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Juan O'Gorman y la Ciudad de México

Este 6 de julio, celebramos el natalicio de Juan O’Gorman (1905-1982) pintor y arquitecto mexicano; su obra plástica es uno de los principales referentes de la modernidad del arte en nuestro país. A través de uno de sus más destacados lienzos, La Ciudad de México, hacemos un homenaje a la urbe que imaginó, construyó y criticó, a la par de que la repensamos y añoramos desde nuestra actualidad.

Juan O'Gorman, Autorretrato (detalle),  1950. Acervo del Museo de Arte Moderno. INBAL/ Secretaría de Cultura.

En los años 30, O’Gorman construyó casas y escuelas primarias bajo los lineamientos del funcionalismo, corriente arquitectónica que, entre sus principios, estaba elevar al máximo la eficiencia y utilidad de las edificaciones. Una de sus obras emblemáticas será la casa estudio Diego Rivera y Frida Kahlo, construida entre 1931 y 1932.

Sin embargo, cuando O'Gorman conoce la obra de Frank Lloyd Wright y los principios de la arquitectura emocional de Mathias Goeritz, modifica su línea de trabajo. Sus proyectos se caracterizarán por consolidar una integración plástica que da relevancia a los muros de las edificaciones y por el desarrollo de un estilo con un sentido nacionalista.

En 1949, el periódico Excélsior, con el apoyo del entonces Departamento del Distrito Federal, llevó a cabo el concurso titulado “La Ciudad de México interpretada por sus pintores” en donde participaron artistas como José Chávez Morado —quien obtuvo el tercer lugar con la obra Río revuelto— y Guillermo Meza.

O’Gorman obtuvo el primer premio con el cuadro La Ciudad de México,  un trabajo que ofrece una velada crítica visual al desarrollo modernizador frío y gris de la ciudad. No obstante, la obra fue considerada por los jurados como una visión que reflejaba el espíritu de la época —signado por la construcción de grandes proyectos arquitectónicos como los multifamiliares de Mario Pani, el fraccionamiento del Pedregal y Ciudad Universitaria—, frente a las otras propuestas presentadas, valoradas como visiones subjetivas de la vida capitalina.

José Chávez Morado, Río Revuelto, 1949. Acervo del Museo de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público.

A pesar de que en "La Ciudad de México" O'Gorman trasluce su preocupación por la acelerada modernización de la urbe, hoy en día, la obra es considerada como la aproximación a una metrópoli que crece exponencialmente, al tiempo que conserva algunos de sus símbolos más relevantes.

En este sentido, presentamos una descripción de los elementos que conforman la obra de O'Gorman, así como un análisis de sus componentes formales y simbólicos.

El mapa antiguo

En un primer plano y presentado al espectador a través de las manos de un arquitecto —presumiblemente el propio O’Gorman—, se observa la réplica de un mapa de la Ciudad de México del siglo XVI, atribuido al cartógrafo y cronista español Alonso de Santa Cruz. La autoría se ha disputado ya que por el diseño pictográfico del documento, similar al de un códice, cabe la posibilidad de que su manufactura haya sido indígena.

Debajo del plano aparece una cartela cuya inscripción señala que el cuadro presenta una vista de la capital mexicana desde el Monumento a la Revolución.

Mediante ambos elementos, O'Gorman contrasta la antigua ciudad lacustre —ramificada en sus canales naturales— con la urbe moderna, organizada bajo el principio de la cuadrícula renacentista, y sus avenidas y edificios de cemento.

Juan O'Gorman, fragmento de "La Ciudad de México", 1949. Acervo del Museo de Arte Moderno. INBAL/ Secretaría de Cultura.

El constructor

Con tan sólo 17 años, Juan O’Gorman conoció a Diego Rivera, quien pintaba su primer mural en el Antiguo Colegio de San Ildefonso. Quedó cautivado con las posibilidades de un arte público que, además, ponía como protagonista de la modernización del país a los obreros, quienes en su toma de consciencia de los abusos y contradicciones de la burguesía tenían la posibilidad de transformar el panorama social de México.

En La Ciudad de México, observamos la figura de un albañil de tez morena, vestido con un overol. En las manos porta una cuchara y un anteproyecto y, a sus pies, yacen la mezcla de cemento, un martillo, un cincel y una viga. Por la posición dentro de la perspectiva compositiva de la obra, se infiere que está en el Monumento a la Revolución.

Esta elección del artista es significativa. En su concepción original proyectada por el arquitecto francés Émile Bénard, el edificio sería un fastuosa construcción neoclásica que fungiría como sede del Congreso. La Revolución detuvo el proyecto. Fue retomado en 1933 por el arquitecto Carlos Obregón Santacilia, en colaboración con Oliverio Martínez quien concibió cuatro grupos escultóricos. Uno de ellos está dedicado a las leyes obreras, representadas mediante un conjunto de trabajadores portando overoles y sosteniendo un martillo y engranes.

Así, O'Gorman enfatiza el papel de la clase trabajadora en el proceso de transformación de la ciudad e invierte las jerarquías establecidas entre arquitecto-mano de obra.

Agustín Jiménez, "Oliverio Martínez. Leyes obreras", 1934. Cortesía Fundación Ricardo Martínez.

Detrás del trabajador, se distingue un muro de ladrillos rojos y cemento a medio construir. En lado opuesto, como si fuera un espejo, observamos un muro de piedra cuyo diseño y materiales remiten a las construcciones prehispánicas. O’Gorman representa de esta manera las aristas y contradicciones bajo las que la modernidad se alza y que dan paso a una ciudad renovada.

Juan O'Gorman, fragmento de "La Ciudad de México", 1949. Acervo Museo de Arte Moderno. INBAL/ Secretaría de Cultura.

Las alegorías

La pintura de Juan O’Gorman transita entre un realismo historicista y una fantasía de tintes surrealistas; esta simbiosis se ejecuta a la perfección gracias a su amplio dominio de la perspectiva y a su delicado uso del temple. Las pequeñas pinceladas —técnica que aprendiera de su padre el pintor Cecil Crawford O’Gorman— dotan de gran verismo y precisión a las imágenes representadas.

Juan O'Gorman, fragmento de La Ciudad de México, 1949. Acervo del Museo de Arte Moderno. INBAL/ Secretaría de Cultura.

En la obra, se aprecia al fondo la cordillera que rodea a la Ciudad de México. Destacan el Iztaccihuatl y el Popocatepetl encima de los cuales el pintor despliega una serie de elementos simbólicos. Flotan la serpiente emplumada, representación de Quetzalcóatl y principal divinidad del panteón azteca, junto al águila real del escudo nacional —que, según la leyenda, indicó a los mexicas el lugar marcado para establecer su ciudad— y dos mujeres envueltas en telas blancas, representaciones de España y de la cultura prehispánica, sosteniendo la bandera tricolor.

La ciudad representada

La obra La Ciudad de México presenta una vista panorámica en donde el artista nos deja ver, de manera simultánea el pasado, presente y futuro de la urbe capitalina.

Juan O'Gorman, La Ciudad de México, 1949. Acervo del Museo de Arte Moderno. INBAL/ Secretaría de Cultura.

Como se mencionó anteriormente, O'Gorman sitúa el punto de vista del espectador mediante el juego de la perspectiva y la cartela en la parte inferior de la obra que dice: “Aquí se presenta el corazón de la ciudad de México y como se ve desde arriba del Monumento a la Revolución en dirección oriente. Pintó Juan O'Gorman 1949.”

Juan O'Gorman, fragmento de La Ciudad de México, 1949. Acervo del Museo de Arte Moderno. INBAL/ Secretaría de Cultura.
Vista de la avenida Juárez, ca. 1950

Nuestra vista se extiende a lo largo de una vía principal, que identificamos como Avenida de la República, cuyo trazo recto presenta un primer cruce con Paseo de la Reforma, en donde se encontraba “el Caballito”, escultura ecuestre creada por el artista español Manuel Tolsá. Permaneció en ese sitio de 1852 a 1979. Fue trasladada a la plaza Manuel Tolsá, en la calle Tacuba.

Juan Guzmán, Cruce de Paseo de la Reforma y avenidas Juárez y Bucareli. ca. 1950

A un costado del cruce, casi a primera vista, podemos identificar el edificio “El moro” o de la Lotería Nacional. Fue inaugurado en 1946. Se distingue por su estilo art decó. Fue una de las construcciones más altas de la ciudad hasta la edificación de la Torre Latinoamericana.

Del mismo lado y hacia el fondo, se puede identificar el follaje de la Alameda Central y la cúpula del Palacio de Bellas Artes; no muy lejos se distingue también el campanario de la Catedral metropolitana.

Juan O'Gorman, fragmento de La Ciudad de México, 1949. Acervo del Museo de Arte Moderno. INBAL/ Secretaría de Cultura.

El final de la vía principal, ya convertida en avenida Juárez, cruza con Eje central y continúa hacia Madero, en ese entonces todavía una avenida abierta al tránsito vehicular. Podemos distinguir, por su característica torre, el edificio La Nacional —obra del arquitecto Manuel Ortiz Monasterio y considerado como el primer rascacielos de la ciudad— y el edificio Guardiola, construido por Carlos Obregón Santacilia en 1947. A su lado, apenas perceptible, se distingue el palacio de los Condes del Valle de Orizaba, popularmente conocido como La casa de los azulejos, inmueble de la época virreinal adornado con talavera poblana.

Juan O'Gorman, fragmento de La Ciudad de México, 1949. Acervo del Museo de Arte Moderno. INBAL/ Secretaría de Cultura.
Juan O'Gorman, fragmento de La Ciudad de México, 1949. Acervo MAM.

Hacia el otro lado de la composición, el primer edificio que se nos presenta es el Corcuera — también conocido como El Internacional —, hoy ocupado por un hotel. Al lado hay una edificación colonial en color rojo, diminuta en comparación con las construcciones modernas. También podemos reconocer el edificio de la Comisión Federal de Electricidad, el teatro Metropolitan y lo que era la estación de policía y bomberos —que actualmente alberga el Museo de Arte Popular—.

Al momento que O'Gorman pintó esta obra, a mediados del siglo XX, la ciudad atravesaba por uno de sus momentos de mayor urbanización. En las décadas siguientes, la capital de país sería escenario de diversas manifestaciones que transformarían a la sociedad mexicana.

En la actualidad, a lo largo del Paseo de la Reforma se elevan edificios más altos que los que O'Gorman pintó en su cuadro, en contraste con el crecimiento desigual en otras zonas de la urbe, a lo que se suma la casi total extinción del lago de Texcoco y la constante preocupación sísmica que acoge a los capitalinos. Más allá de su belleza, La ciudad de México de O'Gorman es una reflexión sobre el porvenir y desarrollo del lugar que, por ahora, habitamos un poco más allá de 8 millones de personas.

Cortesía de Oyuki Medina, "La ciudad de México", 2021.

Este contenido es producido exclusivamente con tiene fines culturales y educativos exclusivamente.