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Buenas intenciones Jordi Rocandio Clua

Erik miraba con ternura a la tortuga que había tenido que cuidar durante semanas para que no perdiera la vida.

Trabajar en el Centro de Recuperación de Animales Marinos era lo que siempre había deseado. Allí podía intervenir en algo bueno de verdad, salvar la vida a animales que sufrían por el desprecio hacia nuestro planeta por parte del hombre.

Esa pobre criatura, que ahora nadaba tranquila con otros miembros de su especie, no se imaginaba lo cerca que había estado de la muerte y de la extinción de su especie. Tan solo quedaban esos ejemplares con vida en el mundo y los habían recuperado.

De momento no las podrían dejar libres, al menos hasta que no tuviera éxito el programa de cría al que las someterían en poco tiempo.

Mientras Erik preparaba con ternura las raciones para ese día recordó cómo empezó todo.

Les habían aprobado un proyecto importante de financiación que garantizaba la supervivencia de su organización. Por la noche fueron a celebrarlo a la zona de barbacoas cercana a la playa.

Llevaron de todo para una buena barbacoa vegetariana, y cervezas de toda clase, por supuesto. Ese había sido un gran día y tenían ganas de desinhibirse. A punto habían estado de tener que parar sus actividades por falta de fondos.

Encendieron un buen fuego y bailaron durante largos minutos. Los packs de latas de cervezas iban y venían sin control y, poco a poco, se iban poniendo cada vez más contentos.

Al cabo del rato, una pequeña tormenta que se intuía en el horizonte, mandó sus primeros vientos a la playa, llevando los restos de su fiesta directos al fuego. Al oler a plástico quemado, tuvieron que recoger los restos chamuscados de envoltorios, latas y los respectivos plásticos que las unían. También recogieron platos, tenedores desechables y algunas cosas más.

Erik metió en bolsas la basura que se iba encontrando para reciclar lo que se pudiera y la dejó dentro del contenedor de los plásticos.

O eso había creído.

La verdad había sido muy diferente y no la recordaba por su estado de embriaguez.

Lo que él creía que estaba haciendo bien, no fue ni por asomo lo que sucedió. Todos pensaban que estaban recogiendo los restos de la fiesta antes de que empezara a llover, pero no los recogieron todos, ni mucho menos. Su estado no les permitía pensar con claridad y dejaron tirados por la playa todo tipo de desperdicios. En pocos minutos, empezó a llover y los fuertes vientos les obligaron a volver al interior del local donde trabajaban. Su estado era lamentable y muchos acabaron vomitando tirados por el suelo.

Mientras tanto, los restos de su fiesta acabaron flotando en el mar camino de vete a saber dónde.

Pasaron los días y su organización recibió los fondos necesarios para seguir recuperando y salvando a toda clase de animales marinos. Estos se veían envueltos en medio de las catástrofes medioambientales que el hombre ocasionaba.

Estaban felices porque salvaban a muchas especies en peligro de extinción e incluso evitaban nuevas catástrofes, gracias a sus campañas de prevención de riesgos.

Pasados unos meses, mientras inspeccionaban una isla de basuras para ver si había animales atrapados en ella, Erik detectó un movimiento raro. Se acercó con su lancha y vio a una tortuga inmóvil, rodeada por toda clase de desperdicios. Se acercó despacio para recogerla. Esperaba que no fuera demasiado tarde y todavía estuviera viva.

La recogió y depositó en un cubo especial para esos casos. Se fijó con atención y comprobó con satisfacción que estaba viva. Debían dirigirse a tierra para liberarla de la maraña de cosas que no la dejaban moverse.

Una vez en la consulta veterinaria del Centro de Recuperación, empezaron a trabajar con cuidado. Le quitaron una red de pescador que le oprimía las aletas, pero lo más delicado fue quitarle el plástico de latas que la ahogaba cada vez más.

Tardaron más de lo que pensaba, ya que al crecer, ese plástico se le había ajustado tanto a la piel que era casi imposible cortarlo sin dañar a la pobre tortuga. Al final pudieron seccionarlo y curar las heridas que le había provocado.

Erik empezó a hacer el informe para que quedase registro de las animaladas que tiraban al mar las malas personas. No se paraban a pensar en el daño que ocasiona la basura.

Y entonces, se dio cuenta de algo y se quedó blanco por la impresión. Cuando cogió el plástico que oprimía el cuello de la tortuga, pudo identificar sin ninguna duda su procedencia. Era un plástico para seis cervezas que tenía dos de sus agujeros quemados, tal como recordaba que había quedado uno de aquellos plásticos que usaron el día de la barbacoa.

No sé lo podía creer. Él, que tanto había luchado por el bienestar de los animales, era el responsable de que casi hubiera desaparecido una especie de tortuga marina.

Le entró un mareo enorme y a punto estuvo de desmayarse. Nadie más que él había criticado la inconsciencia de las personas y ahora se había convertido en una de ellas.

Hoy miraba a esa tortuga y sentía una responsabilidad hacia ella que no le dejaba vivir.

Ya nunca bebía ni organizaba fiestas para evitar malos usos sobre los materiales a reciclar.

Había creado un grupo muy numeroso de voluntarios que cada domingo limpiaba los desperdicios de las playas de su zona.

Formaba parte de equipos de limpieza de basura marina y luchaba contra los malos usos de los desperdicios de los grandes cruceros.

Todo para intentar limpiar su conciencia, algo que no resultaba ni resultaría jamás.

Sus compañeros ignoraban lo que había hecho y lo tomaban como un referente en el mundo de la lucha por el bien del planeta. ¡Madre mía!, si supieran la verdad. ¿Qué pensarían de él? Suponía que nada bueno. Lo tomarían por un hipócrita y de nada serviría todo lo bueno que había hecho...

Y él, solo sentía vergüenza. Una vergüenza y un desprecio hacia su persona que lo acompañaría toda la vida.

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Jordi Rocandio Clua
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