Loading

El agua a cuestas El destino inseparable de un pueblo y sus glaciares

Fuentes sagradas

El callejón del Huaylas es tierra de dioses. Allí crió el dios Inti a su hija Huandoy, que bajo su armadura de granito y nieve conserva caliente su amor por el mortal Huascarán transformado en roca. Prueba de ello son los incontables arroyos y lagunas por donde estos dos gigantes deshielan las lágrimas de su amor.

Al amparo del Taita Huascarán duerme la ciudad de Huaraz. Las luces de sus hogares se esparcen a sus pies como luciérnagas adoradoras de su figura imponente, que continua enamorando a pobladores y viajeros con su belleza nívea y silente.

A lo largo del valle se encuentran también Yungay, Caraz y Huaylas, ciudades que vertebran los incontables pueblos y comunidades del Callejón que hoy van perdiendo sus gentes hacia ciudades más grandes –alguien dirá más modernas y prometedoras–. Pareciera que sus habitantes corren la misma suerte que las aguas heladas de la Cordillera Blanca: mientras unos fluyen por cauces de asfalto, las otras se desaguan ante los ojos de los que se quedan. El resultado final es el mismo. Ambos alimentan desproporcionados oasis de hormigón y cultivos extraños en la costa. Y desde hace un puñado de décadas, ambos se van agotando en la sierra.

Atrás quedan sus vidas amoldadas a la montaña. Sus casas de piedra, madera y barro por donde trazaron acequias por las que fluía cuidadosa cada gota de agua que iba a parar a sus labios y a sus cultivos. Sus costumbres y maneras de relacionarse, sus trabajos y sus mitos. Sus recuerdos y una manera de ser, anclados en las cumbres de su tierra.

Los que se quedan son testigos mutuos de una muerte anunciada. Guardianes de culturas tan especiales y únicas como los glaciares tropicales entre los que viven; aguas tenaces, heladas hace ya tantos años sobre las montañas como los pueblos a los que dan vida. Sus tierras se repartieron como trozos de un pastel a mineras que todo lo contaminan, el aire se calentó por humos de otros lares y sus aguas tienen dueños lejanos que absorben con ansia mortal el alma de la sierra.

Donde muere el agua

Las aguas del Callejón se escurren por la cuenca del río Santa hasta el Pacífico. Lo mismo ocurre con los destinos de muchos migrantes que cambian los aires helados de las cumbres andinas por los vientos salinos de Chimbote, Trujillo o los extensos campos que se expanden –gracias a las aguas del Santa– entre ambas ciudades. Pero muchos otros eligen Lima. O Lima les elige a ellos. En las afueras de la gran ciudad confluyen familias del Huaylas, pero también de Ayacucho y del valle Sagrado, de Cajamarca y del valle del Mantaro, cuyas aguas, además, son trasvasadas a Lima para el abastecimiento de la urbe.

Y en las afueras de la ciudad construyeron y siguen construyendo con sus manos vidas que, para quien sabe mirar, recuerdan a las de sus respectivas tierras. Espacios, vecindarios y comunidades que en muchos casos se articularon alrededor de un pozo y que permitieron prolongar sus costumbres y maneras adaptadas a las necesidades de la vida en altitudes menores. Cambiaron los angulosos glaciares y rocosas montañas por las suaves y arenosas lomas de Lima, cuya brisa melosa levanta el polvo y mata la luz de su eterno invierno gris. Pero el agua clara no cambia su esencia en un medio distinto. Solo cambia de estado.

O se contamina, a causa de unos medios y procedimientos muy distintos a los de la sierra. Si antes tenían la madera, la tierra y el agua, hoy tienen casas prefabricadas, especuladores de terrenos yermos y una empresa de agua potable que distingue entre ricos y pobres, empresas y personas, consumidores y usuarios.

Y donde había frondosos bosques, hoy hay arena frágil; donde había sonoros corrales y huertos cuidados, hay postes de luz para iluminar su desamparo; donde había sinuosas acequias, hay tanques de agua que almacenan unas aguas, muchas veces insalubre, quince veces más cara que en el centro de Lima. Donde había un hogar hoy hay un asentamiento.

El agua de los ríos fluye contaminada hasta la ciudad, pasando de largo por antiguas huertas y comunidades que van perdiendo su lugar y su poder sobre el agua entre una urbanización imparable. Las únicas aguas accesibles y asequibles para muchos son las del subsuelo. Lejos de apoyar y regular el uso comunitario de estas fuentes, las autoridades legales van clausurando pozos comunitarios, que son un colchón de emergencia de la ciudad cuando los huaicos arrasan con todo. Mientras, las industrias extraen agua a sus anchas, sin límites ni vigilancia, a la espera de que la reciente regulación institucional del uso de agua subterránea dé resultados.

Algunas comunidades bien organizadas a través de sistemas de gestión de agua potable consiguen sobrevivir a la presión municipal. Y lo hacen gracias a la vasta red de distribución de agua que construyeron a lo largo de los años, asegurando agua potable a miles de familias sin conexión a la red municipal de agua potable y saneamiento. Se trata de sistemas extensos que vienen funcionando de manera autónoma durante muchos años, lo cual no significa que el servicio que proveen sea de buena calidad. Ni que sus pozos no sean usados por camiones-cisternas clandestinos que venden agua a precios estratosféricos, una práctica que desafortunadamente también se da en puntos de suministro de agua de la red municipal, según aseguran muchos habitantes de la periferia.

En cualquier caso, estos sistemas de agua potable han contribuido a organizar y cohesionar comunidades de migrantes que se amontonan en los márgenes de la ciudad. Su autogestión del agua a través del cobro de tarifas asequibles ha permitido financiar centros comunitarios, casas de la mujer, colegios y fiestas comunales que reproducen con fidelidad sus costumbres y tradiciones de la sierra. ¿Por qué no apoyar a estas comunidades para que conserven sus fuentes y brinden una mejor calidad del agua? ¿Por qué no descentralizar la gestión del agua para que en cada zona se pueda adaptar el servicio a las necesidades de sus habitantes? ¿Por qué no empoderar a los ciudadanos frente a las empresas en el uso y gestión del agua potable si esta es la prioridad de la ley?

El escenario que se plantea para los próximos años parece radicalmente opuesto. La imparable centralización de la gestión del agua coincide con recurrentes desastres ambientales sin que las autoridades parezcan dar soluciones a los efectos del cambio climático ni realizar una planificación eficaz. Pero algunos recuerdan con insistencia que el agua, como sus vidas, es cosa sagrada.

Texto y fotos: Javier Rodríguez Ros

Peru

© Javier Rodríguez Ros 2019

Created By
Javier Rodríguez Ros
Appreciate

Report Abuse

If you feel that this video content violates the Adobe Terms of Use, you may report this content by filling out this quick form.

To report a copyright violation, please follow the DMCA section in the Terms of Use.