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Ese jueves 17 de julio Las últimas horas de marcelo

Abdel Padilla Vargas

Poco antes de las 7 de la mañana del jueves 17 de julio de 1980, los esposos Quiroga-Trigo se habían sentado a la mesa para cumplir con una rutina familiar: desayunar mientras escuchaban música clásica. De pronto, la ceremonia fue interrumpida por un reporte de radio Panamericana sobre un levantamiento militar en la ciudad de Trinidad, en Beni, la madrugada de ese día.

Una de las primeras reacciones de Marcelo Quiroga fue pedirle a su esposa, Cristina, que llame a su amigo y correligionario Cayetano Llobet, que vivía cerca del departamento de la pareja, en la avenida Arce.

A esa hora, Llobet felicitaba por teléfono hasta Santa Cruz a su hija Claudia, que cumplía 10 años. Ni bien colgó, sonó el aparato y del otro lado del auricular se escuchó la voz preocupada de Cristina.

“Me informó sobre un movimiento militar en el Beni, todavía no sabía si era un golpe o un ensayo”, recuerda Llobet, miembro en ese entonces de la dirección del Partido Socialista-1 (PS-1), movimiento político liderado por Marcelo. “No tardé ni 15 minutos en llegar a su departamento porque vivía a unas pocas cuadras, en una pensión de la calle Campos”, dice Llobet.

El evento que las radios reportaban desde muy temprano era el levantamiento de la unidad militar del Distrito Naval Nº 2 y de la 6ª División de Ejército, cuyos comandantes decidieron rebelarse contra el gobierno de Lidia Gueiler, convencidos por el propio comandante del Ejército, Luis García Meza, que dos días antes visitó la ciudad trinitaria para tal fin, según develó después la periodista Cecilia Lanza.

Del motín también se enteró por radio Juan Lechín, secretario ejecutivo de la Central Obrera Boliviana (COB), que casi como acto reflejo convocó a una reunión de emergencia del Consejo Nacional de Defensa de la Democracia (CONADE), que por esos días era la entidad que reunía a prácticamente todas las instituciones antigolpistas, sean sindicales, partidarias, cívicas o incluso religiosas.

La cita sería a las 10 de la mañana en la sede de la COB, que quedaba en el tercer piso del edificio de la Federación de Mineros de la avenida Mariscal Santa Cruz, en El Prado.

Hasta el movimiento en Trinidad, los rumores de un golpe militar eran cada vez más altisonantes. En realidad, más que rumores, había claras señales: el dramático asesinato del padre jesuita Luis Espinal, el 21 de marzo; o la muerte, el 2 de junio, de cinco personas, entre ellos cuatro militantes de la UDP, que acabaron sus días calcinadas en el “accidente” aéreo de la avioneta Pipper 1443, cerca de Laja, viaje del que debía formar parte Hernán Siles, el candidato de la UDP, que resultara ganador de las elecciones generales del 29 de junio.

El sacerdote Luis Espinal y los restos del Pipper 1443 (Fuentes: Radio Fides y http://pukacosa.blogspot.com)

Y, en medio de todo ello, se produjo el que fuera el mayor evento legislativo con impacto político del primer semestre de ese año: la exposición, por parte de Marcelo Quiroga Santa Cruz, de un informe de 300 páginas sobre el juicio de responsabilidades que impulsaba contra el expresidente y dictador Hugo Banzer, acusándolo de delitos contra los intereses del Estado y abusos contra los derechos humanos.

Fue este el principal motivo de una serie de amenazas de muerte contra el líder del PS-1, y producto de ello, de un rosario de consejos para que “modere” sus palabras, recomendaciones que provenían de correligionarios, amigos y hasta autoridades eclesiásticas.

Para todos ellos, la respuesta de Marcelo siempre fue la misma: “Si quieren matarme, lo van a hacer. Tendría que ocultarme debajo de las piedras o irme del país, y eso no lo haré”.

El propio Tano Llobet intentó convencerlo de no ir a la reunión del Conade, a la que ya había sido convocado por Lechín, pero Marcelo, como siempre, tenía claro lo que tenía que hacer.

“Cuando llegué a su departamento, él estaba en su escritorio. Me pidió que lo acompañara a la reunión del CONADE y le pedí que no fuera, que hacerlo era asumir un riesgo innecesario, que podía ir yo con alguien más del partido, pero él me respondió: ‘Tano, hay cosas que uno no puede delegar y hay responsabilidades que se tienen que asumir personalmente’. Yo nunca pensé que cuando me lo decía, estaba asumiendo la responsabilidad de su propia muerte”, recuerda Llobet.

El exdictador y luego presidente electo Hugo Banzer.

En ese momento, en dependencias del Departamento Segundo del Estado Mayor del Ejército, en la zona de Miraflores de La Paz, estaba en ebullición un operativo que concentró a más de un centenar de paramilitares, todos dotados con metralletas UZI y armamento de proyectiles de 9 milímetros, quienes solo estaban a la espera de la orden que dé inicio a un plan para el que fueron reclutados al menos ocho meses antes: la Operación Avispón.

El parlamentario Marcelo Quiroga Santa Cruz durante una de sus intervenciones en el Congreso Nacional, desde donde acusó a Hugo Banzer Suárez.
De Trinidad a la avenida Arce

También cerca de las 7 de la mañana, dejaba su casa en la zona de Ciudad Satélite, en El Alto, el periodista Carlos Soria Galvarro, quien sabía, de antemano, iba a ser una jornada especial, porque cumplía 36 años. Tomó un bus hacia la sede de gobierno y a su trabajo en radio Continental, donde conducía el programa Bolivia Minera. En el trayecto escuchó por radio los primeros reportes del motín en Trinidad y, como consecuencia de ello, la convocatoria a la reunión del CONADE. Sin pensarlo dos veces, cambió de rumbo hacia la sede de la COB, en El Prado.

“Por esos días, yo estaba muy vinculado a la actividad política porque era miembro del Partido Comunista, y en esa condición asistía a algunas reuniones de la dirigencia de la UDP”, dice Soria Galvarro, justificando el doble motivo del porqué debía estar en la reunión de la COB.

Carlos Soria Galvarro, de barba, junto a Ivan Zegada (primero de la izquierda); Max Toro y Víctor LIma. La imagen fue tomada ese 17 de julio poco antes del mediodía.

“Pachi, Pachi, hay un levantamiento militar en Trinidad”, alertó poco después, cerca de las 7.30, también pegado a la radio, Carlos, el hermano de Eduardo Pachi Ascarrunz, quien desempeñaba un cargo ejecutivo en canal 7, el principal medio estatal y el único televisivo de cobertura nacional.

“Me puse una camisa, unos jeans y unas botas, o sea traje de campaña, y salí volando”, recuerda Ascarrunz. Cuando llegó al canal, entre las 8 y 8.30, encontró al director de noticias, Víctor Hugo Pajarito Sandoval, organizando la cobertura informativa de lo sucedido en Trinidad, ciudad que a esa hora ya estaba totalmente ocupada por las tropas militares.

Ante lo que sabía era la inminente toma del canal, Ascarrunz tomó la decisión de cortar la señal, desactivando el transmisor de la planta de El Alto. Para ello reunió a un equipo de emergencia: un ingeniero, dos técnicos, además de los periodistas Félix Espinoza y Julio Barragán. Una vez tomada la decisión, los tres primeros subieron a la planta para cumplir su cometido.

Eduardo Pachi Ascurrunz (http://gumucio.blogspot.com)

Ese día Zulema Alanes no tenía previsto ir a radio Fides, donde trabajaba como reportera, sino directamente a hacer cobertura, pero debió acercarse a la emisora para reemplazar su grabadora, que presentó un desperfecto de último momento.

“Ni bien llegué a la radio, (el padre) Eduardo Pérez nos informó de lo sucedido en Trinidad y empezó a diseñar un esquema de cobertura dividido en sectores estratégicos como la COB, el Palacio de Gobierno y el monitoreo dentro de la radio. Me quedé en este último equipo, bajo la coordinación de Jorge Emilio Ordoñez… Mi primera tarea fue llamar a Marcelo”.

La misma tarea fue encomendada a la periodista de radio Panamericana Úrsula Goyzueta, que entre las 8 y 8.15 tuvo —según Hugo Rodas, biógrafo del líder del PS-1— el siguiente intercambio con Marcelo:

— (¿Qué información tiene sobre lo que sucede en Trinidad?)

— No tengo más información que la que ustedes, radio Panamericana, han proporcionado hace unos minutos. Confiamos en que se trate de un hecho aislado que no comprometa al conjunto de la institución armada, pero, si no ocurrieran las cosas de este modo, nosotros como partido (PS-1) y como parte del CONADE cumpliremos con nuestra obligación. En minutos más el CONADE se reunirá para considerar la situación derivada de este hecho sedicioso que deploramos y censuramos.

— Señor Quiroga, ¿cuál debe ser la actitud en este caso por parte del pueblo?

— De serenidad, de vigilancia atenta y enérgica, de acatamiento disciplinado de las decisiones que tomen los organismos políticos y democráticos representativos para enfrentar esta nueva aventura sediciosa y demencial.

Durante una conferencia de prensa en 1980

A esa hora, medio mundo ya se había enterado de la insurrección militar, entre ellas la madre de la periodista Marlene Berríos, que alertó a su hija de lo que estaba pasando, en particular porque sabía que ese día se estrenaba en el cargo de jefa de Prensa de radio Continental, la emisora del sindicato fabril.

“Cuando me habló mi madre, estaba a punto de llevar a mi hijo a la guardería, lo que al final no hice y llamé de inmediato al director de la radio, Iván Paz Claros, y entre ambos acordamos que yo fuera a la sede de la COB”.

El Comité Ejecutivo de la COB se reunía esos días en la Federación de Trabajadores Mineros, ubicado en el tercer piso del edificio, donde había tres oficinas: la del secretario Permanente, Noel Vásquez, a la izquierda; la oficina del secretario Ejecutivo, Juan Lechín, a la derecha, con un pequeño baño al fondo; y la de la secretaria administrativa, Ana María Aguilar, en medio de ambos ambientes. Solo funcionaba una línea telefónica y dos aparatos, uno de ellos empotrado en la pared, y desde el cual los periodistas hacían sus despachos.

Una imagen de 1980 de la que fue la sede de la COB en la Federación de Mineros, en El Prado paceño.

Cuando Marlene Berríos llegó a la sede de la COB, entre las 9 y 9.30, sintió un movimiento inusual, con gente que caminaba de un lugar a otro y otra que llegaba presurosa al edificio.

“Cuando pasé por la puerta de la oficina de don Juan (Lechín), escuché que hablaba con Marcelo, entonces decidí esperarlo para hablar con él”, dice Berríos, y quien conocía al líder del PS-1 al menos un año antes, cuando en la radio le designaron la cobertura de este partido político.

Entretanto, llegó su compañera y colega Silvia Mercedes Ávila, también de radio Continental, y entre ambas acordaron que esta última se quedaría para la reunión y Berríos retornaría a la radio con la grabación de la entrevista a Marcelo.

Cuando Marcelo y Tano Llobet estaban a punto de dejar el departamento de la avenida Arce, sonó el teléfono por última vez, contestó Marcelo y tuvo una breve conversación con Zulema Alanes, de radio Fides:

“Lo primero que me dijo es: ‘Estoy demorado, no la puedo atender’. Le insistí: ‘Don Marcelo, necesito hablar, aunque sea tres minutos’, y le pregunté ¿qué pensaba de la situación? Él fue muy concreto, como solía serlo en sus declaraciones, y me dijo que ‘estábamos viviendo una situación realmente de crisis, una situación de emergencia’”.

Ni bien colgó, dejó su departamento y bajó de prisa hacia la avenida Arce, donde, juntamente con Llobet, tomó un taxi en dirección a El Prado. Cuando ingresó a la Federación de Mineros, lo esperaba Berríos en el descanso de las escalinatas del tercer piso del edificio y, como ella lo había planificado, logró, aunque a mucha insistencia, una escueta declaración, que a la postre sería la última que hizo a un medio el líder socialista.

Antes de entrevistarlo, Marcelo le pidió respirar un poco por la más de una veintena de gradas que había subido. Mientras inhalaba, abrió y estiró los brazos, y en ese momento Berríos pudo ver con claridad cómo estaba vestido: “Una camisa y un pantalón plomos, un saco a cuadros con un fondo también plomo y a rayas, no recuerdo si eran negras o azules”.

Con la entrevista en manos, la periodista dejó con diligencia el edificio de la COB, cruzó El Prado y tomó un bus amarillo de la línea A, rumbo a radio Continental, que quedaba entre las calles República y Quintanilla Zuazo, a una cuadra de la entonces estación de trenes.

“Antes de irme, tuve la impresión de que Marcelo temía por su vida”, dice hoy Marlene Berríos, que en ese entonces ni se imaginaba que años después se convertiría en uno de los íconos del municipalismo boliviano: la Doctora Edilicia.

Marlene Berrios en su papel de la Doctora Edilicia.

De la avenida Arce a la COB

“Llegué a la COB alrededor de las 10 de la mañana, y me sorprendió que postergaran la hora de la reunión”, recuerda hoy el periodista Edgardo Vásquez, que entonces trabajaba como secretario de comunicación y prensa de la COB. Junto a él llegó Lechín, una de cuyas primeras determinaciones fue encargar a Noel Vásquez encontrar, a como dé lugar, a los líderes políticos Hernán Siles y Víctor Paz, lo que al final no fue posible.

Por su lado, luego de insistir en más de una ocasión, Lechín logró conversar telefónicamente con la presidenta Lidia Gueiler, que se encontraba en Palacio Quemado, analizando la situación junto a un gabinete reducido y de confianza. En una corta conversación, ella le habría aclarado que “todo estaba controlado y no había de qué preocuparse”, según declaró después Noel Vásquez, secretario Permanente del ente sindical.

Sin embargo, para cerciorarse, Lechín también llamó a la Central Obrera Departamental de Santa Cruz. Según Llobet, alguien, sin presentarse, le contestó: “Hijo de puta…”.

Esto solo confirmó que el golpe estaba en marcha y que corría el riesgo de extenderse, por lo que los miembros del CONADE, en media hora que duró la reunión, decidieron cambiar una redacción inicial, que anunciaba resistir el intento de golpe, por un comunicado definitivo redactado por Marcelo Quiroga y que tendría al dirigente del MIR Óscar Eid como improvisado escribano. En el comunicado, deciden declarar la huelga general indefinida a partir de las 15.00 de ese día y el bloqueo de caminos, a cargo del sector campesino, liderado por su líder histórico, Genaro Flores. En el ínterin, Lechín sugirió cambiar de local porque tenía información de que la arremetida militar se ensañaría contra la COB, dato que manejaba, al menos, durante la última semana. “Lo curioso es que nadie, conociendo el informe de buena fuente, aceptó cambiar de lugar”, declaró el sindicalista en el juicio de responsabilidades que más tarde se abrió contra la dictadura.

Ni bien se terminó de leer el comunicado, la mayoría de los periodistas corrieron en tropel en busca de los dos teléfonos para enviar sus despachos. Otros dejaron el lugar de prisa con alguna de las copias que les entregó Edgardo Vásquez. Una de estas periodistas fue Silvia Mercedes Ávila, de radio Continental, segura además de que las repercusiones serían cubiertas por el tercer periodista de esta radioemisora que se encontraba en la COB: Carlos Soria Galvarro.

Edgardo Vásquez, en conversación con Lo que se calló

Mientras Edgardo Vásquez, sentado al lado de la secretaria Ana María Aguilar Calderón, agrupaba más copias para entregar a los reporteros, salió Marcelo y se despidió. “Me dijo ‘chau’, y empezó a bajar por las gradas. No pasó ni medio minuto y Lechín me llamó desde su oficina, donde se encontraba con todos los dirigentes y algunos periodistas, y me dijo: ‘Vásquez, llámelo al compañero Marcelo’. Entonces yo le grito: ‘Marcelo, te están llamando’, pero él no me contestó. Entonces Lechín persistió: ‘Llamalo a Marcelo y dile que venga’. Ante la insistencia, fui hacia el descanso en las gradas, me asomé a la baranda y le grité:

— Marcelo, te llaman.

— Diles que ya me he ido.

— Pero debe ser urgente.

“Él ya se estaba yendo, pero lo llamaron. ‘Compañero, quieren hacerle algunas preguntas’, le dijeron, entonces volvió”, recuerda la secretaria, Ana María Aguilar, ratificando la versión de Edgardo Vásquez.

Así, Marcelo vuelve a subir al tercer piso de la COB, por última vez.

El asalto a la COB

Cuando Silvia Mercedes Ávila llegó a radio Continental, la esperaban ansiosos sus colegas Iván Paz, Guido Chávez y Marlene Berríos, todos con el Jesús en la boca porque habían recibido información de que algo pasaba, pero no pudieron verificarlo porque el teléfono de la COB daba constantemente ocupado por los despachos que hacían los otros periodistas.

“Silvia llegó con la grabación de la primera lectura del comunicado y, según ella, todo estaba tranquilo”, recuerda Berríos.

Entre las 11 y 11.30, que es el tiempo que le tomó a Silvia Ávila llegar a radio Continental desde El Prado, hubo en la COB, para algunos, una extraña calma, como la que produce el repliegue de las olas antes de desatarse un tsunami. A tal grado, que Lechín, tiempo después, dijo en declaraciones al desaparecido periódico Última Hora: “Terminada la lectura, nos quedamos a tomar sol en la ventana de mi oficina que daba al Prado. A mi izquierda se paró Marcelo Quiroga y a la derecha, Simón Reyes”.

Para otros, lo que en realidad hacían era esperar la llegada del equipo del canal televisivo estatal. “Estábamos ya por retirarnos alrededor de las 11.30 o 12 de la mañana, cuando recibimos un llamado del canal del Estado…”, declaró Lechín.

Al respecto el periodista Carlos Soria Galvarro aclara que, en realidad, no se estaba esperando al Canal 7, sino que “se tomaban acuerdos para continuar la resistencia” fuera del edificio de la COB. De hecho —recuerda— “Simón Reyes (representante de la Federación de Mineros y secretario de Relaciones de la COB) dijo: ‘Esto es una ratonera, pueden venir en cualquier momento, nos tenemos que dispersar y tomar acuerdos sobre cómo continuar la lucha’”.

Poco antes, cerca de las 11. 30, la jefatura del Canal 7 encomendó al periodista Freddy Mejía; al camarógrafo Milton Guzmán; y al asistente de Iluminación, Ronald Tapia, dirigirse lo más rápido posible a la conferencia de prensa que había convocado el CONADE. Mientras esto sucedía, los tres técnicos enviados a El Alto por Pachi Ascarrunz estaban a punto de lograr su cometido: cortar la transmisión del canal.

“Yo no estaba de turno, así que acepté a regañadientes las órdenes —recuerda el camarógrafo Milton Guzmán—. Al salir me percato que no estaba el jeep de prensa, pero insistieron y me dieron dinero para un taxi. Salimos del canal, subimos por la calle Ayacucho hacia la plaza Murillo y, como nunca, apareció un taxi vacío. Cómo es el destino, los semáforos todos nos dieron verde, lo que era imposible por la hora, así que el viaje duró pocos minutos. Cuando llegamos a la COB, vimos que todos estaban fuera porque la conferencia había terminado. La verdad yo quería darme media vuelta, cuando aparece Fernando Escóbar, periodista de Presencia, que venía junto a su fotógrafo. Ni estaba acabando de saludar, cuando vemos llegar a Jaime Repollito del Villar, de radio Panamericana, que era una de las radios más escuchadas. Marcelo me ve y me dice: ‘Qué pasa pues, hermano, por qué tan tarde’. Entonces, el padre José Tumiri, de la Asamblea de Derechos Humanos, dice que ‘había que repetir nomás la conferencia porque habían llegado otros medios’”.

“Cuando llegamos, todos los dirigentes estaban fuera, en la acera, ya se estaban yendo”, dice, por su parte, Tapia, el entonces asistente de iluminación.

Por segunda vez, Marcelo no pudo esquivar el destino.

El camarógrafo Milton Guzmán durante una cobertura a inicios de la década del 80

Todos volvieron a subir para iniciar la segunda conferencia de prensa, excepto Edgardo Vásquez, porque, además de secretario de Prensa de la COB, trabajaba como corresponsal de radio Cruz del Sur, con cuyo jefe de Redacción, Gastón Lobatón, debía acordar la cobertura de la reunión del CONADE. Y como ambos teléfonos estaban ocupados, decide salir a la calle y hacer la llamada desde uno de los aparatos del quiosco que quedaba a unos pasos de la esquina Mariscal Santa Cruz y Colombia.

Luego de haber enviado su despacho y cuando retornaba a la COB, cerca del local comercial Bueno, Bonito y Barato, que quedaba a unos 50 pasos de la sede sindical, ve que llegan entre tres y cinco ambulancias de la Caja Nacional de Seguridad Social (CNSS), que las reconoce por las cruces verdes pintadas en sus costados.

Dentro de la COB, se había definido, a pedido de Lechín, que la segunda lectura del comunicado la hiciera Simón Reyes. En ese momento, el fotógrafo Román Cordero, retrató, entre otras, una histórica imagen, donde se ve a Reyes, leyendo, en el extremo izquierdo; a su lado Lechín; el padre Julio Tumiri; el dirigente fabril Óscar Sanjinez; y, en el extremo derecho, Marcelo, que, cual gesto premonitorio, es el único que ve directamente a la cámara. Parado, detrás de él, con la mirada perdida en el cielorraso, el dirigente y diputado por la UDP, Carlos Flores Bedregal.

La última foto de Marcelo, el primero de la derecha y el único que ve a la cámara.

A esa altura ya había llegado a la COB Walter Vásquez Michel, cofundador del PS-1, que luego de llevar al pediatra a su hijo Rafael, se enteró del motín en Trinidad y se dirigió de inmediato a la reunión del CONADE.

“Mientras Simón Reyes leía el comunicado, me subo a una silla para hacer la toma de todos los asistentes del CONADE. De repente, le pasan el papel a Marcelo, y en ese momento, en cuanto bajo uno de los pies de la silla, entra la primera ráfaga de disparos por la ventana que estaba justo detrás del escritorio donde se ubicaban los dirigentes, impactando directamente contra las luces que llevamos del canal”, recuerda el camarógrafo Guzmán.

“Las luces de 100 watts explotaron, haciendo un ruido horrible. Yo caí de rodillas y no pude reaccionar hasta que alguien me empujó para quedar echado en el suelo, como todos”, rememora el asistente Ronald Tapia.

Desde afuera, Edgardo Vásquez es testigo del inicio de la balacera: “Lo vimos como en película: abrieron las puertas de las ambulancias, se bajaron hombres armados y comenzaron a disparar a diestra y siniestra contra la fachada de la COB… Pensamos que los estaban matando a todos porque estaban ahí, junto a las ventanas…”

“Todo el mundo corre, o más bien se arrastra, hacia arriba, hacia abajo, atrás, adelante. Pero es inútil, estábamos rodeados. El edificio de la COB se convirtió en una auténtica boca de lobo”, recuerda Soria Galvarro.

Entre las 11.45 y el mediodía, paramilitares de pelo corto, pantalones oscuros y polera blanca de cuello alto empiezan a subir por las escaleras de la COB mientras disparan sus metralletas FAL. Entre ellos, Felipe Froilán Molina, El Killer; Franz Pizarro Solano, El Chapaco; y José Luis Ormachea España, El Loco.

En ese momento, según recuerda Noel Vásquez, dos dirigentes agitados subieron como perseguidos por el diablo para informar a Lechín que los paramilitares acababan de matar, “a boca de jarro”, al dirigente minero Gualberto Vega Yapura.

“Comenzamos a salir de mi pequeña oficina; yo fui el último en hacerlo porque estaba junto a mi escritorio en la pared…”, declaró Lechín.

“Ve a la parte de atrás, a ver si hay salida”, encomendó Marcelo a Cayetano Llobet, que presuroso se dirige al lugar, pero solo confirma que el edificio está totalmente tomado. “Todas las ventanas, todos los lugares de la COB estaban copados por gente que disparaba sin cesar”, recordará Tano Llobet poco antes de fallecer en septiembre de 2011 por una enfermedad terminal.

Cayetano Llobet en una de sus últimas entrevistas con Pedro Corzo

Ya con los paramilitares a pronto de ingresar, Marcelo se percató —según Soria Galvarro— que tenía un revólver, que empezó a pasar de mano en mano hasta llegar a unos escombros que no se levantaron desde que el edificio fue bombardeado durante el golpe de Natush Busch, en noviembre de 1979. “Este es un pretexto para que me limpien”, le dijo a Soria Galvarro, en las que, recuerda, fueron las últimas palabras que oyó del líder socialista.

“Es lo último que tengo de él, la imagen imborrable, además de esa actitud muy serena pero además realista… ¿Qué podíamos hacer con un pequeño revólver frente a un ataque con metralletas y armas modernas…?”. Según Pachi Ascarrunz, ese “pequeño revólver” era una colt 38 largo, con el que ya vio anteriormente a Marcelo.

Con la gente en desbande, intuitivamente todos buscaban guarecerse donde pudieran. Lechín —según su relato en el juicio de responsabilidades— descendió por las gradas, donde se topó con los mismos paramilitares. “Cuando terminé de bajar las gradas de un piso, quise entrar a la Federación de Mineros, ahí me encontré con dos paramilitares que estaban de espaldas y mirando el techo; pensé y dije: ‘Ya están aquí, me bajo y voy a la calle’, pero en el codo para acceder al piso de la Federación de Mineros apareció el capitán Hinojosa, al que decían Capitán Lince. Levantó la vista, se tropezó conmigo y me llamó: ‘Venga’, y bajamos juntos”.

Ante la inminente toma de la oficina donde se encontraban los dirigentes y periodistas, algunos se ocultaron en la pequeña cocina de la COB. Uno de ellos fue el joven asistente de iluminación Ronald Tapia, que apenas tenía 18 años. “En el lugar estábamos como 20 personas, todas echadas. Algo que nunca olvido es que los dirigentes políticos, para que no los reconocieran los paramilitares, empezaron a comerse sus credenciales; no las botaban, se las comían”, recuerda el actual comunicador, que trabaja en el canal Universitario.

Las balas iban de un lado a otro, se incrustaban en techos y paredes; y en medio de los gritos de intimidación cada vez más fuertes y cercanos de los paramilitares, se oyó, disonante, la voz de Germán Crespo, representante de la iglesia metodista: “No disparen, estamos desarmados”.

“La respuesta fue inmediata —recuerda Llobet—: ‘Colóquense en fila de a uno. Pongan las manos en la nuca’”, ordenaron los paramilitares. “Procedimos a hacerlo —sigue su relato—. Yo había estado en todo momento al lado de Marcelo, me coloqué inmediatamente detrás de él y salimos. Atravesamos la habitación grande y llegamos al hall del tercer piso y comenzamos a bajar las gradas… Descendimos el primer tramo de las escaleras y cuando dábamos la vuelta, en una especie de descanso, subió una de las personas armadas y, mientras subía las escaleras, aparentemente reconoció a Marcelo. Tuvo una expresión parecida a: ‘Miren, quién está aquí’. Se detuvo y detuvo a Marcelo. Inmediatamente le colocó el caño de la metralleta debajo del mentón. Ante esa actitud Marcelo dijo: ‘No’ y ejerció presión sobre el mentón y obligó con esta presión a que continúe bajando las escaleras…”

Según su biógrafo, Hugo Rodas, la persona que detuvo a Marcelo fue el encargado de vigilarlo durante los meses previos al golpe de Estado (1979-1980): el oficial de Policía (DIN) Gerardo Sanjinez Rivas, alias Adela.

“Terminamos el tramo del tercer al segundo piso —sigue su relato Llobet—, llegamos al descanso en el que estaba el salón de la COB y en ese momento hubo un intento, un jaloneo, para apartar a Marcelo hacia otro lugar del descanso. Ante la imposibilidad de hacerlo directamente, Marcelo siguió bajando. Hablo ya del segundo piso. Sentí que esa persona codeaba mi pecho, impidiéndome continuar el descenso detrás de Marcelo. Luego dijo: ‘A éste, lo limpio’. Hasta ese momento Marcelo había descendido, calculo unos cuatro o cinco escalones. No sé si por la intuición de sentir que no había nadie detrás de él, como un sentido de desprotección, o simplemente porque evidenció algo, se dio vuelta, con las manos apartadas de la nuca, y el individuo que se encontraba a no más de un metro, disparó un tiro. Vi que Marcelo se bamboleaba, trató de agarrarse del barandado de la escalera y el cuerpo quedó sobre las gradas. En ese momento, el mismo hombre que disparó, descargó una ráfaga sobre el cuerpo de Marcelo en las escaleras”.

“El paramilitar lo miró de soslayo y le disparó… Las hilachas del saco de Marcelo empezaron a volar… Yo estaba a 30 o 40 centímetros de él, que (cuando recibió el primer impacto) se contorsiono y empezó a caer. Cuando le llegó la ráfaga de ametralladora, los tiros también alcanzaron a Carlos Flores, que era alto… No es como se dijo: ‘que a Flores también lo fueron a matar…’”, recuerda Vásquez Michel, a quien le quedó grabada la imagen del asesino de Marcelo y Carlos Flores: “Frente amplia, cabello ralo, pómulos salientes, nariz aguileña, saco de aviación… Después supe que ese militar apellidaba Retamozo, el teniente Retamozo”.

Wálter Vásquez Michel en conversación con Lo que se calló

¿Fue el teniente Retamozo quién disparó a Marcelo, alrededor del mediodía del 17 de julio de 1980 en las gradas que se encontraban entre el primer y segundo piso del edificio de la Federación de Mineros?

Según Vásquez Michel, que ese día estaba cerca de Marcelo, sí, pero acá existen, al menos, otras dos versiones:

La primera, que es una de las más difundidas, es que quien disparó fue el suboficial Felipe Froilán Molina, El Killer, que estuvo muy vinculado al personal de seguridad durante la dictadura de Hugo Banzer y actualmente cumple una condena de 30 años sin derecho a indulto en el penal de Chonchocoro, luego de ser recapturado el 2016.

Una de las principales personas que sostuvo esta versión fue el propio García Meza, que antes de morir en abril de 2018, nos dijo: “El suboficial Killer es el que reconoce a Marcelo, lo baja hasta el descanso y le mete dos balazos…”. A pesar de que intentamos comunicarnos con El Killer en Chonchocoro, no tuvimos suerte.

“Felipe Froilán Molina fue detenido más de seis años después de que fue sentenciado, vivía en la misma casa de siempre y cobraba todos los meses su jubilación como militar en el Banco Unión. Esto evidencia la falta de voluntad política de hacer justicia por el asesinato y desaparición de mi padre”, advierte hoy la primogénita de Marcelo Quiroga, María Soledad.

El Killer, detenido el 2016

La segunda versión es la de un exdirigente de la Confederación de Trabajadores de Salud, que antes estudió dos años en la Escuela de Sargentos de Cochabamba, aunque no culminó la carrera militar. En declaraciones a la periodista Cecilia Lanza, esta persona, que ese día estuvo en la COB en su condición de dirigente sindical, dijo haber reconocido la voz de quien disparó a Marcelo por haber sido su camarada los dos años que estuvo en dicha Escuela: se trataba de Franz Pizarro Solano. Esto fue confirmado por el también ya fallecido Luis Arce Gómez, durante una entrevista con Lanza.

La tercera versión, sin dar un nombre en específico, es la de un testigo de los hechos, que declaró al periódico español El País 15 días después del asalto a la COB, en agosto de 1980.

— ¿Recuerda detalles de la persona que disparó contra Quiroga?

— Todos ellos eran de cabello corto y estaban con camisa blanca. El que tiró a Marcelo y después pasó el arma a otro era un petiso de cabello crespo, frente amplia, con entradas. Era un chiquito nomás...

Esta persona, al igual que la mayoría de los testigos ratifica que cuando pasó por los cuerpos de Marcelo Quiroga y Carlos Flores, el primero encima del otro, verificó que Quiroga Santa Cruz aún estaba vivo: “Yo lo he visto, estaba vivo todavía cuando el señor insistía en que lo rematara, el que decía que ya había pasado su arma a otro...”

Por su parte, Noel Vásquez, declaró en el juicio de responsabilidades a la dictadura: “Me acerqué (a Marcelo), le levanté la quijada; los cabellos estaban perfectamente ordenados y cuando le levanté pude sentir que había una palidez, pero no era frialdad de cadáver, y logré ver que con un tremendo esfuerzo levantaba sus ojos”.

"Estaba vivo..."

Antes de que saliera del edificio la primera persona de la columna con las manos en la nuca, el secretario de Prensa de la COB, Edgardo Vásquez, que desde fuera fue testigo de la balacera, dejó el lugar sin volver la vista atrás con la impresión de que habían matado a todos. “Era una tostadera tremenda, dispararon a diestra y siniestra…”.

Uno de los primeros en dejar el lugar fue Lechín, acompañado por el mencionado capitán Hinojosa, que lo subió a jeep para trasladarlo al Estado Mayor. Así lo relató el propio líder sindical, aunque no lo vio ninguno de sus compañeros de la columna que bajaban por las gradas de la COB.

La escena de los detenidos subiendo, a punta de patadas y culatazos, a las flamantes ambulancias de la Caja Nacional de Seguridad Social, contrastaba con el soleado mediodía de El Prado paceño ese jueves 17 de julio.

“Empezamos a bajar, al llegar a los últimos escalones el famoso Mosca Monroy (otros aseguran que este paramilitar no estuvo en la COB) me mira y corre a quitarme la cámara, tratan de abrirla, pero no pueden, y en un instante la veo volar por los aires para estrellarse contra la pared, la lente estalla al caer al piso. Con una bayoneta logran abrir el magazine, sacan la película y la velan”, cuenta Milton Guzmán, el camarógrafo del canal estatal.

Esta es una cámara similar a la que los paramilitares quitaron de las manos de Guzmán ese 17.

De repente, aprovechando un mínimo descuido de los paramilitares o como una reacción instintiva de supervivencia, un grupo se desmarca de la columna y empieza a escapar. Al percatarse de ello, un hombre armado que estaba al frente, en las puertas del cine Monje Campero, empezó a disparar y a gritar: “Avisen al teniente, que se están escapando”. “Cuando dijo ‘avisen al teniente’, no iban a avisar a cualquiera, tenía que ser al jefe, entonces yo dije es militar el que le disparó, después supe que apellidaba Retamozo”, insiste Vásquez Michel.

Entre las personas que lograron huir se encontraba el dirigente del MIR Óscar Eid. “Vi abierta una puerta metálica del edificio Avenida, entonces tuve un reflejo, quizás más de supervivencia que de valor, corrí, entré y escuché una ráfaga que impactó en las paredes. Subí un piso, luego, otro y otro… Tocaba todas las puertas, nadie me abría, hasta que finalmente llegué al quinto piso, toqué y me abrió don Jorge Medina, el papá de Mónica Medina”, la que luego sería alcaldesa de La Paz.

Eid lo recuerda con especial cariño y sorpresa porque 9 años antes, en el golpe de Banzer de 1971, y cuando, como universitario, también era perseguido por los militares en la zona de Miraflores, y luego de tocar varias puertas para guarecerse, la única que se abrió fue la de la casa de don Jorge Medina.

Una a una, todas las personas que se encontraban en la COB fueron saliendo con las manos en la nuca y luego subidas a alguna de las ambulancias con destino al Estado Mayor. Según Juan del Granado, el abogado del juicio a la dictadura, dos personas atestiguaron haber visto salir con vida a Marcelo, cargado por dos paramilitares: el secretario Permanente de la COB, Noel Vásquez, y una sobrina de Marcelo, que vivía cerca, Malena Almaraz.

“Yo he visto el momento en que lo han sacado a mi tío Marcelo… entre dos personas. Él podía avanzar. Lo metieron en un auto celeste con capó blanco”, declaró Almaraz al periódico La Razón en julio de 1997. Este auto, según Ramiro Antelo, investigador de la Comisión de la Verdad, se trataba de un vehículo que empleaba un subgrupo paramilitar que “formaba parte del asalto a pedido del expresidente Banzer”.

“Cuando hubo un leve momento de calma, alguien gritó: ‘Salgan compañeros’, y entonces los que estábamos en la cocina logramos salir, no por la puerta principal sino por el pasillo. Yo me fui volando al canal, donde me enteré que los habían detenido a Freddy (Mejía, periodista) y Milton (Guzmán, camarógrafo)”, cuenta el asistente en iluminación, Ronald Tapia, que desde ese día recibe el apodo de Pampa Wanq´u, Conejo de pampa, o simplemente, Conejo.

También deja el departamento del edificio Avenida, donde se escondió, el dirigente mirista Óscar Eid, aunque esta vez sin su conocido bigote, que se lo había rasurado para que no lo reconozcan.

Oscar Eíd, hoy
La toma de Palacio

Casi paralelamente a la toma de la COB, otro grupo de paramilitares, liderado por el Mosca Monrroy, se dirigió a la plaza Murillo, donde se encuentra el Congreso Nacional y el Palacio de Gobierno o Palacio Quemado.

Informada sobre lo que estaba pasando en el país, la Presidenta Gueiler interrumpió la reunión de su gabinete ante la visita a Palacio del ganador de las elecciones del 29 de junio, Hernán Siles; el dirigente del MIR, Antonio Araníbar; y Jorge Kolle, miembro de la UDP y secretario general del Partido Comunista. En un corta reunión en un ambiente contiguo a la sala de gabinete, Gueiler se comunicó con el comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas, Armando Reyes Villa:

— Armando, acá estoy con Hernán Siles y la plana mayor de la UDP, que han venido a darnos su apoyo ante lo sucedido en Trinidad.

“Reyes Villa la tranquilizó y le dijo que la situación estaba controlada”, recuerda hoy Araníbar, para quien la intención de la llamada era comunicar al mando militar que contaba con el apoyo de la fuerza política electoral más importante de ese entonces, como era la UDP.

La expresidenta Lidia Gueiler

Al cabo de esa corta reunión, los tres visitantes salieron de Palacio y detrás de ellos Pachi Ascarrunz, Félix Espinoza y Julio Barragán. “Ellos dejaron Palacio y se fueron con rumbo desconocido, nosotros nos dirigimos a la sede de la COB”, dice Ascarrunz.

En realidad, según Araníbar, ellos también se dirigían hacia la COB para dar encuentro a sus compañeros del CONADE. Lo hicieron en un vehículo conducido por el coronel retirado Samuel Gallardo Lozada, hombre de confianza de Hernán Siles, quien luego de tomar la calle Colón y en dirección hacia la Mariscal Santa Cruz, debió frenar en seco al ver que había gente que corría hacia la Pérez Velasco, escapando de los disparos que abrieron los paramilitares contra la sede de la COB, que estaba a solo dos cuadras.

“Entonces, en lugar de dirigirnos hacia la COB, tomamos la ruta hacia la casa de doña Esperancita Barragán, a pocos metros de la plaza España. En el trayecto nos percatamos que dejó de funcionar radio Fides y esa era una alarma de los acontecimientos que se producían”, recuerda Antonio Araníbar, hoy radicado en Ecuador, a punto de sacar un libro autobiográfico donde cuenta este episodio.

Antonio Araníbar en la década del 80 (Foto: Página Siete)

En el Congreso Nacional, los hombres armados hicieron foco en la Comisión de Constitución, donde se encontraban los documentos del juicio de responsabilidades que Marcelo impulsaba contra Banzer. “Cuando llegaron los militares empezaron a sacar todo, me preguntaban: ‘¿Dónde están los documentos?’ Yo no sabía de qué documentos hablaban”, recuerda María Celeste Paravicini, secretaria en ese entonces de dicha comisión y que más tarde, como muchos, fue detenida y torturada.

María Celeste Paravicini, hoy

En ese momento el entonces ministro de Planeamiento, Jaime Ponce, deja el gabinete por algunos segundos y es el primero en verificar la presencia de los paramilitares en el hall de Palacio. “Yo no sé qué es lo que está pasando, pero existe un grupo enorme de civiles armados”, alertó, según el testimonio de su colega de Informaciones, Óscar Peña, en el juicio de responsabilidades.

Fue precisamente, el ministro Peña junto a su colega de Educación, Carlos Antonio Carrasco, a quienes la Presidenta Gueiler encomendó verificar lo que sucedía. Ni bien salió, Peña fue golpeado por los paramilitares y rodó por las escalinatas de mármol.

De ello fueron testigos los cerca de 20 periodistas que, desde las 9 de la mañana, hacían guardia en el ingreso de Palacio Quemado, esperando una declaración oficial, pero que a esa altura, ya habían sido reducidos por los paramilitares, obligándoles a quitarse los cinturones y los cordones de los zapatos, además de entregar sus grabadoras, cámaras y otras pertenencias.

“Nos hicieron formar con las manos en la nuca y con la mirada al suelo”, recuerda el periodista de radio Continental Jaime Padilla, que logró ver la caída del ministro Peña.

El periodista Jaime Padilla, radicado hoy en Suecia, donde fue exiliado.

Fue ahí que “Mosca Monroy puso el caño de la metralleta en el vientre del ministro Carrasco, pero al hacerlo sintió en su sien el revólver del capitán Agustín García, edecán presidencial, quien con la voz firme le dijo: ‘Si dispara, yo también disparo, ¡carajo!’. El temible Mosca Monroy bajó el arma; él y sus secuaces –envalentonados hasta ese momento frente a un enemigo indefenso— frenaron sus ímpetus ante la actitud decidida del único militar leal que defendía su plaza. La fugaz tregua fue aprovechada por la Presidenta Gueiler, Carrasco, el Canciller y los ministros Salvador Romero Pitari (de la Presidencia) y Jaime Ponce (de Planeamiento) para subir al tercer piso, ingresar a un pasadizo secreto, trepar al techo del Palacio y alcanzar el tejado de la Catedral para poder salir”, relata Pachi Ascarrunz en una crónica que escribió sobre ese día al cumplirse los 25 años del golpe.

El resto fue conducido al Estado Mayor. “Incluso se llevaron a algunos colegas de medios afines al régimen, que creían que por su condición política se iban a salvar”, recuerda Jaime Padilla, que hoy radica en Suecia.

El asalto a los medios

También cerca al mediodía, Edgardo Vásquez, logró llegar a radio Panamericana, en la calle Potosí, justo en el momento en que se emitían los flashes informativos. “Me pidieron quedarme, pero no acepté. Cuando salía y apenas me había alejado unos pasos de la puerta, llega un jeep blanco con los paramilitares… Instintivamente dejé el lugar pensando que me estaban siguiendo… Caminé uno, dos, tres pasos esperando la voz que me diga ‘¡alto!’, pero nada… Sabía que estaban entrando a tomar la radio. Después el colega Walter Montero me contó que revolvieron y buscaron todo, que los encerraron en la discoteca y solo dejaron al operador manejando los controles de la radio”, recuerda Edgardo Vásquez, sin dejar de tomar en cuenta que ese día se salvó en dos ocasiones de ser detenido por la dictadura.

El rumor de la toma de la COB y de algunas radios colegas y había llegado al equipo de radio Continental. “Nuestra primera reacción fue retirar de las paredes algunos afiches políticos, escondiéndolos en el entretecho, al igual que los archivos de nuestros noticieros y otras grabaciones. Luego abandonamos la radio muy rápidamente. Cuando nos alejábamos, vimos ambulancias que subían rumbo a la emisora y, juntamente con la colega Silvia Mercedes Ávila, nos dimos cuenta de que nos habíamos salvado de ser detenidas, por segunda vez”, cuenta Marlene Berríos, la entonces jefa de Prensa de esta radio.

Cuando Pachi Ascarrunz, Espinoza y Barragán, de Canal 7, —que inicialmente se dirigían a la COB, pero decidieron volver sobre sus pasos— estaban cerca al Teatro Municipal, vieron pasar a los paramilitares rumbo a radio Fides, a escasos 50 pasos del lugar.

En ese momento, según relata la periodista Zulema Alanes, el padre José María Beneyto, cuestionaba a quienes estaban presentes en Fides: “Muchachos, ¿qué van a hacer?, ¿se van a arriesgar a lanzar su informativo del mediodía? Porque ya han acallado a Panamericana y a Continental”.

Zulema Alanes, hoy

“Mientras aún hablaba, irrumpieron los paramilitares a punta de disparos de metralletas… Lo único que gritaban era: ‘¿Dónde está ese cura cabrón tercermundista?’ Estaban buscando al padre Eduardo Pérez… Una vez dentro, dispararon e incluso lanzaron dos granadas que volaron el techo que daba al segundo piso… Nos colocaron en una fila y nos pusieron contra la pared, con nuestras manos en alto, nos quitaron todas nuestras pertenencias, destrozaron y revolvieron todo… Y luego, otra vez la pregunta: ‘Dónde está Eduardo Pérez’. Todos nos quedamos mudos porque además temblábamos de miedo, hasta que alguien dijo: ‘Está entre nosotros’. Entonces el Mosca Monroy se ubicó porque sólo había tres personas con pinta de curas, y cuando ya estaba a punto de llegar donde Eduardo Pérez, el hermano Marco (que se encargaba del área administrativa de la radio) se dio la vuelta y dijo: ‘Soy yo’ y se entregó en lugar de Eduardo Pérez”.

A las 17 del 17

Las ambulancias y otros vehículos fueron llegando entre las 12 y las 15 horas de ese jueves 17 al Estado Mayor, donde los esperaba personalmente, en la puerta, el coronel Luis Arce Gómez, ideólogo y ejecutor del Golpe, junto con García Meza. Más de uno de los detenidos se percató que si los vehículos tardaban tanto en recorrer un tramo que en circunstancias normales tomaba 15 o 20 minutos era porque, en algunos casos, daban varias vueltas por la ciudad, para desorientarlos, antes de llegar a destino.

García Meza y Arce Gómez, la dupla del Golpe.

Alrededor de las 13 horas, la periodista Ana María Romero, corresponsal de la agencia DPA en Bolivia y que años más tarde se convertiría en la primera Defensora del Pueblo, fue la primera en informar a nivel internacional sobre el asalto a la COB y el golpe de Estado de García Meza y Arce Gómez.

También a esa hora, María Soledad Quiroga, la primogénita de Marcelo y María Cristina, se enteró en Cochabamba, donde estudiaba en la universidad, sobre el asalto a la COB. “Me preocupé porque en mi familia sabíamos que mi padre corría mucho riesgo”.

Entre las 13 y las 13.30, la Presidenta Gueiler, junto con algunos de los miembros de su gabinete, dejaron su escondite en Palacio para declararse en la clandestinidad.

Poco después, Ana María Romero llamó a México a su amigo y colega Juan Carlos Gato Salazar —que además de ser corresponsal de la DPA en ese país, era muy allegado a Quiroga Santa Cruz y a su familia— para advertirle que tenía la información de que probablemente Marcelo había sido asesinado.

A las dos horas, cerca a las 15, Salazar logra comunicarse, desde México, con la esposa de Marcelo: “Me dijo que tenía la misma información, aunque se resistía a creer que fuera cierto y que abrigaba la esperanza de que lo hubieran llevado detenido al Gran Cuartel de Miraflores”, recuerda hoy Salazar sobre la conversación con Cristina.

Mientras tanto, en la casa de Esperancita Barragán, donde, ya en la clandestinidad, se cobijaban, entre otros, Hernán Siles y Antonio Araníbar, llegó Raquel Gimeno, llamada La Baturra, mujer de origen español y parte sustantiva de la Dirección Nacional y el Comité Ejecutivo del MIR. “Ingresa apurada, pasa al living, y nos dice: ‘Han matado a Marcelo’. Nos quedamos mudos”, cuenta Pachi Asacarrunz.

En una de las ambulancias que llegaban al Estado Mayor, donde los detenidos, luego de ser golpeados, permanecían apilados en el piso, Carlos Soria Galvarro interroga, casi al oído, a Cayetano Llobet sobre la suerte de Marcelo. "Él me responde con una seña cabalística: la mano extendida y la punta de sus dedos imitando un cuchillo que pasa por el cuello".

Según Hugo Rodas, el biógrafo de Marcelo, el vehículo en el que ese día fue transportado Marcelo, fue el lugar donde fue “despojado de sus documentos y objetos personales por el suboficial Killer y sometido a una inmisericorde golpiza en el rostro y la cabeza por el policía Gerardo Sanjinez y los paramilitares Percy Zuazo, Alfredo Aburdene, alias El Camba, y Rubén Darío Fuentes Simons, El Oriental, a quienes, al parecer, alentaba el coronel argentino Jorge Alberto Muzzio (encubierto por la CIA como Muccio en documentos parcialmente accesibles décadas después)”.

“Malherido —sigue Rodas—, el dirigente socialista fue entregado al coronel Luis Arce Gómez y al médico a cargo en enfermería del Estado Mayor, quien asesoró la prolongación de las sesiones de tortura posteriores, en presencia de jefes militares bolivianos y oficiales de la siniestramente conocida Escuela de Mecánica de la Armada Argentina (ESMA), como Julio César Durand, colegas del luego ministro del Interior boliviano, Arce Gómez...”

Si bien poco o nada se sabe sobre qué pasó con Marcelo entre la 13 y las 18 horas de la tarde de ese día, la versión de la tortura es apoyada por los relatos de la sobrina del líder socialista, Malena Almaraz, y del dirigente Noel Vásquez, que aseguran, y así lo testificaron, haber visto salir con vida a Marcelo de la COB.

Ambos testimonios son fundamentales para sustentar que, producto del vejamen al cuerpo y de acuerdo a la evidencia fotográfica, que apareció años después, analizada por el notable médico forense Rolando Costa Arduz, el líder del PS-1 fue torturado y asesinado luego de ser herido en la COB. Es más, si en ese momento hubiera recibido atención médica oportuna, podía haberse salvado, coinciden varios testimonios.

Según su biógrafo, Marcelo Quiroga Santa Cruz falleció alrededor de las 17 horas de ese aciago jueves 17 de julio. “El cadáver, al igual que el cuerpo de Carlos Flores, fue envuelto en una manta militar ploma, con vivos verdes”.