerando su minoría de edad, mientras los dos cómplices recibieron nueve años de presidio.
Los familiares de Dayana y Litzy rompieron los prejuicios y buscaron justicia por los asesinatos de sus hijas transgénero apoyándose en los colectivos hasta conseguir las sentencias.
Finalmente, el representante nacional, Rodolfo Vargas, pidió a la población que respete a las personas LGBTIQ, que vea su capacidad y liderazgo para construir una sociedad que celebre la diversidad y no la castigue o censure. Asimismo, a las autoridades les encomienda la tarea de adoptar acciones integrales de prevención, educación y respeto a los derechos que permitan transformar las estructuras de la violencia y generar una cultura que respete la diversidad como valor necesario para la democracia.