En Pamplona convergen distintas dimensiones del proceso migratorio: retornados con necesidad de integración productiva y caminantes recibidos por iniciativas ciudadanas, por ejemplo.
La Opinión ha producido esta investigación periodística en tres entregas. A través de cada una se explora y analiza la situación con expertos, tanto en el propio terreno como desde la investigación académica, la cooperación internacional, la iniciativa ciudadana y la gestión política, siempre de la mano de los testimonios de sus protagonistas.
De la paciencia con los caminantes a la integración de los que se quedan
PRIMERA PARTE
Esta primera entrega da cuenta del surgimiento y trascendencia de los lugares de paso, el aporte de las organizaciones internacionales y la influencia de lo dicho en redes y medios dentro de las dinámicas de convivencia de los venezolanos con los pamploneses.
Deshaciendo el estigma de ser migrante
Cuando Alba Esteva se vio abrumada por la crisis venezolana y empezó a considerar la posibilidad de migrar desde Venezuela hacia Colombia con su familia, pensó en Pamplona porque allí cuenta con familiares y hasta cédula colombiana tiene ya.
Ella es profesora con mención en Artes Escénicas y maestría en Tecnologías Educativas. Se imaginaba dando clases en esta ciudad de pujante vida académica con toda una universidad y tantos colegios de alta calidad. Traía sus títulos profesionales ya apostillados, aunque todavía no convalidados en Colombia porque el proceso es engorroso y, sobretodo, costoso. De todos modos, cuando pudo se puso a estudiar una tecnología en Atención a la Primera Infancia.
Pero, cuenta que cuando se acercaba a algún colegio, los rectores al escuchar su acento venezolano desistían de seguir entrevistándola. Por eso, en un principio tuvo que sobrevivir en distintos oficios informales, desde ser domiciliaria y mesonera hasta vender arepas por la famosa y céntrica Calle Real de Pamplona.
“A veces, sentimos que el gentilicio es un defecto”, sentencia Esteva. Incluso, trabajadores de cooperación internacional admiten que Pamplona es la ciudad más compleja del país, cuando de migración se habla.
La percepción de esta colombo-venezolana es parte del clima social que vive este territorio en medio del intenso proceso de movilidad humana proveniente de Venezuela y que ha tenido su epicentro principal en Colombia.
Para el padre Juan Carlos Rodríguez, director de Consornoc (Corporación Nueva Sociedad de la región nororiental de Colombia), Pamplona fue un pueblo solidario desde que empezaron a llegar los primeros migrantes venezolanos, en el año 2016.
Pero, algunos comportamientos irregulares y siempre focalizados de algunos extranjeros lograron arraigarse en la memoria colectiva de la ciudad. “Hechos muy latentes que quedaron en el corazón de Pamplona”, describe el sacerdote.
Esteva reconoce: “Lamentándolo mucho, haces mil cosas buenas y nadie las ve, pero haz una mala, y todos la ven”. En este marco, la investigadora de la Universidad Nacional de Colombia, Stephanie López, considera necesario “deshacer los mitos” sobre la migración venezolana en Colombia. El paso que urge es transformar falsas percepciones de inseguridad comprobando que “la población venezolana no es la que está involucrada en la mayoría de crímenes”, por ejemplo.
De acuerdo con información emitida por la Policía de Norte de Santander, desde el 1 de enero hasta el 15 de marzo de este año, de las 52 capturas que se ejecutaron, en solo cuatro estuvieron implicados ciudadanos de nacionalidad venezolana, es decir, solo un 7,69%.
Los lugares de paso
Otro de los temas álgidos en la conversación social sobre migración en Pamplona ha sido el de “los refugios o albergues”, que según el padre Rodríguez, fueron denominaciones impropias para las iniciativas ciudadanas que ofrecían ayuda a los caminantes venezolanos.
Explica el sacerdote que “las condiciones para brindar hospedaje no eran las adecuadas, no podemos hablar ni de un refugio, ni de un albergue, porque no reunían las condiciones, sino que eran salas que se adaptaban”. Sin embargo, no deja de destacar el objetivo de atención y asistencia ofrecido allí.
En este sentido, el Manual Esfera, que compendia unas normas mínimas que introducen la noción de calidad en las respuestas humanitarias, aporta que “el concepto de “adecuación” implica que la vivienda es algo más que cuatro paredes y un techo. Subraya la importancia de incorporar una perspectiva de asentamiento, la identidad cultural y la disponibilidad de servicios en una respuesta relacionada con el alojamiento”.
La idea era, “que madres con sus niños no durmieran en la calle, sino que tuvieran aunque sea un techo donde pernoctar; aunque los varones, los muchachos, los papás, se tenían que quedar ahí afuera, en el andén”. Rodríguez apunta que situaciones de este talante se escapaban de las manos de los coordinadores de estos lugares, incentivando sentimientos de repudio en la colectividad pamplonesa.
Uno de los varios espacios dedicados a atender por iniciativa propia a los migrantes venezolanos en Pamplona era coordinado por Vanesa Peláez, allí les ofrecían alimentación, hospedaje y varias formas de orientación en la ruta de los caminantes. Estos forman parte de la Red Humanitaria, y es uno de los que fueron suspendidos para hospedar a los migrantes desde que inició la pandemia, por disposición municipal. Sin embargo, siguen ofreciendo los servicios que pueden: préstamo de baños, duchas y alimentos a los viajantes.
Pélaez explica que Pamplona, por estar dentro de la ruta, ha percibido el impacto de la migración venezolana desde hace más de tres años y medio. Ella considera que el funcionamiento de estos lugares de paso disminuía la afectación a la población porque “llegaban, dormían en estos lugares y al día siguiente continuaban su camino”. De ahí, asume que “la ciudadanía y la administración siempre nos vieron como parte del problema, cuando nosotros éramos parte de la solución”.
En este sentido, “hay que entender que el caso de Pamplona, ya no es una problemática reciente, sino que viene siendo así desde hace años y eso puede generar que la comunidad se haya cansado del paso de migrantes por allí”, arguye la investigadora López.
Hasta 600 caminantes contabilizó la voluntaria Pélaez, durante alguna noche en las calles de la ciudad, un fenómeno de picos y estándares que “siempre ha sido así, lo único es que antes no se notaba porque nosotros en los albergues estábamos dando respuesta”.
Desde su experiencia de investigación el también politólogo Hugo Ramírez, de la Universidad del Rosario, destaca que “en el caso de Pamplona la atención a los migrantes no surge de lo estatal ni de una iniciativa no gubernamental, sino de la buena voluntad de personas como la señora Marta Duque, el señor Douglas, Vanesa. Ellos se organizaron y con sus propios recursos colocaron aquello que podían colocar”.
Asimismo, cuestiona que estos voluntarios deban acatar “control e incluso coerción de la administración pública”; además, “son grandes esfuerzos que han sido invisibilizados por la parte académica y gubernamental”. A la par, admite también que en estos entornos surge una tensión social entre los vecinos, tal como lo advertía el director de Consornoc y la propia vocera de la Red Humanitaria.
Sobre la cooperación
El sacerdote Rodríguez explica que la atención de la cooperación internacional empezaría a formalizarse solo hasta 2019, pero que esa espera empezó a hacer mella en la paciencia de los pamploneses frente a un fenómeno que crecía en desorden. Mientras, añade que también se arraigaron las dificultades para lidiar con la inoperancia y el abandono estatal.
Por su parte, voceros de la cooperación internacional coinciden en que desde el año 2012, a través de su gestión con OCHA (Oficina para la Coordinación de Asuntos Humanitarios), ya se venían identificando los primeros perfiles del flujo de personas provenientes de Venezuela; a partir de 2015 y 2016, en medio de circunstancias como la masiva expulsión de colombianos en plena frontera, ya se venía atendiendo e intuyendo la particularización de las circunstancias de la migración venezolana en Colombia.
Agregan que las primeras mesas migratorias y los primeros escenarios de coordinación dentro del sistema de Naciones Unidas empiezan a consolidarse en torno al año 2016 con la idea de crear una plataforma especializada en migrantes y refugiados que pudiera funcionar bajo el mandato de Acnur (Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados) y OIM (Organización Internacional para las Migraciones).
Así nació la R4V (Plataforma de Coordinación para migrantes y refugiados venezolanos) como plan de respuesta, a la par del Gifmm (Grupo Interagencial de Flujos Migratorios Mixtos) que se consolida en 2018.
Diana Capacho es la coordinadora departamental del Instituto de Caridad Universal (ICU), ella también conoce desde territorio pamplonés las distintas dinámicas del proceso migratorio venezolano. Desde su experiencia, las ayudas de cooperación internacional no llegan a toda la población vulnerable de Pamplona.
“¿Qué necesitamos nosotros? Que las organizaciones se aboquen a atender esta población con recursos para atender sus proyectos productivos”, reflexiona la coordinadora, “para que la gente diga: ‘llegó un colombiano, formó una pequeña empresa y le está metiendo a la población que es vulnerable, que nunca ha tenido una oportunidad’, para que cambie el contexto de lo que está pasando. Pero, las organizaciones internacionales no ayudan con recursos para fortalecer estos proyectos”.
Por su parte, desde la cooperación internacional, se asegura que una de las principales órdenes se enfoca en que el porcentaje mayoritario de contrataciones sea de la misma Pamplona; además, que tanto los productos como insumos también se compren allí. Entre diciembre y enero de 2020, el Gifmm de Norte de Santander reporta 56 mil beneficiarios atendidos a través de 26 organizaciones.
La voluntaria de la Red Humanitaria, Vanesa Pélaez, aprovecha para aclarar otro nudo que acrecienta la xenofobia en Pamplona: el origen de los recursos económicos para asistir a los migrantes, los cuales provienen de “cooperantes internacionales, que no solamente trabajan en Colombia, sino en diferentes países donde hay crisis”, no todos son asignados por el Gobierno.
Más allá, el investigador Ramírez ha encontrado que “hay una falsa idea en pensar que prestarle atención a los migrantes es una acción que va en detrimento de los derechos de los ciudadanos nacionales. Eso sucede a lo largo y ancho de todo el territorio colombiano, y no hay mayor equivocación que esa”.
En este sentido, Pélaez considera necesaria una articulación entre la sociedad civil, la institucionalidad y las organizaciones internacionales. En este marco, ofrece la experiencia en terreno de la Red Humanitaria como elemento fundamental para la logística de los procesos de atención a los caminantes venezolanos.
Al respecto, es de nuevo pertinente la observación que añade el Manual Esfera: “La coordinación con las autoridades locales y otros organismos de respuesta contribuye a garantizar que se satisfagan las necesidades, que no se dupliquen esfuerzos y que se optimice la calidad de las respuestas”.
Desinformación en redes y medios
“La importancia de las fuentes con las que estamos haciendo afirmaciones” es un principio que destaca el investigador Ramírez para no caer en actos xenófobos. Al respecto, el director de Consornoc también señala que hay iniciativas de comunicación ciudadana en redes sociales enfocadas en generar matrices de opinión a través de fotos y mensajes que perjudican la construcción de los imaginarios sobre los venezolanos en Pamplona. “Con esos titulares y esos comentarios, se movía la opinión y polarización, para generar una tendencia en los seguidores de estas páginas”, apuntó Rodríguez.
Por su parte, la investigadora López también apunta a “la percepción de inseguridad” como un detonante de la xenofobia, aquí no pierde espacio para apuntar a la necesaria responsabilidad en cuanto al tratamiento informativo no siempre adecuado de algunos medios de comunicación.
Además de los estereotipos delictivos que se han creado a partir de casos aislados, Pélaez también coincide en este mismo señalamiento del padre Rodríguez y amplía el espectro para incluir a los medios de comunicación que “hacen creer que todas las problemáticas del municipio tienen que ver con los venezolanos y no es así”.
SEGUNDA PARTE
De la paciencia con los caminantes a la integración de los que se quedan
“Migrar es un proceso dificilísimo, son muchas emociones, estás ansioso por lo que vas a encontrar, esperanzado por construir todo lo que has imaginado, triste por lo que dejaste, yo sinceramente me divorcié enamorada de Venezuela, y todavía lo estoy. Y todas esas emociones hay que saberlas manejar”, reconoce la venezolana radicada en Pamplona, Alba Esteva, también madre y educadora.
Y en congruencia con la lidia de estos procesos introspectivos, muchos coinciden en que la ciudad mitrada se ha constituido en un punto decisivo para la población en proceso de movilidad humana proveniente de Venezuela. Aquí respiran: unos varios, para seguir la ruta Colombia adentro; otros tantos, para regresar, por lo intrincado del camino; y otros pocos, para arraigarse.
Los que caminan
“Todos somos personas diferentes, con necesidades, problemas y vidas diferentes. Muchos desconocen que la gente camina porque es un derecho caminar, porque el hambre no espera”, justifica Pélaez, la voluntaria que dirigía el lugar de paso que llevaba su mismo nombre.
Por otro lado, sostiene que “la mayoría pernocta por miedo a pasar el páramo, entonces, tratan de no movilizarse o en espera de que les puedan enviar algo de dinero para no correr tanto riesgo, ya que muchos caminan con niños”. Para ella, alrededor de un 90% son migrantes en tránsito, de acuerdo con su experiencia dentro del lugar de paso. Tantos años de cerca con los migrantes, la han convencido de que “ellos caminan porque es su única opción de vida”.
Durante la primera semana de febrero, la Red Humanitaria contabilizó entre 100 y 350 caminantes por día, dijo Pélaez.
Leonor Peña, representante de la organización Venezolanos en Pamplona, también apunta a las dinámicas del reflujo migratorio que confluyen en la ciudad, cuando señala “un éxodo pendular que va y viene”.
Por ejemplo, a principios de febrero, Eduardo tenía más de dos semanas caminando desde Venezuela, partió de Caracas. Le tocó pernoctar en Pamplona durante tres días por la necesidad de tramitar un salvoconducto. Tiene 23 años. Salió de su país porque, “el trabajo que hay allá no te da para costear todos los gastos que necesitas resolver”.
A él lo han tratado muy bien, el primer día logró quedarse en un lugar de paso, el segundo tuvo que pasarlo en la calle, el tercero volvió al lugar de paso. “La gente de Pamplona ha sido muy colaboradora en todo lo que he necesitado. No tenía ni una colchoneta para dormir, y la gente del refugio me ha facilitado una para no dormir en el suelo pelado, también una bolsa para cubrirnos y que no nos pegue la lluvia, y así poder dormir mejor”, narra el viajante.
Una vez más, pese a las limitaciones del contexto, se trata de un migrante atendido por la iniciativa ciudadana que ya acumula años ayudando a los caminantes en Pamplona. En su caso específico, estaba en el refugio del señor Douglas recibiendo la cena, y también fue ayudado por personas de la colectividad para las otras comidas. Eduardo se encontró con la mano amiga de los colombianos.
Esta situación coincide con el apunte de Leonor Peña, quien reconoce el alto número de migrantes que atraviesan y llegan allí:
“Esta ha sido la ciudad de la tregua compasiva, ninguna ha sido tan bondadosa y generosa”.
Prosigue Peña, “sobre todo ante la ausencia de unas políticas y una gerencia idónea por parte de los organismos internacionales durante 2017, 2018 y 2019”. Por otra parte, los retornados colombianos sí “llegan directamente a asentarse”, asegura Diana Capacho, directora departamental del ICU (Instituto de Caridad Universal). Mientras que los caminantes o “la población en tránsito”, no cuentan con ningún tipo de redes de apoyo, “la gente llega cansada, con hambre, con frío, se acuestan en los andenes”, complementa.
En este tema, Capacho también coincide con Juan Carlos Rodríguez, el director de Consornoc (Corporación Nueva Sociedad de la región nororiental de Colombia), en que muchos migrantes sí están mostrando vocación de permanencia, “cada vez hay más gente nueva”.
En esa medida, desde el ICU, su directora insiste en que la institucionalidad pueda pasar de la atención asistencial al apoyo productivo, porque así se generaría “una política de negocio, de empresa, y la gente dice, si yo tengo trabajo, no tengo que andar mendigando”.
Los que se quedan y emprenden
De acuerdo con la experiencia del padre Rodríguez, la migración venezolana ha mostrado vocación de permanencia en Pamplona. Para inicios de febrero, declaró que Consornoc está atendiendo a unas 1.100 familias a través del Programa Mundial de Alimentos (PMA), lo que según sus cálculos puede traducirse en unas 3.000 personas. El sacerdote asume que, “si están aquí es porque han conseguido un mínimo de condiciones de vida”.
Peña considera que el factor climático no llama la atención de los venezolanos para ver a Pamplona como lugar de residencia, dado que “un 95% son de regiones costeras y llaneras, acostumbrados a sobrellevar temperaturas que superan los 30, 35 grados”. Dice que “la gente que toma la decisión de quedarse son los que tienen un familiar, porque son hijos -colombianos retornados-, porque consiguen un sitio donde vivir mientras resuelven cómo seguir su paso”. Pélaez también agrega que muchos de los que llegan son retornados colombianos.
Capacho aprovecha para explicar cuál es el amparo legal con el que cuenta la población colombiana retornada desde Venezuela. Se trata de la Ley 1565 de 2012, un instrumento que ofrece un Registro Humanitario de Causa Especial con la intención de ofrecer beneficios de protección a los colombianos que salieron de Venezuela desde 2015, cuyo importante número “fueron víctimas de desplazamiento forzado cuando aquí estábamos con la violencia”. Apunta también que muchas veces son “revictimizados”.
Colombianos retornados con registro: Entre 3.000 y 5.000 en toda la provincia, que a su vez conforman aproximadamente un 50% de familias mixtas, es decir, que traen familiares (parejas, hijos u otros) nacidos en Venezuela.
Colombianos retornados sin registro: más de 5.000 en toda la provincia (Pamplona, Silos, Mutiscua, Chitagá, entre otros).
Además, Peña se refiere a las pocas ofertas de trabajo que puede ofrecer Pamplona a los venezolanos, e incluso, si quisieran emprender, encuentran “el gran choque económico, porque la devaluación no les deja arrancar”. Un 95%, dice, no viene a quedarse. “La mayoría está de paso, buscando cómo reunir el pasaje para seguir a otras ciudades colombianas”, lamenta.
Alba Esteva siente que “hay una comunidad de venezolanos reventándose la cabeza para salir adelante. Hay mucho emprendimiento venezolano que quiere contribuir con la economía de Colombia, con la innovación en los productos, pero no son populares, más popular es el fenómeno de los caminantes en Pamplona”.
La integración
Esteva quisiera decirle a los pamploneses que se sienten incómodos con la llegada de los venezolanos que, “traten a las personas como les gustaría que los trataran a ustedes en una situación similar a las que nosotros atravesamos”.
El sacerdote Rodríguez conmina a la reflexión: “Nadie es residente, todos somos migrantes, desde la fe migramos, en algún momento, tenemos que migrar hacia La Casa del Padre. En este caminar de la vida, siempre reconozcamos a Jesús en el otro, y más en las condiciones difíciles que puede vivir un migrante”.
La joven madre y educadora venezolana se siente apegada a la ciudad: “Lo poquito que yo puedo saber, me gustaría explotarlo aquí en Pamplona y aportárselo, porque es la ciudad que me recibió a mí, es la ciudad que está viendo crecer a mis hijos, que los está educando, y claro que le quiero dar lo mejor de mí”.
Desde enero del año pasado, junto a su esposo decidieron emprender con un Centro de Asesoría Pedagógica. Aunque no les resultó fácil conseguir niños, puesto que “las mamás decían que no, por ser venezolana, solo gracias y se iban”, la recursividad venezolana que han debido aprender a desarrollar en medio de la crisis humanitaria que los expulsó de su tierra, no tardó en manifestarse: “empezamos a atender de manera virtual”. Pese a las dificultades, ya cuentan con varios niños para asesorar en sus tareas escolares.
Esteva es nieta de pamploneses, cuenta con redes de apoyo en la ciudad; además, las ha ampliado y extendido gracias a sus habilidades sociales y profesionales. Han sido clave para su nueva vida y la de su familia: desde el señor del arriendo hasta sus vecinos, han hecho su proceso migratorio mucho más llevadero. De manera providencial, su jefe, el colombiano Jaime Uribe, también ha influido en su proceso de adaptación y superación.
“Yo percibo que para los que vienen de paso, es muy duro y difícil. Se le hace a uno un nudo en la garganta cuando tiene que presenciar el estado de inanición, de deterioro físico e incluso mental de quienes asumen la aventura de dejar su hogar y emprender un viaje a pie por carretera a través de una ruta que muchas veces ni conocen, y ver cómo esas cosas van marcando diferentes comportamientos en las personas”, opina Uribe, quien también es director del Museo Anzoátegui en Pamplona.
Él reconoce que así como ha conocido a venezolanos con muy escasa formación educativa, igual también ha vivido experiencias con personas de notable capacidad intelectual, “no tanto una capacidad económica, sino operativa, una vocación, con perfiles profesionales muy buenos y con gran capacidad para desarrollar muchas tareas”, arguye.
Ha visto, inclusive, cómo esos venezolanos que se han ido quedando en Pamplona “han ido cambiando la visión de territorio, la manera como se generan las dinámicas sociales en la ciudad, entonces ya es normal, por ejemplo, encontrar restaurantes de comida típica venezolana o vas a encontrar diferentes formas de llevar la vida, diferentes visiones desde lo cultural, lo político, social, diferentes maneras de entender las nuevas realidades que a la gente le toca vivir”.
Uribe conmina a sus coterráneos a “entender el territorio de otra manera, que más allá de los espacios, también somos los que habitamos dentro de él”, mientras expresa su convicción en que tanto el Estado como la sociedad deben interiorizar que “el venezolano que viene, llega a aportar”.
TERCERA PARTE
Política y pandemia, al acecho de los migrantes
Blanca fue una prominente abogada en Venezuela, mientras pudo ejercer. Tuvo que salir hacia Estados Unidos, huyendo de la crisis humanitaria que aqueja desde hace años a la otrora nación petrolera. Pero en su mente, nunca ha dejado de persistir como el más hermoso recuerdo, su experiencia en Pamplona mientras estudiaba en el colegio de las Bethlemitas. Sus papás la trajeron desde Venezuela hasta allí con la ilusión de que se formara con la mejor calidad, y así fue.
Suspira evocando su uniforme de gala impecable, la fervorosidad de las procesiones y la estridencia de las bandas marciales que acompañaban los desfiles escolares. Estas son solo algunas de las vivencias que persisten en las memorias compartidas entre muchos pamploneses y venezolanos.
Durante los años sesenta y setenta, la constante presencia de niños y jóvenes del hermano país dentro de los colegios de Pamplona solía ser muy común, los dejaban internados en las instituciones educativas. Esta es la razón que le permite a la escritora Leonor Peña referirse a este pedazo de tierra nortesantandereana como “la ciudad más venezolana de Colombia”.
Sin embargo, el paso insoslayable por este pueblo de muchos de los más de cinco millones de venezolanos que se han visto forzados a huir de su país por la emergencia humanitaria compleja que atraviesan, ha generado efectos de distintos talantes en la sociedad pamplonesa.
Los alcances del discurso político
Desde la Universidad del Rosario, el investigador Hugo Ramírez ha tenido la oportunidad de estudiar la construcción social del imaginario colombiano sobre los migrantes venezolanos que están llegando. Los contextos fronterizos han sido profundamente abordados en su haber, por eso considera que, “el tema de Pamplona no es nada nuevo”.
Cuando se le consulta sobre la posible influencia del discurso político en esta ciudad, arguye la resistencia del gobierno municipal a la hora de “entender que este es un punto estratégico del flujo migratorio”.
En este sentido, el alcalde de Pamplona, Humberto Pisciotti, dice: “Sabemos lo que sufre un migrante, sobre todo aquí en Pamplona, cuando está en condición de calle, muy difícil por el frío. Entendemos que es una población migrante en condición de vulnerabilidad, porque quien está llegando a Pamplona últimamente, son personas en extrema pobreza, casi que en total abandono”.
Un desafortunado edicto
Sin embargo, el investigador Ramírez considera que acciones como el decreto 032, instrumento que en el marco de la declaratoria de calamidad por la COVID-19 prohibía el ingreso de migrantes en condición de irregularidad al territorio, aglomera “hechos muy graves que hacen parte de un sentimiento general que busca negar que Pamplona es un corredor estratégico de la migración”.
Al interpelar al alcalde de Pamplona, Humberto Pisciotti, sobre la necesidad de no repetición de hechos como el relacionado con la emisión de este decreto, su primera reacción es pedir la fecha del edicto: 17 de marzo de 2020.
“La pandemia se decreta a partir del 11, nosotros entramos en pánico, ya teníamos a una sociedad enfrentada. Cuando se presenta una situación de éstas: ¿Qué tengo que hacer yo? Tratar de defender, garantizar a mis conciudadanos la salud, la vida, en fin”, explica el burgomaestre.
Prosigue: “La sociedad se me vino encima. ¿Usted no sabe que pueden traer el virus? En fin. Y el contagio va a ser mayor”. Pisciotti dice haber enfrentado un miedo colectivo que se generó a su alrededor por los riesgos de contagio del coronavirus.
No obstante, la realidad de las cifras de venezolanos contagiados por covid-19 en Pamplona no ha respondido a la paranoia aludida por el alcalde y su entorno en aquel momento.
De acuerdo con datos emitidos por el IDS (Instituto Departamental de Salud), desde que inició la pandemia hasta mediados de febrero de este año, el municipio de Pamplona ha registrado 2.356 casos confirmados, de los cuales solo 76 corresponden a migrantes venezolanos.
“Hasta ahora empezaba a entender los convenios y los tratados internacionales, y por eso tal vez fue que sucedió el hecho de que fui denominado como el alcalde xenófobo, de lo que no tengo absolutamente nada. Y eso sucedió, créame que ese decreto surge, a raíz de que tenía que cuidar y garantizar la salud de los míos”, sostiene el político.
“Sé obviamente que eso me avergüenza, eso me trasnocha, pero en ese momento surgió como una medida para blindarnos, para protegernos y hacer ver a las autoridades de la frontera que brindaran mayor atención en ese sentido, porque nosotros no teníamos recursos”, reflexiona Pisciotti.
De acuerdo con el padre Juan Carlos Rodríguez, el director de Consornoc (Corporación Nueva Sociedad de la región nororiental de Colombia), la administración local, en un principio, manejó un discurso poco cónsono con la integración. En estas aguas caldeadas, muchos contradictores políticos intentaron complicar el debate. “Pero, ya ha ido cambiando, creo que se han dado cuenta de que ellos no pueden con un discurso acabar el fenómeno”, incluso están trabajando la Alcaldía, Cancillería y otras instituciones, aclara el religioso.
El cierre de los lugares de paso
Frente al tema de la suspensión de actividades en los lugares de paso liderados por iniciativas ciudadanas, como las de Marta, Douglas y Vanesa, Pisciotti está consciente del padecimiento de los migrantes: “Algunos pernoctaban en la ciudad de Pamplona, algunos otros se quedaban en las calles, en los puentes. Otros llegaron a sitios donde podían pasar la noche pagando algo así como 2 o 3 mil pesos mientras amanecía y seguían su rumbo”. También dice que muchos se quedaron en la ciudad y ya están haciendo su vida allí.
Sin embargo, el alcalde de Pamplona no ve posible la reapertura de estos espacios de atención al caminante, porque de acuerdo con su perspectiva, resulta más factible “la construcción de un punto de control migratorio que se constituya también en un punto de control sanitario. El sueño mío es tener un sitio bien construido, un albergue, en condiciones humanas”.
La cooperación internacional reconoce abiertamente que cada uno de los líderes de estos lugares, que funcionan bajo un esquema de sociedad civil -remarca-, guarda una experiencia de alto valor, “que no la tenemos nosotros en el manejo comunitario, en el aguante, en saber entregar comida, en saber hablar”.
Aceptan que estos voluntarios “la han luchado, han montado la ruta a pesar de los descréditos. Sabemos que son protagonistas y siempre les damos el crédito”.
En esta sentido, la apuesta de la cooperación internacional se enfocaría en procurar su permanencia. “La respuesta que ellos dan es valiosísima, porque es el componente comunitario, es el corazón de la estrategia”, sostienen.
Los peligrosos efectos de las palabras
La investigadora Stephanie López, de la Universidad Nacional de Colombia, remarca la clara influencia del discurso político en relación con la xenofobia. “Creo que desde el nivel nacional hacia el local hay bastantes contradicciones y es evidente que genera unos picos de xenofobia en redes sociales que son preocupantes”. Su llamado es a que sean “más cuidadosos”, precisamente a las puertas de las próximas campañas electorales.
De hecho, el académico Ramírez en su artículo: (Des)orden nacional: la construcción de la migración venezolana como una amenaza de salud y seguridad pública en Colombia, publicado en 2019, sentencia que: “La contradicción ofrece un potencial casi explosivo para el surgimiento de xenofobia y discriminación, pues los migrantes quedan atrapados entre ser los ʻhermanosʼ merecedores de generosidad y ser los ʻpeores delincuentesʼ”.
Por su parte, los factores constituyentes de la xenofobia en Pamplona que resume la cooperación internacional coinciden con los esbozados por los demás actores consultados.
La primera clave estaría en las formas iniciales de abordaje de la sociedad civil a los migrantes. El segundo quid sería “un mal manejo político” que habría incentivado enfrentamientos que provocaron bloqueos de acción, o mejor dicho, inacción. El tercer detalle dibujaría una colectividad, severamente influenciada por los otros dos: “una sociedad cansada, desinformada, políticamente manoseada y que no tiene diálogos constructivos”, todo ello exacerbado por un mal manejo de la información por parte de medios de comunicación.
De allí la importancia de la rectificación de los líderes políticos y de opinión frente a los temas que pudieran haber involucrado manejos más idóneos, cuyo impacto debe ser siempre medido y cuidado.
En este orden, la organización Acaps (Assessment Capacities Project, en español: Proyectos de Capacidades de Evaluación) publicó el pasado mes de enero un reporte temático en inglés, cuyo título traduce Los caminantes: necesidades y vulnerabilidades de refugiados y venezolanos viajando a pie. Allí dice expresamente: “La pandemia ha aumentado la xenofobia en Colombia”.
El informe explica que las formas de rechazo varían desde “protestas, violencia física y psicológica, discursos de odio y discriminación”, todo por la falsa creencia suscitada en las comunidades de acogida, incuidas sus figuras públicas, de que los caminantes son portadores del virus.
Por ello, resulta indispensable acudir, cada vez que sea necesario, a la invitación de la investigadora López cuando se refiere a la necesidad de “deshacer los mitos” en torno a la migración venezolana en Colombia.
Reenfoques
Menos de tres años le quedan al alcalde Pisciotti en Pamplona, cuando se le interroga sobre los criterios que predominarán en su abordaje del tema migratorio venezolano expone que “el asunto es de derechos, pero también, obviamente, de deberes”.
Está al tanto de que, después de Siria, la migración proveniente de Venezuela es el fenómeno más grande de esta naturaleza en el mundo. “Y nos correspondió a nosotros, yo no hablo de invasivo porque eso sería ofender. Aquí hay un éxodo masivo obligado por un régimen, ¿y qué tenemos que hacer los hermanos? Unirnos e integrarnos”.
Ya Pisciotti parece estar claro: “Nosotros aquí somos un corredor obligatorio. Y para mí es duro, pensar en tres años, va a ser difícil”. Recuerda que, “el año en que yo me estreno como alcalde, el antepasado, fue el año en que más migrantes pasaron por Pamplona”.
En este sentido, solicita mayor apoyo y presencia tanto del gobierno central como de la cooperación internacional en este tema. También a los medios de comunicación “para que la gente entienda esta situación que hoy están viviendo los hermanos venezolanos, pero que en cualquier circunstancia o momento, uno no sabe, las cosas pueden cambiar, los tiempos cambian”.
Un ejercicio de empatía
Pisciotti es costeño. Tiene 47 años en Pamplona, y también se reconoce como migrante, pues llegó a la ciudad para cursar sus estudios universitarios y se quedó a vivir allí. El alcalde admite y recuerda que sus ancestros también fueron migrantes. “Recuerdo a mis abuelos cuando llegaron de Italia sin saber qué iban a hacer, dónde iban a estar, por eso pienso también en mis hermanos venezolanos que están en las mismas circunstancias”.
Investigación: Paola Rodríguez
Diseño especial: Karina Judex