SIETE PUÑALADAS Y UNA ASPIRINA
Existen muchas maneras de luchar. Ser líder social es una de ellas. Esto supone enfrentamientos y está claro que oponerse no solo trae descontentos, sino también riesgos.
Darío salió desde Montelíbano hacia Bocas de Uré un sábado por la mañana. La carretera estaba sola. Su única protección era Dios. En el camino se encontró con una mujer de quien no tenía recuerdo, solo se detuvo porque lo conmovió su brazo extendido. Se fue con ella. Antes de continuar, entraron a una estación de gasolina. Había dos hombres en moto, tenían poncho y la visera del casco abajo. Se quedaron viéndolo y salieron antes que él. Darío tuvo un mal presentimiento, pero no dijo nada. Retomaron la carretera donde ya estaban esperándolo. Uno de los hombres se bajó y metió la mano al bolsillo. “Esto es conmigo”, pensó Darío. Dio vuelta con la excusa de que había olvidado algo y regresó al pueblo. “Yo iba con el corazón en la mano”, dijo. Cuando llegó le confesó a su acompañante: “Yo no le quise decir nada para no preocuparla, pero esos dos hombres me iban a matar”.
No tiene certeza de quién es su enemigo, pero sí está convencido de que es muy grande. A la semana del intento por acabar con su vida, recibió una llamada:
-Se salvó. Se salvó de que lo matáramos- escuchó.
-¿Por qué me iban a matar?
-Solo le voy a decir que se cuide. Están pagando cinco millones de pesos por matarlo.
-Le doy seis para que me diga quién me quiere matar. Dígame dónde nos reunimos.
-A mí me cogieron, estoy en la cárcel. Pero mis compañeros están libres y van por usted. Yo le estoy avisando porque esa gente me dejó.
Nadie puede asegurarle a Darío que va a estar a salvo. Sin embargo, su lucha continúa. “Si me tengo que morir, me muero, pero haciendo el bien para mi pueblo”, dice convencido. Solo pide justicia y trabaja por ello. Se ha capacitado, es técnico en manejo ambiental del SENA pues una de sus más grandes preocupaciones es el medio ambiente. Su gente está padeciendo enfermedades, las quebradas, la fauna y la flora también han sufrido las consecuencias de la explotación de ferroníquel que convive con ellos.
Bocas de Uré es la comunidad de este líder, modesto, que no reconoce su labor y todo se lo atribuye a la gente. Las calles no están pavimentadas, el olor a tierra es penetrante cuando llueve y muy por la mañana se ve a las mujeres barriendo el frente de su casa, de la que se sienten orgullosas.
Junto a sus casas pasa la quebrada El Tigre, el agua es turbia, los peces mueren e incluso hay quienes aseguran que hace años que no se atreven a bañarse allí. En el centro del pueblo hay un elefante, dice Darío. Se levantó una estructura, una torre de concreto al lado de un complejo de tubos titulado acueducto. “Pero dígame qué tiene de acueducto eso, si el agua llega tal como la toman de la quebrada”, comenta Darío con una sonrisa irónica.
Cuando los niños bajan mangos y tienen manchas distintas a las habituales, la orden es no comerlos. “También hay que tener cuidado con la escoria”, advierten los más ancianos, esos vidrios chiquitos caen hasta los tejados y en ciertos momentos del día se alcanzan a percibir en el aire.
Felipe, de escasos cinco años, se esconde detrás de su mamá. Le gana la curiosidad y asoma medio rostro. Se rasca, vuelve a ocultarse detrás de su madre y continúa con su mano en la espalda. El brote, le pica, lo desespera, ya no hay crema que valga. Tampoco hay dinero para ir constantemente al médico. Resignación, esa es la palabra.
Limpiar la cascada, direccionar el aire y dar vida nuevamente a lo que se ha perdido en el ecosistema resulta imposible. Cerro Matoso no puede hacer nada y mientras la mina siga funcionando tan cerca de Felipe, Nilsa y todos los que viven a tan corta distancia, ni las casas nuevas, los proyectos de educación o brigadas de salud solucionan el problema de fondo pues es como propinar siete puñaladas y luego ofrecer una aspirina.
Luna Gómez Leguizamón
ESTO SOMOS
7:30 de la mañana. Los niños llegan para mostrarme sus marcas en la piel, pequeños granos y manchas blancas que rodean sus brazos, piernas y rostro. Volteo mi cara y lo primero que veo es un escolta con chaleco antibalas, es zona roja. Pero yo no veo nada feo, o sí, la pobreza en la que vive la comunidad. Es necesario recorrer 40 minutos y pasar por una carretera destapada- que según la población está mucho mejor- para llegar a Bocas de Uré en Córdoba.
No son más de 80 casas las que hay allí, hasta hace poco empezaron a tener este tipo de vivienda construida con cemento y ladrillos, antes solían ser pedazos de tablas y paja.
Tienen una maquinaria de tratamiento para el agua que llega de la quebrada, y se supone debería purificarla, pero no funciona. Los habitantes de esta comunidad consiguen el agua de pozos artesanales porque tan solo consumir o utilizar la de la quebrada les genera enfermedades en la piel e infecciones.
Jerson es un niño de 13 años de esta comunidad que desde los 2 meses ha tenido lesiones, brotes y alergias en la piel porque su madre, Beatriz Sandica, lo bañaba en la quebrada porque “no había dónde más”.
María Angélica Gómez B
PUEBLO FLECHAS
Basta con mirar las manos magulladas de los habitantes de Pueblo Flechas para identificar que su forma de subsistir es sembrando y recogiendo la mata que nos identifica como colombianos: la caña flecha. Estas personas salen de sus casas cuando el sol todavía no es una amenaza de quemar sus rostros, escogen las plantas florecidas y, bajo sus techos, junto con toda la familia, raspan la hoja hasta que obtengan la fibra y esté lista para trenzar el sobrero. Terminan el proceso después del mediodía para que este sea exportado. Como resultado, treinta mil pesos a cambio de una labor extenuante.
Lo primero que se ve cuando se arriba a Pueblo Flechas, ubicado en el departamento de Córdoba, es la tienda de la esquina. No hay direcciones en las casas, estas parecen identificarse con las célebres frases que tiene cada puerta.
Unas cuantas cervezas ayudan a bajar la sed que se siente al medio día en Pueblo Flechas que inevitablemente inmoviliza a las personas. Por una cuadra del lugar está un grupo de jóvenes escuchando vallenato, jugando billar y bebiendo. Por otra, la gente está sentada en sus casas sin afán. Y más abajo están las iglesias que reúnen a los feligreses.
María Camila Ricaurte
PULMONES DE NIQUEL
Ellos no escogieron crecer en un ambiente nefasto, contaminado y destruido por quienes se enriquecen estallando nuestros cerros.
LLUVIA DE VIDRIOS
El pez comienza a salirse de la quebrada porque el agua se calienta, la pérdida de oxígeno sumado con la contaminación es el causante de millones de peces muertos en el río San Pedro. Empiezan a aparecer enfermedades en la comunidad de Torno Rojo similares a los sectores más cercanos a Cerro Matoso. ¿Aparece un nuevo protagonista?
María Camila Ricaurte
PROCESO DE EXTRACCIÓN EN CERRO MATOSO
SIN GARANTÍAS
Creado en el año 1981, el sindicato de trabajadores SINTRA empezó su funcionamiento dos años antes del inicio formal de la empresa Cerro Matoso, cuando apenas se estaban realizando muestreos en el territorio, aunque ya se podían prever las afectaciones. Este grupo de personas ha ido creciendo en los 36 años de funcionamiento hasta ahora. Sus peticiones han sido principalmente por sus derechos como trabajadores, las comunidades y el medio ambiente.
El exigirle a la empresa sus derechos no ha salido bien, en el año 2015 cuando decidieron parar de trabajar y hacer huelga pacífica por el aumento del horario laboral de 8 a 12 horas, la empresa Cerro Matoso reaccionó despidiendo a varios de los funcionarios que se encontraban participando.
Este sindicato quiere mejores condiciones para los trabajadores que todos los días ingresan a la mina y se ven afectados por materiales y el ambiente contaminado que se genera por el procesamiento del níquel. No es suficiente con darles un uniforme y una máscara.
Iván Ramírez ha sido uno de los más afectados por su trabajo, tiene nódulos en los pulmones y como dice él “ya no le quedan más de cinco años”. Lleva más de 25 años trabajando en Cerro Matoso, pero sabe que el haber estado expuesto 18 años en el área de preparación de minerales, sin gran protección, es lo que ha generado su enfermedad.
María Angélica Gómez B
LA LUCHA
Fotografías: María Angélica Gómez B, Luna Gómez Leguizamón, María Camila Ricaurte