El Segundo Imperio El intento final de los conservadores
La llegada de Benito Juárez a la Presidencia de la República parecía representar el final de la lucha por alcanzar un régimen que terminara con las luchas internas y la división entre los mexicanos, que incluso habían propiciado la pérdida de más del territorio que La Nueva España había mantenido durante el virreinato.
Sin embargo, la llegada de los Liberales a la Presidencia no fue bien vista por los conservadores, que se rehusaban a renunciar a los privilegios que durante el virreinato habían poseído y de los cuales se sentían merecedores.
El Grupo Conservador rechazaba de manera tajante a los Liberales y a las leyes que buscaban la igualdad entre los mexicanos, es decir, la eliminación de los fueros.
Recuerda que la Filosofía Liberal adoptaba los ideales de la Ilustración, rechazando los dogmas tomando la razón como la herramienta para lograr ver la realidad; buscando la igualdad entre todos los individuos, además de la representatividad, algo que parecía posible con una República Federal y Representativa.
Los conservadores desconocieron al gobierno y se acercaron a Napoleón III para solicitar que designara a un aristócrata para gobernar al Imperio Mexicano, que había sido postulado por una Junta de Notables, aunque en la nación gobernaba un régimen liberal:
"La nación mexicana adopta por forma de gobierno la monarquía moderada, hereditaria, con un príncipe católico. El soberano tomará el título de Emperador de México", leía el dictamen.
A Napoleón III le convenía poseer una colonia en América para contrarrestar el poderío económico y político que se vislumbraba ya en los Estados Unidos de América, por tanto, apoyó al grupo conservador.
Napoleón III pensó entonces en Maximiliano, un archiduque de la Casa de Habsburgo, hermano del emperador Francisco José I de Austria.
La Junta de Notables se dirigió entonces al Castillo de Miramar, en Italia, en donde Maximiliano vivía con su esposa Carlota, quien era hija del rey Leopoldo I, de Bélgica. Paradójicamente, entre los Notables se encontraba Juan Nepomuceno Almonte, un hijo de José María Morelos y Pavón. Era el año de 1863.
Maximiliano aceptó el cargo, especialmente por el apoyo militar que Napoleón III ofrecía, pero también porque en Europa no podía aspirar a un puesto de mayor tamaño.
Maximiliano y Carlota llegaron al Puerto de Veracruz en 1864 desde donde se dirigieron a la Ciudad de México para la coronación de ambos como emperador y emperatriz, respectivamente.
Luego de la Coronación en la Catedral Metropolitana, el emperador se dirigió a la multitud que lo aclamaba.
Maximiliano pretendía que el pueblo mexicano en su totalidad apostaba por un imperio para gobernar al país.
¡Mexicanos! ¡Vosotros me habéis deseado! ¡Vuestra noble Nación, por una mayoría espontánea, me ha designado para velar, de hoy en adelante, sobre vuestros destinos! Yo me entrego con alegría a este llamamiento.
Para entonces, el gobierno republicano había abandonado la capital del país, al mismo tiempo que se formaban ejércitos contrarios al imperio.
Las tropas francesas que acompañaban a Maximiliano perseguían a Juárez y su gabinete con el apoyo de fuerzas mexicanas leales al imperio.
En realidad la población estaba dividida, algunos apoyaban a Juárez y otros se mostraban a favor del imperio.
En su recorrido por el país, Juárez estableció como capital de la República a diversas poblaciones, incluso en Paso del Norte, hoy Ciudad Juárez.
Si bien las tropas francesas hacían ver a los republicanos su superioridad militar, en 1866 Napoleón III decidió retirarlas, quizá ante lo largo de la lucha.
Las tropas de la República empezaron a hacer retroceder a los imperialistas.