EL RETORNO DE DELIA
LA MIGRACIÓN Y DEPORTACIÓN DE UNA NIÑA NO ACOMPAÑADA
Escrito por: Lauren Heidbrink and Delia*
Ilustrado por: Gabriela Afable
*seudónimo
Me sentaba con Delia y su padre Rigoberto en el patio de la casa familiar, dándole sorbos al caliente atol de elote, mientras cerca estaban jugando damas dos de mis hijos con el hermano menor de Delia. Rigoberto comentó que habían crecido mucho mis hijos desde nuestra primera visita a San Marcos hace tres años. María Isabel, la madre de Delia, regresó al patio y le ofreció un sudadero a mi hija menor que estaba sentada en mis piernas degustando la dulce bebida de leche y maíz, reclamándome: “Tápele más, el aire de las montañas le hará mal”.
Conocí por primera vez a Delia en la base de la fuerza aérea de la Ciudad de Guatemala donde llegó después de ser deportada de un centro de detención para menores no acompañados de mi ciudad natal de Chicago. Posteriormente conocí a sus padres cuando llegaron desde San Marcos a un centro del gobierno donde Delia estaba retenida. Durante varias visitas y salidas en familia en San Marcos, poco a poco Delia y sus padres me compartían las razones por las cuales migró, su experiencia en centros de detención, lo difícil que es la deportación, y sus esperanzas para el futuro. Durante esta visita Delia describió la llegada de madrugada a Guatemala.
“El colchón siempre hacía ruidos cuando me daba la vuelta”. Delia no había dormido bien durante los últimos cuatro meses. El colchón era incómodo y hacia ruidos, el zumbido de las luces neón del pasillo y los ronquidos de siete niñas durmiendo en las literas del cuarto la desconcertaban, pero los gritos de las niñas que se despertaban de las pesadillas eran peores.
A las dos de la mañana un empleado agitaba a Delia para despertarla. “Levántate. Agarra tus cosas. Ya es hora".
“¿Hora de qué?”, preguntó Delia, desorientada.
“De tu vuelo a Guatemala".
Delia estaba siendo deportada.
Delia tiró sus pocas pertenencias en una bolsa de basura negra y abrazó deprisa a Amelia, su compañera de litera. Había estado tan solo cuatro meses, pero durante la detención, o “atención en un albergue”, como lo denominó eufemísticamente el personal de los empleados, Delia y Amelia eran inseparables. Se consolaban cuando se sentían frustradas por la incertidumbre de sus futuros, ansiaban un café prohibido, se aburrían de las mismas películas de acción que se repetían a todo volumen o añoraban a sus amigos en su Guatemala natal.
La salida repentina de Delia no la dejó despedirse de sus nuevos amigos o prepararse para el regreso. Delia sabía que este día se acercaba, pero los empleados del centro de detención explicaron que no dan previo aviso de la fecha u hora de la salida inminente a los menores por temor a que se fugaran.
"Fue un momento difícil. Quería quedarme en Estados Unidos, pero no en ese lugar. Allí hice amigos y no quería decirles adiós. No sabía qué pasaría con ellos o si los volvería a ver. Allí se convirtieron en mi familia, sólo ellos saben cómo era realmente, pero también extrañé a mi familia y mi país. Fue confuso".
El coordinador de transporte de la instalación, un exmiembro del ejército, la llevó al aeropuerto O’Hare de Chicago.
De 2010 a 2019, el número de menores migrantes no acompañados provenientes principalmente de Centroamérica y México que fueron detenidos por agentes de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de E.E.U.U. aumentó casi cuatro veces, de 18,168 a 76,020 menores. El cuarenta porciento del total de menores no acompañados detenidos en E.E.U.U. son guatemaltecos. Según la Secretaría de Bienestar Social de Guatemala, el 95% de menores deportados son menores indígenas como Delia provenientes del altiplano occidental.
Delia fue detenida por la patrulla fronteriza afuera de Nogales, Arizona, después de un mes viajando por México por bus y tren y dos días caminando por el desierto de Sonora. A Delia la clasificaron como menor no acompañada y la trasladaron a la Oficina de Reubicación de Refugiados (ORR por sus siglas en inglés) y se quedó en uno de los cien centros del ORR. Delia tenía la esperanza de reunirse con su hermana mayor que vivía en Maryland, sin embargo, su hermana no completó los trámites necesarios para asegurar su liberación, por temor que el gobierno de Trump estuviera buscando a los patrocinadores indocumentados.
En vez de quedarse en detención, Delia decidió solicitar la salida voluntaria. Delia voló de Chicago a Mesa, Arizona, uno de los centros aéreos de la Oficina de Inmigración y Protección de Aduanas de E.E.U.U. (ICE por sus siglas en inglés) en donde subió a un vuelo contratado hacia Guatemala.
De 2010 a 2014 ICE deportó a 930,435 personas a 185 países, siendo Guatemala el país de destino más frecuente. Desde 2015, ICE Air ha deportado a aproximadamente 100,000 personas cada año. Los vuelos de ICE Air representan un negocio grande. ICE paga un promedio de $8,419 por hora de vuelo sin importar el número de personas a bordo. La auditoría del Inspector General del Departamento de Seguridad Nacional instó a ICE que llene los asientos vacíos para reducir costos. No han cesado las deportaciones a Guatemala, incluso de menores no acompañados, aún con el riesgo de más contagio de COVID-19 en el mundo.
Así describió Delia el vuelo:
“[El coordinador de transporte] entregó algunos papeles a inmigración. El oficial me puso una pulsera. Tenía mi nombre, foto, fecha de nacimiento, un número [registro de extranjero]. Nos dieron pulseras a todos. Me sentí como vaca etiquetada. Me registraron para asegurarse de que no tuviera nada en los bolsillos. Incluso miraron en mi boca. Nadie tenía cordones ni cinturones. Fui una de las últimas en subir con los otros niños.
Había en su mayoría hombres, pero también algunas mujeres. Todos tenían esposas, que unían sus pies con sus muñecas. Un hombre parecía que acababa de salir del desierto al avión; realmente olía. Todos parecían cansados y nerviosos, como yo.
Fue un vuelo largo. Estuve mirando por la ventana. Nunca había visto nubes tan cerca. Pensaba como seria tocarlas. Quería andar entre ellas.
Nos dieron una bolsa con un sándwich, una barra de granola y una botella de agua. No sabía lo hambrienta que estaba. No había comido en todo el día. Un poco antes de aterrizar, los oficiales les quitaron las esposas a los adultos para que pudieran comer. Tenía muchas ganas de ver a mi familia, pero sabía que les había fallado y que les había decepcionado. Me había decepcionada a mí misma. ¿Como podemos sobrevivir?"
En la base de la fuerza aérea de la Ciudad de Guatemala, los oficiales dirigieron a Delia y a los otros 130 retornados por unas gradas de metal a un edificio cualquiera de cemento. Entraron de una sola fila, arrastrando los pies, y con las cabezas agachadas.
La música de marimba resonó cuando los adultos entraron pesadamente en el edificio. A un lado, un mostrador de Banrural anunciaba servicios financieros a los retornados, ofrecía cambiar dólares a quetzales. Por otro lado, se exhibieron carteles de empleo para un centro de llamadas multinacional:
Encuentra las mejores ofertas de empleo en Guatemala!
¡Comienza con un gran empleo el día de hoy! ¡Salario mensual: Q5,500.00 incluyendo bonos!
Los anuncios buscaban atraer a los retornados de habla inglés a trabajar a la creciente industria guatemalteca de los centros de llamadas multinacionales.
Mientras los retornados se sentaban y esperaban el trámite, una mujer con sombra de ojos brillante y mejillas rosadas vitoreó con entusiasmo en una mezcla de español y k’iche’:
"¡Bienvenidos compañeros! ¡Bienvenidos héroes! Ricos o pobres, grandes o pequeños, hombre o mujer, lo que seas, son compatriotas. It ko chupan ri a tinamit ki kin ri ka winiäq. Ya estás en tu país y con tu gente. Este es tu patria.”
Un hombre se burló desde su silla de plástico blanco: “No hay nada que celebrar aquí.”
El representante del Ministerio de Relaciones Exteriores le contestó: “Porque hay personas que se van y nunca regresan. Si está sentado aquí, en una de estas sillas, es alguien que ha arriesgado mucho, alguien que se ha sacrificado por sus familias y sus comunidades. No hay razón para avergonzarse”.
En entrevistas con los empleados que estaban procesando a los deportados me dijeron repetidamente que les ofrecen a los retornados una variedad de servicios, incluyendo un examen médico, evaluaciones de salud mental, pasaje de autobús para regresar a sus comunidades de origen. Nunca vi dichos recursos durante cinco años de investigación, tiempo en el cual observé diecisiete vuelos de deportación.
En el mejor de los casos, algunos migrantes utilizaron el teléfono público a menudo roto o se les ofreció ocasionalmente una bolsa marrón con un sándwich y un jugo. Más a menudo, los repatriados eran registrados y liberados a la entrada de la base militar, donde pedían prestado un teléfono celular para llamar a un miembro de su familia o mendigaban el pasaje del autobús.
Al reconocer la creciente demanda de servicios, algunas rutas de autobús se extendieron al frente de la base militar, al igual que los polleros que ofrecían tratos para regresar a Estados Unidos. Algunos deportados volvieron a emigrar inmediatamente; otros regresaron a casa durante varias semanas o meses antes de volver a intentarlo.
Los menores no acompañados deportados son registrados de manera diferente a los adultos. Delia y otros ocho menores no acompañados fueron trasladados a un centro del gobierno llamado Casa Nuestras Raíces, en donde someten a los jóvenes a chequeos con un trabajador de caso y a veces un psicólogo y enfermera. Los jóvenes, cansados y ansiosos, tienen que contestar toda una letanía de las mismas preguntas y esperar hasta cuarenta y ocho horas para que lleguen parientes que muchas veces no reciben aviso previo o son avisados con poco tiempo de antelación de la llegada de sus hijos.
Delia esperaría dos días hasta que llegaran sus padres, Rigoberto y María Isabel. No se les había notificado el momento del regreso de su hija y tuvieron que pedir prestado dinero para el viaje en autobús de catorce horas desde San Marcos a Ciudad de Guatemala.
El viaje le daba miedo a Rigoberto y a María Isabel. Nunca habían visitado la Ciudad de Guatemala y sabían únicamente de las notorias maras que disparan contra los motoristas y de la policía corrupta que golpea a los conductores de autobuses y los pasajeros.
Después de deambular por la ciudad durante tres horas, Rigoberto y María Isabel llegaron al edificio y tocaron el timbre. Los empleados les dijeron que esperaran. Después de más de una hora, Rigoberto y María Isabel fueron llevados a una sala de espera donde se les indicó que miraran un video en un pequeño televisor colgado en la pared. El video relataba la violencia que enfrentan los migrantes en su camino a los Estados Unidos: la inclemencia del tiempo, la amenaza de las pandillas, los ladrones cocainómanos y los violadores en todo momento.
El video advirtió: “Es su responsabilidad ser buenos padres y mirar por sus hijos. No los pongan en peligro”.
El video no mencionó los índices de violencia en Guatemala. En 2018, hubo 3,881 homicidios, 4,246 asaltos agravados y más de 2,500 personas desaparecidas. Ignoraba la estadística que el 79 porciento de las personas vive en pobreza extrema o que en Guatemala hay índices de desempleo o subempleo que aumentan de manera muy drástica, especialmente entre los jóvenes indígenas. Ignoraba por completo las razones diversas por las cuales las personas como Delia deciden migrar.
En cambio, un trabajador de caso regañó a Rigoberto y a María Isabel: “Si su hija migra de nuevo, probablemente terminará muerta y estará en su conciencia. Dios no los perdonará. Y, si la devuelven nuevamente, ella y sus otros hijos serán retirados de su custodia. Serán enviados a la cárcel. Usted debe ser responsable de su hija; ella no es responsable de ustedes”.
No eran amenazas vacías. Ante la posibilidad de perder la ayuda económica de E.E.U.U., el congreso guatemalteco aprobó una serie de leyes para enfrentar el tráfico ilegal que incluye multas de hasta cincuenta mil dólares y encarcelación para los padres cuyos hijos llegan sin acompañamiento a E.E.U.U.
Esta explicación no fue nada nuevo para Rigoberto y María Isabel; habían soportado insultos de estúpidos, atrasados o brujos —en clínicas de salud, oficinas gubernamentales y escuelas— por ser indígenas.
Estos discursos racistas históricamente arraigados, son atroces y ordinarios por la forma en que el personal habla e interactúa con los padres y jóvenes indígenas. Observé un patrón de comportamiento degradante por parte de los empleados de la SBS al amenazar a los padres con llamar a la policía, quitarles la custodia de las niñas y presentar cargos por tráfico ilícito de sus hijos. De maneras ordinarias, el personal trataba a las niñas y a sus padres con faltas de respeto: les negaban la comida, no prestaban atención a las necesidades de productos de higiene, no permitían que los niños socializaran entre ellos, negaban a los padres el acceso a los baños de las instalaciones y los regañaban repetidamente por hablar en sus respectivos idiomas indígenas.
Después de varias horas, finalmente Delia fue entregada a sus padres. Se abrazaron en la sala de espera. En idioma Mam Rigoberto le dio la bienvenida a su hija, “Agradezco que estés segura, caminaremos juntos, sobreviviremos".
María Isabel le entregó a Delia el huipil, faja y corte para reemplazar sus jeans y sudadera diciéndole, “Deberías estar orgullosa de quién eres y de dónde vienes”.
Delia salió del baño, vestida con su huipil multicolor y corte oscuro. Ella me abrazó, agradeciéndome el té caliente y las galletas que compartí con sus padres durante su prolongada espera y prometió permanecer en contacto.
Volviéndose hacia sus padres, Delia susurró, “Es hora de regresar a casa. No somos bienvenidos aquí".
CRÉDITOS
Esta narrativa está basada en la publicación Migranthood: Youth in a New Era of Deportation (Stanford University Press 2020) y Migrantidad: La juventud en una nueva era de deportaciones (Universidad Nacional Autónoma de México, Centro de Investigaciones Multidisciplinarias sobre Chiapas y la Frontera Sur 2021), una etnografía de la migración y deportación de jóvenes centroamericanas escrita por la antropóloga Lauren Heidbrink. Esta investigación fue financiada por la National Science Foundation y American Council of Learned Societies.
Para saber más sobre esta publicación multimodal se puede visitar American Anthropologist donde encontrará un artículo de referencia, un guía de estudios y una reflexión en audio de la ilustradora.
Escrito por: Lauren Heidbrink & Delia
Ilustrado por: Gabriela Afable
Todas las ilustraciones © Gabriela Afable
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Image 1: Teenage girl with long dark brown hair wearing a blue skirt, multicolored güipil (traditional blouse), green sash, and brown sandals. With her right hand, she traces the railway lines on a red and pink map of Mexico © Gabriela Afable
Image 2: Teenage girl with long dark brown hair wearing a blue skirt, multicolored güipil (traditional blouse), green sash, and brown sandals. With her right hand, she traces the railway lines on a red and pink map of Mexico © Gabriela Afable
Image 3: A daughter, mother and father in the front of a brown door of their family home. The daughter sits on a concrete step to the left and her mother stands off to the right. Both are dressed in multicolored güipiles (traditional blouses) and blue skirts and have their arms crossed in front of them. The father sits to the right on a bench wearing light blue jeans, a denim shirt, and a tan cowboy hat. Vibrantly colored clothes are hung to dry in the upper left corner. © Gabriela Afable
Image 4: Four tan bunkbeds with blue mattresses flank a dark black doorway. © Gabriela Afable
Image 5: Two teenaged girls—one with a white shirt and red and green bracelet and one with a red shirt—hug each other goodbye. One has a forlorn expression while the other grimaces in response to their farewell. © Gabriela Afable
Image 6: A map of the United States and Mexico with the names of U.S. states. The map includes blue dots signifying Office of Refugee Resettlement facilities that detain children. A dotted red line in Mexico indicates Delia’s journey from Guatemala to the United States. A directional red line marks her flight from Arizona where she was apprehended to the Chicago detention facility. A second directional red line marks her flight from Chicago to an ICE Air hub in Arizona, and a third directional red line marks her deportation flight to Guatemala which is located off of the map. © Gabriela Afable
Image 7: Four people wearing handcuffs are pictured from the torso to their knees. One person holds a small white piece of paper. © Gabriela Afable
Image 8: An image of white clouds and blue sky.
Image 9: Two officials dressed in blue vests escort three children on the tarmac of Guatemala City’s Air Force based. A chartered blue and white airplane is parked in the background © Gabriela Afable
Image 10: The American flag and the Guatemalan flag are vertically positioned side by side © Gabriela Afable
Image 11: A man dressed in a blue shirt with his head looking over his right shoulder waits at an unattended welcome desk with two grey computers. On the wall is written: “Bienvenidos a Guatemala” (Welcome to Guatemala). © Gabriela Afable
Image 12: Three young people sitting at round tables in government facility where they await Guatemalan officials to release them to the custody of their family. Dressed in a white shirt and hair pulled back, Delia looks to the right. © Gabriela Afable
Image 13: The image consists of a blue and white exterior of government building with writing “Bienvenidos Casa Nuestras Raices.” © Gabriela Afable
Image 14: The background image is a patterned multicolored weaving traditional to Maya peoples of present-day Guatemala. © Gabriela Afable
Image 15: The image consists of a blue and white exterior of government building with writing “Bienvenidos Casa Nuestras Raices.” Delia is dressed in traje (traditional dress) of a multicolored güipil (blouse), dark blue corte (skirt), green faja (sash), and green and red bracelet. Her hair is pulled behind her. She holds an oversized, red satchel and stands outside of a blue and white government building with writing overhead “Bienvenidos Casa Nuestras Raices.” © Gabriela Afable
Image 16: Sky blue background color.
Credits:
Todas la ilustraciones © Gabriela Afable