La lechera escolar EL VEHÍCULO TRANSPORTA ESTUDIANTES EN ZONA RURAL DE SALAMINA

Un carro que transporta leche recoge a siete niños, quienes estudian en la escuela San Luis. Padres de familia y maestro solicitan un servicio oficial y posprimaria. Recorrido.

ANDRÉS RODELO

LA PATRIA | MANIZALES

Unas gotas de leche mojan los zapatos de Leidy Rivera, alumna de grado tercero. La escena no ocurre en medio de un descanso, a raíz de un estudiante que regara la bebida. Tampoco porque ella la derramó mientras la tomaba. No. Leidy Rivera va hacia la escuela abordo de un camión lechero.

A su lado, cinco canecas azules se sacuden por cada curva y cada hueco de la carretera destapada. El vehículo partió desde el corregimiento de San Félix (Salamina) y se dirige hasta la escuela San Luis, en la vereda El Guayabo. Desde hace cuatro años transporta a siete niños que estudian en la institución, pues en el sector no hay transporte escolar.

“Los subo, pero les toca bajar a pie. Es bueno ayudarles. Uno se siente satisfecho, pues hay que colaborarles a los niños en algo”, menciona don José Rogelio Rivera, el conductor.

El camión trabaja para la empresa Multilácteos San Félix. Recoge canecas rebosantes de leche que los campesinos dejan a la orilla del camino. El viaje es de ida y vuelta, así que también deja recipientes vacíos en unos puntos para subirlos al carro llenos al regresar. Las paradas también son para siete niños, quienes se ahorran trayectos a pie de hasta una hora, gracias al servicio que el vehículo presta gratuitamente.

Entre palmas y vapor

El frío de la noche anterior impregnó de escarcha los campos y los árboles de los alrededores de San Félix. A las 7:30 a.m. del día siguiente, el brillo del sol cubre el paisaje, creando una postal para el deleite de los ojos. Como si fuera poco, el calor derrite la escarcha y el vapor se extiende por el terreno, dándole un aspecto fantasmagórico y radiante.

A las 8:30 a.m., la lechera parte desde la plaza del corregimiento para el recorrido, que comprende el Bosque de Palma de Cera, el valle más grande del mundo con esta especie de árboles. En este punto del recorrido, no es difícil percatarse de que el paisaje anterior era un simple abrebocas: centenares de palmas adornan el horizonte, que con los tonos de verde del campo, el amarillo del sol y el azul del cielo integran una imagen imposible de ignorar.

Don José Rogelio Rivera conduce, Andrés e Israel recogen la leche. “¿Nadie se roba las canecas?”, se le pregunta al ver que los campesinos las dejan solas en el camino. “Aquí todo se puede dejar en la carretera, aquí no le quitan nada a nadie”. La imagen de una moto parqueada más adelante y sin su dueño cerca lo confirma.

A la escuela

El pequeño Jorge Alex Molina, de seis años, se alista en la finca La Pradera. Luego sube a la cabina del camión con su morral. “Muy bueno que los recojan para que vayan a estudiar. A Jorge le tocaría caminar una hora sin este servicio”, asegura su madre, Sandra Linelly Atehortúa.

El carro sigue. Ahora el turno es para Lorena Andrea Atehortúa, de 10 años, quien carga una docena de huevos con un papel que dice: “Para el centro social”. “¿Para quién son los huevos?”. Responde: “Son para un amigo de mi papá al que le dicen Morcilla. Trabaja en el centro social de San Félix. Los mando de regreso con el carro”.

Su padre, Jorge Ariel, está con ella. “Ojalá nos pongan transporte escolar oficial, pues ella va para quinto el próximo año. En la escuela abren este grado unas veces, pero otras no. En ese caso le tocaría ir al colegio del pueblo (San Félix). Nos queda duro, porque somos de Aguadas y no tenemos dónde vivir allá. Ojalá nos pusieran el servicio”, pide.

Los hermanos Luis Alberto y Leidy Rivera aparecen en el borde del camino. Suben a la zona de carga trasera. Luis no se conforma con ser un pasajero pasivo: toma una regla y la sumerge en el fondo de una caneca de leche: “28 centímetros”, le dice a don Jorge Rogelio, quien apunta en una libreta. “Le dije cuánto hay en la caneca para que lo anote en el recibo. Me gusta ayudarle”, dice el pequeño de 12 años.

Más adelante, Luz Vany Castro, de 9 años, surge entre las montañas. Llega montada en la yegua Ginebra, que la transporta hasta la carretera, pues la niña vive a 24 minutos en caballo. “Nos movemos mucho en la lechera. Por la tarde regreso a pie hasta mi casa”, expresa. Su padre, Marco Tulio Castro, afirma: “Muy importante que la lechera preste el servicio. El señor conductor es muy amable. Ningún problema”.

Escuela y guerra

Una estructura de una planta, pintada de colores blanco y rojo, dice: “Institución Educativa San Félix sede San Luis”. El profesor Alex Adrián Murcia aguarda en la puerta de la escuela, en la vereda El Guayabo. Allí se bajan los cinco niños, pero el recorrido no termina: faltan Óscar Mauricio Santos y Jénnifer Velásquez, a quienes recogen en la finca La Pradera Alta, a 10 minutos en carro.

Si las letras en la fachada de la escuela servían para identificarla, las de la finca dan testimonio de la sangre derramada por los grupos armados en la zona: “Muerte a sapos por colaboradores del frente 47”, se declara en una pared. “Auc presentes en el Norte de Caldas”, reza en otra.

“No me tocó esa época, vivo aquí hace siete años. Eso fue una guerra muy brava. Mataron agregados, trabajadores, patrones”. “¿De esta finca?”, se le pregunta a Óscar Santos, el padre de Óscar y Jénnifer. “No, de todas partes”, contesta. De regreso a la escuela, sus palabras se reflejan en las de Yorlady, la manipuladora de alimentos del restaurante escolar: “Ahí fue cuando San Félix se dañó. La gente salió despavorida, abandonando las cosechas. En esa época, el pueblo vivía una bonanza, gracias a los cultivos de papa. Esos tiempos se acabaron”.

Necesitan

La experiencia en la escuela ha sido difícil y gratificante para el profe Alex. “El trabajo con los niños es muy bonito. Complicado por la distancia, pues mi familia vive en Manizales, pero ante todo está el amor por la profesión”, señala. El modelo educativo que aplica la institución es Escuela Nueva. “Les gusta mucho y ha sido un trabajo muy cooperativo. Los niños más grandes son líderes y ayudan a los otros. Si alguno no entiende, otro le explica”, agrega.

El educador cursa la Maestría en Pedagogía, de la U. Católica, gracias a una beca de la Gobernación. Agradece al programa por todo lo aprendido y solicita: “Sería un sueño tener un servicio de transporte escolar establecido. También hay población para abrir una posprimaria (formación de sexto a noveno de bachillerato). El salón actual es muy pequeño, pero puede construirse un segundo piso”.

Qué bueno que no los olvidaran, declara Alex sobre sus alumnos, a quienes califica de puros al no estar expuestos al ruido de la ciudad, internet, celulares o cualquier otra distracción. “Ojalá se acuerden de ellos y que no los subestimen: son unos niños muy inteligentes, tienen todas las capacidades para ser grandes profesionales”.

Aprenden

Óscar Mauricio Santos

Me gusta el servicio de la lechera. Nos sacude mucho, por eso nos agarramos fuerte.

Jénnifer Velásquez

Lo que más me gusta de estudiar es compartir y escribir. M materia favorita es matemáticas.

Leidy Rivera

A veces ayudo a mover las canecas de la leche. La materia que más me gusta es matemáticas.

Responden

Transporte

Andrés Tamayo, coordinador de Educación de la Alcaldía de Salamina: “Tenemos cuatro rutas de transporte escolar en San Félix, pero esa vía no la tenemos cubierta. Pedimos al directivo de la institución que nos haga una solicitud y la habilitamos, según el número de niños, vías de acceso y presupuesto”.

Posprimaria

Fabio Hernando Arias, secretario de Educación de Caldas: “Puede hacerse una posprimaria. Primero necesitamos una solicitud. Luego nosotros vamos, visitamos el lugar y miramos el número de estudiantes”.

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