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Miedo y Esperanza en los Campos Despachos de un Estado en Hundimiento

Nota del editor: Despachos de un Estado en Hundimiento es una serie de relatos en primera persona escritos por mujeres de Florida sobre los cambios ambientales que están presenciando en todo el estado. Este ensayo fue financiado por la Sociedad de Periodistas Ambientales. Encuentre la versión en inglés de esta historia aquí.

Por Lupe Gonzalo

Publicado 30 de abril, 2021

Desde los primeros días que pisé los campos lodosos de Florida, yo siempre he entendido que hay riesgos que vienen con cosechar la comida de este país.

Como trabajadores agrícolas, uno siempre tiene que ganar al sol en levantarse, despertando mientras el cielo sigue bien oscuro. Pero cuando el sol de Florida nos encuentra en el campo, tocando las hojas de las plantas de tomate, y cayendo en nuestros hombros y espaldas, se siente como una quemadura en la piel, especialmente cuando la humedad está pesada en el aire. Uno no puede respirar, especialmente con el cubreboca que usamos para proteger la cara de los rayos del sol.

Yo recuerdo una mañana desde hace casi 20 años, en particular. Yo estaba laborando como pizcadora de tomate para uno de los rancheros más grandes de los Estados Unidos.

Yo había llegado a Florida desde Guatemala recientemente. Había un señor, como la edad de mi papá, que siempre andaba riendo en el bus, haciendo chistes, y se llevaba bien con todos. Le llamábamos el Motorcito, porque le ganaba a los muchachos en piscar más cubetas de tomate, a pesar de su edad y de tantos años de trabajar en la labor.

Esa mañana mientras trabajamos, escuché al Motorcito hablando con el contratista: “Me siento bien cansado, quiero tomar un poco de agua.” En estos tiempos, no había agua potable en los campos – de vez en cuando, el contratista traía unas yogas de agua, pero uno tenía que aguantar hasta que llegaba.

Dibujo cortesía de Coalición de Trabajadores de Immokalee.

Horas pasaron, y mientras tomamos nuestro almuerzo, notamos que el bus estaba más quieto, y preguntamos por el señor que siempre reía. Pero estaba desmayado bajo el bus, y ni con gritos ni movimiento pudimos despertarlo. Solo con hielo lo reanimamos. Unos días después, el Motorcito regresó a trabajar, y nos contó que el doctor le llamó a su enfermedad “insolación,” como que el sol le había entrado.

En los 20 años desde que el Motorcito se desmayó por el calor, las temperaturas de cada año en Florida solo han subido. Los huracanes más y más aparecen de repente y se fortalecen en el mar antes de caer como pesadilla en cima de nuestras comunidades. Los efectos del cambio climático no son una posibilidad del futuro, sino una realidad del presente.

Por años, los con más poder económico y político han pedido un préstamo grande de la naturaleza. Ha llegado el momento de pagar, pero son los menos poderosos y más pobres en la sociedad que están pagando.

Hoy, quiero compartir la experiencia del cambio climático de los trabajadores agrícolas de Florida, como una ventana para entender los peligros que enfrentan los pueblos más vulnerables. También voy a compartir sobre cómo nosotros luchamos como la Coalición de Trabajadores de Immokalee, donde ahora yo trabajo, en crear el Programa de Comida Justa, que ofrece protecciones de salud y seguridad y ayuda a combatir los peligros y la pobreza que enfrentan los trabajadores agrícolas.

Los Rayos del Sol Caen en los Campos

Yo sé que aquí en Florida, tanto como en Guatemala, no estoy sola en enfrentar el calor extremo. En los últimos 100 años, la humanidad en cada rincón del mundo ha experimentado un clima más caliente. Hoy en día, nuestro estado tiene 25 días cada año con lo que llaman “calor peligroso,” cuando las temperaturas llegan a más que 103 grados fahrenheit. Pero en 30 años más, en otra generación, está pronosticado que veremos 130 días así cada año aquí en Florida – es más que un tercio del año, y cinco veces más que este año.

Lo duro de trabajar en la labor puede sentir como quita años de la vida. A lo mejor uno entra con 20 años, y después de unos añitos no más, uno se siente como ha avanzado décadas en edad.

El efecto que tendrá el calor extremo en mi comunidad es grave. Nuestro trabajo es uno de los más pesados y más peligrosos del país, no importa si uno tiene edad del señor Motorcito o si uno es joven. Durante los 12 años que yo pasaba como trabajadora agrícola, yo llenaba cubeta tras cubeta de 32 libras, cada vez corriendo hasta 100 pies para vaciar mi cubeta. En un día típico, nada más para ganar el salario mínimo, uno tiene que llenar por lo menos 100 o 150 cubetas. Si la cosecha está buena, y te empujas más, hasta que puedes cosechar 250 o 300 cubetas.

Antes cuando no había ninguna protección laboral en el trabajo, la compañía nos metió en el campo directamente después de aplicar los pesticidas. Cuando uno abre las plantas para sacar tomate, el polvo se volaba en el aire. Mezclando con la humedad y el sudor de uno, quedaba en la piel. Si pasaba un día pizcando sin cubreboca, sangraba la nariz. Otros compañeros vomitaban por lo fuerte de los pesticidas. Y el calor fuerte hace peor los síntomas. En las noches, cuando me bañaba, salían mocos negros de la nariz, una mezcla de tierra, química, y escape del tractor.

Lo duro de trabajar en la labor puede sentir como quita años de la vida. A lo mejor uno entra con 20 años, y después de unos añitos no más, uno se siente como ha avanzado décadas en edad. Los pesticidas pueden quedar en la sangre de uno haciendo su daño invisible por años.

Cuando uno pizca lo más rápido, le llamamos “matado” – un título de orgullo. Pero la verdad es que tiene un lado triste, porque uno si siente que está matándose en los campos. Los cuerpos de los trabajadores agrícolas no son tan diferentes de la tierra, que ya ha aguantado años de contaminación. Ahora los síntomas inevitables del daño van saliendo a la luz.

Las Olas y los Vientos Tocan a nuestras Puertas

Mientras el cambio climático sigue transformando nuestro paisaje, no sólo son los campos de tomate que están calentando. El calor del mar también va subiendo, y con este cambio, las tormentas y los huracanes agarran más fuerza. Por ejemplo, el Huracán Matthew de 2016, que devastaba a la isla de Haití, se subió de tormenta tropical hasta una categoría 5 en solo un día y medio. Y aquí mismo en Immokalee, solo hace tres años, sobrevivimos el Huracán Irma, la tormenta más fuerte de llegar a Florida desde 2004, lo cual causó la evacuación más grande en la historia del estado.

Como trabajadores agrícolas, la vulnerabilidad económica tanto como la vulnerabilidad física de nuestros hogares nos dejan a merced de las tormentas cuando llegan.

Con tormentas que vienen más fuerte cada año, uno siempre queda con la pregunta: ¿Por la próxima, vamos a sobrevivir?

En la traila donde yo vivía por años, el olor te pegaba inmediatamente cuando entrabas – huelía a madera podrida, ni importa que tantas veces lo limpas. En el baño, aparecía el moho negro, arrastrandose en los paredes. Ni permitían que uno metiera un aire acondicionado de ventana, para evitar que subieran los biles de la luz. Así cuando hacía calor, era un horno adentro, y cuando hacía frío, era un congelador. Yo vivía con mi esposo y mi niño de dos años; en el otro cuarto, vivía otra pareja con tres niños; y en la sala, dos más personas durmieron.

Por esa traila, la renta era cerca de $1,200 al mes. Cuando uno sólo gana entre $250 y $300 a la semana, lo único que le queda es vivir amontonados, y aún así, uno vive cheque por cheque.

Hurricane Irma, septiembre 2017.

Cuando vino el Huracan Irma, algunos evacuamos, y otros quedaron para ayudar en los refugios. Como siempre es Immokalee, encontramos esperanza en uno al otro: unos de mis compañeros de la Coalición de Trabajadores de Immokalee tocaban sus instrumentos en el refugio, cantando para alegrar los corazones de la gente. Daban una esperanza bastante bonita, mientras la lluvia y los vientos pasaban por horas, golpeando al pueblo.

En las semanas después, nos enfocamos en ayudar a nuestra comunidad a recuperarse. Nunca se me olvidará yendo con Doña Sandra a su traila caída. Ella lloraba por la pérdida de todas las pertenencias de ella y de sus hijos. Por tantos años, ella se había levantado temprano para trabajar duro en los campos. En solo unos momentos, perdió todo.

Desde las raíces de los bajos salarios y la inseguridad económica, sale la fruta amarga de la pobreza, de pocas opciones, de viviendas precarias. Con tormentas que vienen más fuerte cada año, uno siempre queda con la pregunta: ¿Por la próxima, vamos a sobrevivir?

La Esperanza que Construimos para nuestro Futuro

Como dije al principio, la humanidad ha pedido prestado una gran deuda de la naturaleza - décadas de explotación insostenible - y la hora de pagar nos ha llegado.

Por las comunidades más vulnerables, como el nuestro aquí en Immokalee, tenemos que buscar soluciones juntos para protegernos en contra de los efectos del cambio climático. La pobreza y la falta de poder nos ha puesto en riesgo por demasiadas décadas, y aquí en Immokalee, estamos cambiando esa historia.

Lupe habla en un evento en la ciudad de Nueva York.

En 2011, yo estaba trabajando en los mismos campos donde el Motorcito se había caído por el calor tantos años antes. Una mañana, entraba la Coalición de Trabajadores de Immokalee para dar una sesión de educación sobre nuestros derechos bajo el Programa de Comida Justa, un programa de derechos humanos para los trabajadores del campo. Hablaron del derecho de tener sombra, de tomar agua, de trabajar libre del acoso sexual, de tener una voz en el lugar de trabajo.

Para mi, escuchar estas palabras me trajo una nueva esperanza. Yo iba a poder reportar el acoso sexual que por años pasaba en nuestro trabajo, que ya no teníamos que callar y guardar ese dolor en nuestros corazones. Además, el Programa vino con un bono, algo para mejorar nuestros salarios, pagado por las grandes corporaciones que compran tomates como McDonald’s y Walmart, los cuales ahora comprarían sólo de ranchos donde teníamos protecciones. Con eso, pudimos imaginar una vida más segura, más digna.

Desde el momento que escuché este mensaje – la primera vez de escuchar que éramos una prioridad, mereciendo protecciones básicas como trabajadores – yo decidí involucrarme con la Coalición. Me uní a los demás trabajadores de la Coalición que habían logrado traer cambios a mi trabajo, e iba a las marchas y las giras, concientizando a los consumidores, para tener comida justa en nuestras mesas. Ahora, soy parte del equipo de educación del Programa de Comida Justa. He regresado al mismo rancho donde yo trabajaba antes para educar a mis compañeros sobre sus derechos. Yo he visto cambios reales en los supervisores que antes yo vi acosando a las mujeres o gritando a los trabajadores por tomar agua.

Es ver ese respeto y esa protección por la salud de uno en los campos que me da esperanza para el futuro. Me da confianza, porque fue creada y es dirigida por gente como yo, los mismos trabajadores que laboramos bajo el sol, pizcando la comida. También, he tenido la oportunidad de viajar a todos los rincones del país y además, en Immokalee, he dado bienvenida a trabajadores de otros países e industrias – la leche, la construcción, la limpieza, las fábricas de ropa – que quieren saber cómo pueden aprender de los trabajadores agrícolas de Immokalee en implementar un programa como nuestro en sus lugares de trabajo.

Eso es como vamos a construir un futuro sostenible. Tenemos que levantarnos, hombro a hombro, y buscar soluciones que pongan las herramientas de protección y seguridad económica en las manos de las comunidades más vulnerables – y tenemos que comenzar hoy.

Lupe Gonzalo trabajaba cosechando productos agrícolas por 12 años, y hoy es miembro del staff de la Coalición de Trabajadores de Immokalee. Además de su trabajo en el Programa de Comida Justa de la Coalición, Sra. Gonzalo ha ayudado a entrenar, guiar y educar trabajadores de otras regiones e industrias en los Estados Unidos y el mundo en el modelo de Responsabilidad Social dirigida por Trabajadores. Ella participaba en un programa de televisión sobre la prevención de la esclavitud hecho por el CNN Freedom Project. También ella fue nombrada una Pionera Comunitaria por la Revista de Equal Voice, y más recientemente fue incluida en un historieta infantil, “Historias de Buenas Noches para la Niñas Rebeldes: 100 Mujeres Inmigrantes Quienes Cambiaban el Mundo.”

Gracias a la Sociedad de Periodistas Ambientales por contribuir con su apoyo a la series Despachos de un Estado en Hundimiento de Marjorie.

Credits:

Photos and drawing courtesy Coalition of Immokalee Workers and NOAA.