Sueños con aroma a café Por: Osvaldo Cerdas Abarca

La tarde del 14 de diciembre de 2016 representó la culminación de estudios superiores para muchos jóvenes de la Universidad Latina de Costa Rica. Pero entre todos ellos, había una historia especial de un hombre que no le importó tener más de 30 años para luchar y concluir un sueño: la obtención de su título de periodista.

Él estaba ahí, naufragando en sus propios pensamientos, a la deriva de su propia realidad rodeado por el murmullo de voces que celebraban algo y él era parte.

Encallar en esa isla de concreto no fue fácil y al iniciar el camino entre el bosque de humanos que movían sus ramas al son del éxito, generaban un sonido que premiaban la voluntad y esfuerzo por mantenerse a flote durante varios años.

Durante la caminata, él se encontró un panal con una miel muy dulce y sentado en una piedra empezó a admirar la belleza y simpleza del lugar. La nostalgia tocó su corazón y sus recuerdos, sin querer empezó a hacer un recorrido mental por diversas etapas de su vida. El destino cruel, al fin era benévolo, el naufragio no pudo con él.

Eran las 5:15 de la tarde cuando empezó la ceremonia. Un traje gris oscuro, zapatos negros bien lustrados, una toga y un birrete eran el atuendo del triunfo, pero al mirar sus manos, recordó la ropa sucia y los zapatos viejos que utilizaba en el campo.

Sí… por la mañana él estuvo recolectando café y al mirar sus manos, se percató que la mancha que deja la miel del fruto en la piel, tatuaron sus palmas y le recordó ese lugar maravilloso de donde provenía, plagado de verdes parajes, de pequeños ríos que marcan el acento de las sinfonías perfectamente ejecutadas por los pájaros y el sonido del viento.

Mientras palabras iban y venían, él se entretenía pensando en el color rojo y amarillo del café maduro que invadía el follaje verde de los cafetos en diciembre. Su amor por la tierra y la agricultura, dieron paso a los recuerdos de una vida.

A las noticias narradas desde un árbol de naranja, las canciones presentadas desde una calle de café, las entrevistas que él realizaba a la hora del almuerzo entre sus compañeros de trabajo.

Las palabras de su padre resonaban en su pecho: “Querés cosecha… siembra, solo recoge fruto quién se esmera, tiene fe y trabaja con amor”.

En ese momento él recordó las primera matas de café que sembró a una edad muy temprana, su espalda sintió el peso de un saco de café que cargaba por una cuesta empinada azotado por el sol, el dolor de una picadura de avispa o del gusano travieso que alguna vez ortigó su mano.

Pero nunca hubo queja, reniego o frustración. Gracias al café y al trabajo duro en los cafetales, él aprendió a trabajar, a cuidar una cosecha y recogerla. En ese instante él relacionó toda su historia de vida.

Pasaron muchos años para recoger su título profesional, pero la meta se había cumplido y la cosecha de la aulas había dado resultados.

Para comprender la grandeza, muchas veces hay que volver a la simpleza. La edad, el género o la condición socioeconómica, no representa un impedimento para concretar metas, la actitud de una persona define su futuro.

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