El mandamiento olvidado: “No procrastinarás”

Las voluntades débiles se traducen en discursos; las fuertes, en actos.
Gustave Le Bon

Te invito a que recuerdes tu época de estudiante. Inicia el año escolar y el profesor de una de las materias explica detalladamente cómo debe ser el trabajo final, el cual valdrá el 50% de la calificación final del curso.

La fecha de entrega será el lunes de la 2ª semana de junio. Alrededor de 9 meses para elaborarlo.

Como sabes que el profesor es muy estricto, decides iniciar ese mismo día.

Sin embargo, recuerdas que quedaste de verte con tus cuates para ir al cine. Pero no importa, regresando, iniciarás.

Cuando te das cuenta, entre salidas, tardes de tele o de cuates o de merecido descanso, ya acabó el primer semestre.

Llega diciembre y ni modo que seas tan nerd de ponerte a hacer tu trabajo en plenas vacaciones. Sin embargo, te prometes que en cuanto empiece el siguiente semestre iniciarás el trabajo.

Llega enero y, como llega, se va, porque no logras agarrar ritmo para el estudio.

Febrero trajo algunos puentes memorables y casi se empalmó con las vacaciones de Semana Santa y ni qué decir de Mayo.

Y así sin pensarlo, te llega el mes de junio.

La cosa ya está más complicada pero, nada de qué alarmarse.

Cuando estás por iniciar el trabajo, surgen acontecimientos tan crucialmente importantes como bajar por comida, hablar por teléfono, practicar tu firma en una hoja blanca, chutar varias veces el balón contra la pared, aventarle la bola a tu perro, etc.

Total, te quedan 2 días.

La cosa está grave. Preparas café lo suficientemente cargado como para mantener despierto a alguien con catalepsia y, ahora sí, te pones a hacer frenéticamente el trabajo.

Pero la Ley de Murphy se cumple religiosamente: cuando llevas 15 hojas capturadas, se va la luz y pierdes todo porque se te olvidó salvar el archivo; el procesador de palabras empieza a hacer extraños con lo que capturas y a la impresora, después de atascarse el papel varias veces, se le acaba la tinta.

Has pasado el primer día en vela.

Sigues tomando café en cantidades industriales porque necesitas seguir despierto para terminar. Para cuando es medianoche del último día, empiezas a tener alucinaciones. En tu espejo crees ver una sonrisa sardónica en la cara de tu profesor y te parece escuchar su siniestra carcajada burlándose de ti.

Finalmente, lo que queda de ti llega patinando al colegio justo antes de que el profesor se vaya y entregas el trabajo.

Misión cumplida.

Más allá de las exageraciones, ¿te suena familiar? ¿Le pasó al primo de un amigo? Lo que acabas de leer es un ejemplo de procrastinación. Aun cuando la palabra parece designar una nueva enfermedad venérea, en realidad describe una conducta que nos aqueja a muchísimas personas.

Procrastinar es dejar para más tarde lo que debemos hacer en el momento, pese a que preveamos que con tal decisión tendremos problemas.

Posponemos o diferimos aun cuando sabemos que vamos a tener problemas. ¿No es irracional? Pero el procrastinador no es un irresponsable como tal porque, aun cuando va a esperar el último momento para hacer las cosas, finalmente lo hará, con todo el desgaste que entraña.

Si bien hay varios factores que inciden en ser más o menos procrastinador, la impulsividad es el que mayor influencia tiene. Mientras más lejana está la fecha de entrega de aquello que debemos hacer, más fuerte será el impulso para no hacerlo. Es indispensable luchar con ello.

Más allá de múltiples recetas de gran profundidad psicológica que se puedan encontrar, estoy convencido que la más efectiva sigue siendo la más simple:

hacer las cosas poco a poco e inmediatamente,

para obtener pequeños triunfos que nos inviten a seguir a pesar de los múltiples distractores que tenemos. Y esto vale para cualquier área de nuestra vida. Porque la falta de acción tiene un alto precio para nuestras vidas.

Prácticamente todas las personas exitosas que conozco comparten, además de una gran claridad en cuanto a sus metas, una capacidad de ejecución que las sitúa siempre muy por encima del grueso de las personas. La diferencia de calidad en los resultados va generando un abismo de productividad entre el que hace y el que procrastina.

El reto es enorme pero hay que enfrentarlo con paciencia y perseverancia.

La frase que introduce el artículo lo muestra dura pero realmente:

sólo nuestra voluntad fuerte nos llevará a alcanzar lo que queremos.

Escrito por José Antonio Rivera

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