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"Mamá Julia" LONGEVA Y REBELDE

Le gusta llamar la atención, siente cuando la están grabando, tomando fotos o hablando de ella. Se ha vuelto mediática sin quererlo. Julia Flores Colque o “mamá Julia” como todos la conocen, tiene 117 años, es la persona más longeva de Bolivia y probablemente del mundo, aunque aún no está registrada en el libro de los récord Guiness.

Nació un 26 de octubre de 1900, en un pueblo del municipio de San Pedro de Buena Vista del departamento de Potosí. Actualmente vive en una casita en el municipio de Sacaba, junto a su sobrina Agustina Verna Flores, su esposo y sus tres hijos: Rosa, Guillermo y Moisés.

El día de la visita la encontramos en su dormitorio tomando un jugo nutritivo de quinua, cebada y leche Caramelo. No pasó ni 10 minutos y ella ya estaba lista para salir al patio. Sus andar es lento y esforzado, necesita un poco de ayuda para empezar a caminar y se apoya en su pequeño bastón. Logra desplazarse sin problema, conoce su camino.

Las arrugas en su rostro y sus manos son marcadas, sus cabellos blancos y suaves, su cuerpo diminuto y frágil, y sus ojos… chispas luminosas.

Solo habla quechua, aunque ahora no se comunica mucho por la avanzada edad y porque perdió la audición; aunque una de sus espontáneas sonrisas parece decirlo todo.

A pesar de los años aún se siente bien, no toma medicamentos, come de todo, cuida a sus animales y hasta tiene ganas de ayudar en las labores de casa, según cuentan sus familiares.

“Mamá Julia” muestra con orgullo su carné que certifica el largo recorrido que tiene en esta vida, pero también un dato que no pasa desapercibido: es soltera.

Cuando era joven tomó la decisión de no casarse. Un pensamiento que es común y cada vez más frecuente en este tiempo, pero muy cuestionado y desafiante en su época.

Su sobrina Agustina de 65 años cuenta que “mamá Julia” siempre le decía que “no me caso porque veo cómo sufren y lloran las mujeres por los hombres, yo no quiero eso, puedo seguir solita, ser feliz, no quiero sufrir”.

Este pensamiento rebelde y casi revolucionario en ese entonces no solo le permitió superar las adversidades y seguir firme hasta hoy, sino también transmitir su experiencia de vida a su sobrina nieta, Rosita, hija de Agustina.

“Ella siempre dice que no necesitamos de un hombre para poder salir adelante, que nosotras nos podemos valer”, relata la joven de 29 años; aunque no comparte del todo este pensamiento porque cree que también se puede encontrar a un compañero que sea un complemento en el camino.

La vida de Julia no fue fácil, desde pequeña tuvo que trabajar en la cosecha, cuidar ganado, realizar labores pesadas. “Yo podía hacer todo mejor que un varón”, es la frase que le repite a su sobrina nieta.

“Me pide que no me case”, añade Rosa.

A pesar de todo, tanto Agustina como Rosa consideran que tuvo una vida plena rodeada de sus animales y también de su música, que tanto disfruta. El charango y la tarka son los instrumentos que la acompañan en sus momentos de descanso. Aún tiene fuerzas para entonar melodías que a veces le hacen perderse en sus recuerdos.

Sus días transcurren tranquilos como si esperara lo inevitable. Rosa dice que se da cuenta que sus contemporáneos ya no están, que la gente que conocía se ha ido marchando y se pregunta: “Todos han fallecido de mi época, ¿por qué será?, ¿cuándo me llegará el tiempo a mí?

En los momentos en que piensa en la muerte se entristece sobre todo por su sobrina nieta porque no tiene nada qué dejarle. En su idea de vida, las abuelas deben dejar herencias, pero ella no tiene nada, incluso la casa en la que vive, no le pertenece, es del esposo de Agustina.

A Rosa esto no le importa. “Yo soy feliz con ella, la cuido porque es una forma de retribuir su cariño y todo lo que ha hecho por nosotros. Cuando mi mamá trabajaba, mamá Julia se quedaba y se hacía cargo de todo, nos ha sacado adelante”, relata la joven.

Este cariño también es compartido por Agustina que cuando solo tenía 20 años vino a buscar a Julia para cumplir la promesa que le hizo a su madre: cuidarla hasta el último día de su vida. Hoy tiene 65 años, hizo su familia, pero nunca se alejó de ella.

El trabajo de Agustina es sacrificado, se levanta a las cinco de la mañana para cocinar y hacer las labores del hogar.

“Yo se lo cocino, le gusta lawa de trigo, maíz, y siempre me pide con carnecita, invita al gato, al perro, a las gallinas, todo el día se la pasa comiendo (ríe a carcajadas), pide harto el plátano con pan, eso no tiene que faltar”, cuenta.

Un dato curioso es que a Julia le gustaba ver televisión, “manejaba bien el control, cambiaba los canales, pero ahora ya no puede porque se ha arruinado. Me pide que le compre con su renta Dignidad, pero no alcanza, en la comida gastamos mucho”, dice con melancolía su sobrina.

Pero Agustina también piensa en la longevidad de “mamá Julia”: ¿Cómo tantos años vive mi tía si mi mamá joven nomás ha muerto igual que yo padecía de los pies y yo también estoy enferma y mi tía está bien”.

Agustina y Rosa, son las portavoces más cercanas de esas tantas historias que ya no puede contar, pero que con seguridad siguen vivas en su memoria.

¿Cuánto tiempo toma ser feliz? Tal vez un instante, tal vez demasiados años, tal vez toda la vida.

Julia nunca tuvo hijos, pero todos le dicen mamá. El tiempo ha dejado su huella.

Created By
Fabiola Chambi
Appreciate

Credits:

Gerardo Bravo

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