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Qué tiempos aquellos que no volverán RecuErdos de elsITA

“Hay que ser feliz con lo que uno tiene, valorar todas las cosas, disfrutar la vida, los buenos momentos, sacarse el gusto de todo, anotar lo importante porque después se te va de la cabeza. Y lo principal, quererse. Se querés a alguien se lo tenés que decir. No hay que dejar de lado al amor, siempre tiene que haber tiempo para el amor”.

Mi abuela Elsa nació en Buenos Aires el 4 de noviembre de 1929, minutos antes (o quizás después) que su hermana melliza Olga, y unos años más tarde que sus hermanos Jorge y Horacio. Esta es su historia.

Por Lucía Vázquez

Las mellizas Olga y Elsa a los seis meses, 4 de mayo de 1930.

“De chica vivía en mi casa en la calle Lavalle 165, en Ramos Mejía; teníamos un jardín y un caballo, un petiso. Al lado vivía una familia alemana que era de la aristocracia, la señora se llamaba Margarita, me quería con locura y siempre me invitaba a comer. Aprendí muchos buenos modales con ella. Yo iba a ayudarla con las tareas de la casa y ella me enseñaba a cocinar, a poner la mesa...”

“En la foto de la izquierda estoy con mi hermano Jorge, mi mamá, mi hermano Horacio y mi hermana Olga. El vestido que yo tenía puesto ese día era de seda natural. Lo hice yo. En la foto de la derecha estamos con mi esposo Alberto y nuestra única hija Stella Maris, todavía bebé, en la Mar del Plata. Siempre nos gustaba ir a Mar del Plata. Qué lindo recuerdo. Pasaron tantos años”.

“Mi mamá María era ama de casa y mi papá Juan trabajaba en la fábrica “Chizzoti”. Mi papá no era muy cariñoso, la venía a buscar a mi mamá y la llevaba arrastrando para la pieza. Un día ella lo siguió y descubrió que él tenía otra mujer, otra familia. Se pelearon y él se fue. Nunca más se acordó de nosotros, ¿podés creer alguien así?”

“Cuando se separaron mis padres no pude continuar estudiando. Hice la primaria y nada más. Todos tuvimos que empezar a trabajar. Si hubiese tenido otro hogar, “Dios me libre” lo que hubiese sido. En quinto y sexto grado salí becada. Iba a la escuela nocturna para aprender a cocinar y a coser. Siempre me encantó la cocina. Matemática no me gustaba”.

“Mi certificado de sexto grado”.

“Después de eso mi mamá no tuvo otra pareja. Ella vendía cosas de perfumería en las casas. A veces tenía que hacer peripecias para la comida porque mucha plata no tenía. Hacíamos nosotros la ropa con moldes, teníamos una máquina para coser. Teníamos dos pantalones, todo poco. De chica yo andaba en bicicleta y en patines, antes no se usaban tanto los juguetes”.

“Cuando tenía 16 años bailábamos música lenta con los hijos de la señora Margarita en un “hallcito” de la casa, pero nunca pasó nada con ellos. Éramos solo amigos. Una vez no había nadie en la casa y entramos igual. Se armó un despelote... Después no nos dejaron más que bailáramos”.

“En el Tigre con ‘Chinchín’, un vecino amigo de Ramos Mejía. No pasó nunca nada con él, éramos solo amigos”.

“Mi hermana Olga trabajaba en una casa de bijouterie y cada vez que yo iba a visitarla me regalaba algo: un collarcito, un anillo, un par de aritos. Nos llevábamos de bien. Hacíamos todo juntas, éramos muy compañeras. La vida da golpes duros, la única que quedó de mis hermanos soy yo. Eso es la vida, algunos se van antes, otros después. Pero hay que pasar esos momentos, no fue fácil, si no fuera por mi familia no estaría viva”.

“Con mis hermanos Jorge, Olga y Horacio. Jorge era muy parecido a mí. Mirá mi sombrero. Siempre me gustó vestirme bien”.

“Frente a la estación de tren de Ramos Mejía había un local que se llamaba La Lucha, una tienda de cosas para la mujer; ahí fue mi primer trabajo. Tenía 15 años. Un día, uno de los gerentes de Bonafide pasó por el local y me dijo que me querían tener como empleada y así empecé a trabajar en Bonafide, primero en Ciudadela y después en Once. Estaba como encargada, llevaba las cajas, las cuentas. En el local teníamos un sótano. Una vez el encargado me quiso toquetear y yo me enojé mucho. Pedí el pase de sucursal y me mandaron al Centro, a la calle Carabelas. Viajaba todos los días en tren desde Ramos Mejía”.

“También trabajé en un local de galletitas frente a la estación de las Barrancas de Belgrano, vendí cosméticos TSU yendo a las casas de las clientas con un bolso con todos los productos y vendí ropa en el local de mi consuegra. Siempre trabajé. Ya en los sesenta manejaba, teníamos un Renault Dauphine rojo. Los llevaba a todos de aquí para allá”.

“Mi carnet de conducir de 1962”.

“En el Club Estudiantil Porteño lo conocí a Alberto. Era un baile al aire libre en una noche de verano y pasaban tango y folclore. Yo estaba con mi mamá y Olga. Tenía 18 años y llevaba unos zapatos con plataforma. Él fue con amigos y me había echado el ojito, les dijo: ‘Hasta que no baile con esa chica no me voy’. Al final los amigos se terminaron yendo y él se quedó solo. Se acercó y me dijo que tenía ganas de bailar conmigo. No le dije que sí enseguida. Yo estaba bailando con mi hermana y no llegaba el momento. Después se acercó de nuevo, me dijo que los amigos se habían ido y que se había quedado para bailar conmigo. Me preguntó donde vivía. Bailamos y quedó ahí. Él sabía que yo iba al club siempre y empezó a venir. Se fue acercando de poco, íbamos a tomar algo a una confitería. Después empezó a venir a casa y empezamos a salir, íbamos al centro, al club, al baile”.

“¿Pero dónde encontraste esta foto? Qué lindo recuerdo. ¿Cuántos años tendría acá? Mirá Alberto, qué lindos recuerdos”.

“El primer beso enseguida no fue, sino dos o tres meses después. Yo era muy puntillosa. En el pasillo de casa, en el zaguán, ahí fue el primer beso. Empezamos a chapar. Pero nunca me acosté antes de casarme. Antes era distinto, no se usaba hacer eso antes del matrimonio y para mí estaba prohibido. Enseguida no nos dijimos te quiero, porque a mí me gustaba todo paso a paso. Franeleábamos en el pasillo y esas cosas”.

“Alberto estaba bueno, qué facha que tenía. Él siempre estaba enloquecido conmigo. Vivía enamorado de mí. Hasta el último momento me decía que nunca había encontrado una mujer como yo. Y eso que era terrible, le gustaban las mujeres. Era un picarón. También era muy compañero, muy cariñoso. Tenía chochera conmigo. 53 años de casados, ¿sabés lo que es eso?”

“Me gustaba su personalidad, cómo hablaba. Era locutor de Radio El Mundo. Era tremendo. Siempre le gustaron las carreras de caballos. Cuando todavía estábamos de novio, antes de venirme a ver a casa dejaba el diario de carreras en un alambrado. Nos casamos el 5 de febrero de 1955. Tuve un lindo matrimonio gracias a Dios. Lo extraño muchísimo. Es una ausencia muy grande cuando se pierde al esposo”.

“Los años pasaban y yo no quedaba embarazada. Un verano de vacaciones con Alberto en Mar del Plata fui a la Iglesia Stella Maris y le recé a la Virgen. Le prometí que si tenía una nena iba a llamarla Stella Maris. Al poco tiempo quedé embarazada. En 1963 nació Stellita, nuestra única hija. Es una alhaja. Ocho años la esperamos”.

La Iglesia Stella Maris en Mar del Plata, Costa Argentina. Stella Maris significa “Estrella del Mar”.

“Yo de joven no sabés lo que era... una bomba. Se paraban por la calle para mirarme. Me peinaba yo, era una crack. Siempre fui coqueta. Cuando me casé, algunos amigos de mi marido se me tiraban, me decían de salir. Les decía que no, claro, y los descartaba rápido, pero sin decirle nada a Alberto para ‘no armar la gorda’”.

“Pasaron tantos años... ¿Pero tengo bastante bien el cutis, no? Lo único es que tenía várices en las piernas y me operaron. Por eso no usaba mucha pollera, es lo único que envidié en mi vida: las piernas lindas”.

“He llevado una buena vida pero hay que decir la verdad: qué porquería llegar a viejo”.

“Nunca tuve tanto pero siempre disfruté de lo que tenía. He sido fuerte, siempre me gustó ir para adelante, entonces eso me dio vida, al igual que pensar en los lindos recuerdos que tengo”.

A la izquierda, Elsita y yo, su única nieta, en Mar del Plata en 1999. A la derecha, Elsita en Necochea en 1958.

Descripción del proyecto:

"Qué tiempos aquellos que no volverán: Recuerdos de Elsita", es un proyecto documental que explora la conexión desencadenante entre la fotografía y la memoria a través de la historia de vida de mi abuela Elsita, de 91 años, usando imágenes de archivo, cartas antiguas, texto y fotos.

Nacida en Buenos Aires, nieta de inmigrantes italianos, única sobreviviente de cuatro hermanos y viuda de mi abuelo Alberto, con quien estuvo casada durante 53 años, Elsita padece demencia senil. A medida que la enfermedad avanza, no puede retener ninguna información o experiencia nueva, y su memoria a largo plazo está condicionada por la suerte del día. Pero hay una cosa que siempre anhela con nostalgia, ternura y alegría al mirar las fotografías de su juventud: “Qué tiempos aquellos que no volverán”, en alusión al tango de 1926 “Viejos Tiempos".

Como ejercicio mental, le he estado mostrando las imágenes de su archivo durante cuatro años: excepto algunos días sombríos sin reminiscencia alguna, las fotos funcionan como disparadores de su memoria. Sin embargo, al comienzo de este ensayo fotográfico, Elsita todavía podía recordar detalles de la noche en que conoció a mi abuelo en un baile y de sus primeros años en la casa de su niñez. Ahora esos recuerdos se han convertido en preciadas historias que solo viven en el proyecto.

Al revisar obsesivamente su archivo, capturar sus rutinas, y documentar sus exclamaciones al observar fotos antiguas, continúo trabajando para recrear la línea de tiempo de su vida, conectando lugares, celebraciones, personas y viajes, para mantener su memoria, su personalidad y su tiempo lo más vívidos posible.

Nota de la artista: las acuarelas fueron hechas digitalmente por la fotógrafa para ilustrar los recuerdos de su abuela Elsita.

Created By
Lucía Vázquez Photography www.luciavazquezph.com / @luciavazquezph
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